5/02/2018, 18:30
Akame encajó con estoicismo las críticas. Mientras que su compañero Datsue parecía nervioso y a punto de saltar por los aires, él se mantenía sereno y con la mirada fija en el frente. De naturaleza eminentemente perfeccionista y autoexigente, al mayor de los Uchiha casi le importaban más las preguntas que había contestado mal que las que había acertado. Eran fallos, y venían en cascada, uno detrás de otro. Con cada palabra de Raito revelándoles la respuesta correcta, Akame se esforzaba por grabar a fuego una lección en su mente.
Finalmente le dieron el aprobado, igual que a Datsue. Pero Akame no compartía su euforia, su alivio; no, al menos, en ese preciso momento. Ya habría tiempo de congratularse más tarde. Quisiera o no, al genin le atosigaban sus propias dudas, su propia exigencia para consigo mismo.
Había creído que sería fácil. Había creído que podía de sobra. Pero había estado a punto de suspender.
«Un ninja jamás subestima a su enemigo». Él lo había hecho y casi le había costado su promoción a chuunin.
Fuera como fuese, antes de que pudiera decir palabra, el Genjutsu de Raito-sensei cambió radicalmente de aspecto. Akame notó el fresco aire de Primavera en su rostro, el calor del Sol en su piel y el tacto blando de la hierba de la verde loma bajo los pies. Nada de eso era real, claro, pero sus sentidos seguían embriagados por aquella oleada de nuevos y repentinos estímulos.
A su lado Datsue, y frente a ellos un pergamino de misión. Al leerlo, Akame torció los labios en una sonrisa; «ya entiendo, por eso quería que esa pregunta fuese conjunta. Bien planteado, Raito-sensei». Como ya habían pensado en todo el planteamiento anteriormente, ahora sólo quedaba ejecutarlo. Akame alzó la vista hacia el poblado, y luego la posó sobre su Hermano.
—¿Qué tapadera vamos a llevar, entonces? ¿Comerciantes interesados en adquirir algo en el pueblo?
Mientras, Akame se palpó la cintura, el muslo, la frente. Si llevaba su equipamiento consigo tendría que esconderlo o disfrazarlo de alguna manera. Datsue conocía el Fuuinjutsu, de modo que siempre podía pedirle que se lo sellara en algún sitio.
Finalmente le dieron el aprobado, igual que a Datsue. Pero Akame no compartía su euforia, su alivio; no, al menos, en ese preciso momento. Ya habría tiempo de congratularse más tarde. Quisiera o no, al genin le atosigaban sus propias dudas, su propia exigencia para consigo mismo.
Había creído que sería fácil. Había creído que podía de sobra. Pero había estado a punto de suspender.
«Un ninja jamás subestima a su enemigo». Él lo había hecho y casi le había costado su promoción a chuunin.
Fuera como fuese, antes de que pudiera decir palabra, el Genjutsu de Raito-sensei cambió radicalmente de aspecto. Akame notó el fresco aire de Primavera en su rostro, el calor del Sol en su piel y el tacto blando de la hierba de la verde loma bajo los pies. Nada de eso era real, claro, pero sus sentidos seguían embriagados por aquella oleada de nuevos y repentinos estímulos.
A su lado Datsue, y frente a ellos un pergamino de misión. Al leerlo, Akame torció los labios en una sonrisa; «ya entiendo, por eso quería que esa pregunta fuese conjunta. Bien planteado, Raito-sensei». Como ya habían pensado en todo el planteamiento anteriormente, ahora sólo quedaba ejecutarlo. Akame alzó la vista hacia el poblado, y luego la posó sobre su Hermano.
—¿Qué tapadera vamos a llevar, entonces? ¿Comerciantes interesados en adquirir algo en el pueblo?
Mientras, Akame se palpó la cintura, el muslo, la frente. Si llevaba su equipamiento consigo tendría que esconderlo o disfrazarlo de alguna manera. Datsue conocía el Fuuinjutsu, de modo que siempre podía pedirle que se lo sellara en algún sitio.