6/02/2018, 10:58
Pese a la urgencia de la situación, Daruu aún necesitó de algunos segundos para responder. Estaba visiblemente agitado, respiraba con dificultad y su cuerpo aún temblaba. Terminó por reincorporarse poco después, tomando aire varias veces para recobrar el aliento, y sólo entonces habló:
—Arriba del todo hay un despacho con el suelo lleno de esqueletos —dijo, con palabras lentas y pausadas. Aunque aquello no frenó el impacto que sufrió Ayame al escucharlo—. Esqueletos humanos. También estaba el libro que buscamos.
«E... ¿Esqueletos humanos? ¿Está bromeando?» Una parte de ella no quería creerlo, prefería pensar que aquello era una broma pesada o que Daruu había visto mal. Pero estaban en una misión, no había sitio para las bromas. Y los ojos de su compañero no fallaban.
—Debe de ser el libro que buscamos porque estaba abierto con un enorme sello en las dos páginas, y el sello brillaba con un chakra de una fuerza que no he visto nunca. Y no sé cómo vamos a sacarlo de ahí, porque mi cabeza está relacionando las palabras esqueleto y libro bastante fuerte.
—Estás completamente seguro, ¿verdad? —cuestionó Kōri, aunque más bien parecía una pregunta retórica lanzada al aire. Sumido en un pensativo silencio, el Jōnin alzó la mirada de sus ojos escarchados hacia lo alto de la mansión, y su hermana lo acompañó con un violento estremecimiento.
«Se suponía que iba a ser una misión fácil... ¡Sólo teníamos que comprobar el estado de Shiruuba-san y regresar con un libro! ¡Un maldito libro!»
—¡Por todos los truenos de Amenokami —se lamentó Daruu, resumiendo todas las maldiciones que Ayame se guardaba para sí—. ¡Esqueletos! ¿¡Pero cuánto tiempo ha pasado desde que la aldea contactó por última vez con Shiruuba!?
—¿Pero de quiénes eran esos... esos... esos... esqueletos...? —preguntó Ayame, con un débil balbuceo—. Porque no será de otros ninja que hayan venido antes que nosotros, ¿no...?
—Posiblemente fueran ladrones o personas interesadas en los conocimientos de Shiruuba —aventuró Kōri.
—¿Y Shiruuba-san está... entre ellos?
Un pequeño silencio en el que El Hielo alternó la mirada entre la mansión y Daruu.
—Eso, por el momento, no podemos saberlo. Lo único que sabemos es que el sello sigue activo y, si lo que ha visto Daruu es cierto, posee un sistema de seguridad muy peligroso.
Ayame tragó saliva con esfuerzo. Y, aún conociendo de antemano la respuesta, sus labios preguntaron, temblorosos:
—Y ahora, ¿qué hacemos...?
Kōri les dirigió una breve, pero intensa mirada.
—Parece que no nos queda más remedio que entrar.
Ya lo sabía, pero de todas maneras la respuesta cayó sobre ella como una pesada losa.
—Subiremos ahí arriba e investigaremos con cuidado ese despacho. Sin embargo, como vuestro superior, iréis siempre detrás de mí. Y hasta que no diga lo contrario no quiero que ninguno de los dos toque ese libro, ¿entendido? Desgraciadamente, ninguno de nosotros es experto en el arte del Fūinjutsu y no sabemos qué secretos puede encerrar entre sus páginas.
«Deberían haber contratado a otros shinobi para esta tarea... Papá, por ejemplo, sabe sobre técnicas de sellado.»
Ayame le dirigió una breve mirada de soslayo a Daruu.
—Entendido... —asintió Ayame, muy a su pesar. No conseguía imaginar otra cosa que le apeteciera menos que entrar a aquella casa.
Kōri esperó la respuesta de Daruu antes de escalar el muro de piedra con ayuda de su chakra y saltar al otro lado. Ayame, por su parte, optó por una solución más sencilla para ella: atravesar los barrotes de la verja que actuaba a modo de entrada licuando su cuerpo en el proceso.
—Arriba del todo hay un despacho con el suelo lleno de esqueletos —dijo, con palabras lentas y pausadas. Aunque aquello no frenó el impacto que sufrió Ayame al escucharlo—. Esqueletos humanos. También estaba el libro que buscamos.
«E... ¿Esqueletos humanos? ¿Está bromeando?» Una parte de ella no quería creerlo, prefería pensar que aquello era una broma pesada o que Daruu había visto mal. Pero estaban en una misión, no había sitio para las bromas. Y los ojos de su compañero no fallaban.
—Debe de ser el libro que buscamos porque estaba abierto con un enorme sello en las dos páginas, y el sello brillaba con un chakra de una fuerza que no he visto nunca. Y no sé cómo vamos a sacarlo de ahí, porque mi cabeza está relacionando las palabras esqueleto y libro bastante fuerte.
—Estás completamente seguro, ¿verdad? —cuestionó Kōri, aunque más bien parecía una pregunta retórica lanzada al aire. Sumido en un pensativo silencio, el Jōnin alzó la mirada de sus ojos escarchados hacia lo alto de la mansión, y su hermana lo acompañó con un violento estremecimiento.
«Se suponía que iba a ser una misión fácil... ¡Sólo teníamos que comprobar el estado de Shiruuba-san y regresar con un libro! ¡Un maldito libro!»
—¡Por todos los truenos de Amenokami —se lamentó Daruu, resumiendo todas las maldiciones que Ayame se guardaba para sí—. ¡Esqueletos! ¿¡Pero cuánto tiempo ha pasado desde que la aldea contactó por última vez con Shiruuba!?
—¿Pero de quiénes eran esos... esos... esos... esqueletos...? —preguntó Ayame, con un débil balbuceo—. Porque no será de otros ninja que hayan venido antes que nosotros, ¿no...?
—Posiblemente fueran ladrones o personas interesadas en los conocimientos de Shiruuba —aventuró Kōri.
—¿Y Shiruuba-san está... entre ellos?
Un pequeño silencio en el que El Hielo alternó la mirada entre la mansión y Daruu.
—Eso, por el momento, no podemos saberlo. Lo único que sabemos es que el sello sigue activo y, si lo que ha visto Daruu es cierto, posee un sistema de seguridad muy peligroso.
Ayame tragó saliva con esfuerzo. Y, aún conociendo de antemano la respuesta, sus labios preguntaron, temblorosos:
—Y ahora, ¿qué hacemos...?
Kōri les dirigió una breve, pero intensa mirada.
—Parece que no nos queda más remedio que entrar.
Ya lo sabía, pero de todas maneras la respuesta cayó sobre ella como una pesada losa.
—Subiremos ahí arriba e investigaremos con cuidado ese despacho. Sin embargo, como vuestro superior, iréis siempre detrás de mí. Y hasta que no diga lo contrario no quiero que ninguno de los dos toque ese libro, ¿entendido? Desgraciadamente, ninguno de nosotros es experto en el arte del Fūinjutsu y no sabemos qué secretos puede encerrar entre sus páginas.
«Deberían haber contratado a otros shinobi para esta tarea... Papá, por ejemplo, sabe sobre técnicas de sellado.»
Ayame le dirigió una breve mirada de soslayo a Daruu.
—Entendido... —asintió Ayame, muy a su pesar. No conseguía imaginar otra cosa que le apeteciera menos que entrar a aquella casa.
Kōri esperó la respuesta de Daruu antes de escalar el muro de piedra con ayuda de su chakra y saltar al otro lado. Ayame, por su parte, optó por una solución más sencilla para ella: atravesar los barrotes de la verja que actuaba a modo de entrada licuando su cuerpo en el proceso.