31/01/2018, 12:08
Ni a Ayame, ni mucho menos a Kōri, les pasó desapercibido el conflicto interno por el que estaba pasando Daruu. El chico, visiblemente incómodo, tosía, se revolvía en el asiento, volvía a toser, bebía agua, suspiraba y volvía a beber. En todo aquel tiempo, El Hielo no había probado bocado. En cambio, mentenía sus ojos, tan claros como un témpano de hielo, clavados en el pobre genin.
—Disculpad, necesito ir al baño —terminó por decir.
Se levantó de la silla, y comenzó a alejarse cuando Ayame se dio cuenta de una cosa:
—Pero el baño no es...
Pero ni siquiera pudo terminar la frase cuando cinco dedos tan fríos como el hielo le taparon la boca.
Y Daruu volvió al cabo de unos pocos segundos, mientras Ayame seguía comiendo con cierto apuro. Si por ella fuera, compartiría su comida con su compañero de equipo, pero había reaccionado de una forma tan violenta al entrar en el restaurante que le daba miedo que le lanzara su ofrecimiento a la cara.
Sin embargo, para sorpresa de todos, la camarera de cabellos rojos volvió poco después con otro plato de pezqueñines.
—Aquí tiene, que aproveche —dijo, con una encantadora sonrisa, antes de marcharse a atender otra mesa cercana.
—Muchas gracias.
Aún visiblemente nervioso, Daruu comenzó a comer, pero Ayame y Kōri habían dejado de hacerlo. Era como si se hubieran quedado congelados en el sitio, y contemplaban al genin como si un extraterrestre fuera. Al final, quizás consciente de que tenía dos pares de ojos clavados en él, Daruu dejó el pescado en la mesa y se cruzó de brazos.
—¿Y por qué le llaman pezqueñines si son los palitos de pescado de siempre? —susurró el muchacho, inclinándose hacia sus compañeros—. Hala, ya podéis dejar de mirarme así. A comer. Que aproveche. Mmh qué rico y todo eso. Puf.
Ayame no pudo contenerse por más tiempo y se echó a reír con todas sus ganas. Se abrazó el estómago, intentando contener las carcajadas, pero era un acto inútil. Junto a ella, Kōri había vuelto a concentrarse en su plato, esbozando una apenas perceptible sonrisa.
Y al final pudieron comer en paz. Después de acabar de degustar sus respectivos platos y de pagar la correspondiente cuenta, llegó la hora de marcharse. Pero justo en el momento en el que iban a salir, Ayame se detuvo momentáneamente y giró sobre sus talones. En el fondo del restaurante había comenzado a tocar una pequeña banda dirigida por el mismo Kamiseba una canción increíblemente divertida y pegadiza.
—¡Ay, yo quiero quedarme a...!
—Tenemos que trabajar, Ayame —le reprochó el jōnin, empujándola hacia el exterior del local.
—¡Jo, eres un aburrido! ¿A que tú también querías quedarte, Daruu-k...?
Un pequeño capón con los nudillos, y Ayame se llevó las manos a la coronilla entre lastimeros gemidos de dolor.
—Cuida esos modales. Sigo siendo tu superior.
—Disculpad, necesito ir al baño —terminó por decir.
Se levantó de la silla, y comenzó a alejarse cuando Ayame se dio cuenta de una cosa:
—Pero el baño no es...
Pero ni siquiera pudo terminar la frase cuando cinco dedos tan fríos como el hielo le taparon la boca.
Y Daruu volvió al cabo de unos pocos segundos, mientras Ayame seguía comiendo con cierto apuro. Si por ella fuera, compartiría su comida con su compañero de equipo, pero había reaccionado de una forma tan violenta al entrar en el restaurante que le daba miedo que le lanzara su ofrecimiento a la cara.
Sin embargo, para sorpresa de todos, la camarera de cabellos rojos volvió poco después con otro plato de pezqueñines.
—Aquí tiene, que aproveche —dijo, con una encantadora sonrisa, antes de marcharse a atender otra mesa cercana.
—Muchas gracias.
Aún visiblemente nervioso, Daruu comenzó a comer, pero Ayame y Kōri habían dejado de hacerlo. Era como si se hubieran quedado congelados en el sitio, y contemplaban al genin como si un extraterrestre fuera. Al final, quizás consciente de que tenía dos pares de ojos clavados en él, Daruu dejó el pescado en la mesa y se cruzó de brazos.
—¿Y por qué le llaman pezqueñines si son los palitos de pescado de siempre? —susurró el muchacho, inclinándose hacia sus compañeros—. Hala, ya podéis dejar de mirarme así. A comer. Que aproveche. Mmh qué rico y todo eso. Puf.
Ayame no pudo contenerse por más tiempo y se echó a reír con todas sus ganas. Se abrazó el estómago, intentando contener las carcajadas, pero era un acto inútil. Junto a ella, Kōri había vuelto a concentrarse en su plato, esbozando una apenas perceptible sonrisa.
Y al final pudieron comer en paz. Después de acabar de degustar sus respectivos platos y de pagar la correspondiente cuenta, llegó la hora de marcharse. Pero justo en el momento en el que iban a salir, Ayame se detuvo momentáneamente y giró sobre sus talones. En el fondo del restaurante había comenzado a tocar una pequeña banda dirigida por el mismo Kamiseba una canción increíblemente divertida y pegadiza.
—¡Ay, yo quiero quedarme a...!
—Tenemos que trabajar, Ayame —le reprochó el jōnin, empujándola hacia el exterior del local.
—¡Jo, eres un aburrido! ¿A que tú también querías quedarte, Daruu-k...?
Un pequeño capón con los nudillos, y Ayame se llevó las manos a la coronilla entre lastimeros gemidos de dolor.
—Cuida esos modales. Sigo siendo tu superior.