6/02/2018, 12:30
No le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia. Hubiese preferido mil veces echarse a llorar y salir corriendo que entrar en aquella mansión perdida en medio del bosque.
Pero ella era una genin. Kōri era su superior, debía plegarse a sus órdenes. Pero no sólo eso... él era su hermano mayor. Y también estaba Daruu. Y estaba terriblemente preocupada por lo que pudiera sucederles ahí dentro.
Y aunque por dentro lo que deseaba era rogarles que abandonaran la misión y volver a la seguridad de su casa en Amegakure, nunca llegó a hacerlo y siguió los pasos del Jōnin y del Hyūga por el sendero descuidado e invadido por la maleza que les conduciría hacia la entrada principal de la mansión. Kōri alzó la mano para probar a girar el picaporte de la puerta, y aunque lo esperable era que se la hubieran encontrado cerrada a cal y canto, esta se abrió apenas la rozó.
—Mirad ahí —dijo Daruu, señalando el canto normalmente oculto de la entrada, que tenía signos de roce y astillas rotas—. La puerta ha sido forzada. Ladrones, definitivamente.
Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
—Cierto.
Terminó de abrir la puerta con sumo cuidado y se quedó momentáneamente parado en el umbral de la puerta antes de proceder a entrar con sumo cuidado.
—Ahora debemos subir. Manteneos cerca de mí y no os separéis —ordenó el Jōnin.
Y a Ayame no hizo falta que se lo dijera dos veces. Respiró hondo y echó a trotar detrás de la espalda de su hermano, mientras sus ojos recorrían la estancia con una mezcla de temor y curiosidad, estudiándola. Sin embargo, parte de su mente estaba permanentemente ocupada pensando en lo que se encontrarían al llegar arriba.
Pero ella era una genin. Kōri era su superior, debía plegarse a sus órdenes. Pero no sólo eso... él era su hermano mayor. Y también estaba Daruu. Y estaba terriblemente preocupada por lo que pudiera sucederles ahí dentro.
Y aunque por dentro lo que deseaba era rogarles que abandonaran la misión y volver a la seguridad de su casa en Amegakure, nunca llegó a hacerlo y siguió los pasos del Jōnin y del Hyūga por el sendero descuidado e invadido por la maleza que les conduciría hacia la entrada principal de la mansión. Kōri alzó la mano para probar a girar el picaporte de la puerta, y aunque lo esperable era que se la hubieran encontrado cerrada a cal y canto, esta se abrió apenas la rozó.
—Mirad ahí —dijo Daruu, señalando el canto normalmente oculto de la entrada, que tenía signos de roce y astillas rotas—. La puerta ha sido forzada. Ladrones, definitivamente.
Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
—Cierto.
Terminó de abrir la puerta con sumo cuidado y se quedó momentáneamente parado en el umbral de la puerta antes de proceder a entrar con sumo cuidado.
—Ahora debemos subir. Manteneos cerca de mí y no os separéis —ordenó el Jōnin.
Y a Ayame no hizo falta que se lo dijera dos veces. Respiró hondo y echó a trotar detrás de la espalda de su hermano, mientras sus ojos recorrían la estancia con una mezcla de temor y curiosidad, estudiándola. Sin embargo, parte de su mente estaba permanentemente ocupada pensando en lo que se encontrarían al llegar arriba.