6/02/2018, 13:24
Ayame era consciente de que en aquella casa no quedaba nadie con vida aparte de ellos tres que pudiera escucharlos, pero al sentirse invadiendo la propiedad de alguien sin su permiso, no podía evitar caminar de puntillas, intentando hacer el menor ruido posible, entre lentas y pausadas respiraciones. Pero el crujido de cada escalón carcomido por las termitas cada vez que alguno de ellos ponía un pie sobre ellos traicionaba todas sus intenciones.
El piso de arriba era similar al inferior, con un largo pasillo con varias puertas tanto a derecha como a izquierda. Pero el trío estaba concentrado en la que se encontraba al final del pasillo. Estaba entreabierta, y se podía apreciar un ligero brillo que trataba de escapar por el estrecho espacio que había entre el marco y el la hoja.
—¿Qué es eso? —preguntó Ayame, en apenas un susurro. Como si alguien fuera a escucharla.
—Es... es ahí —confirmó Daruu, cuando se encontraban a apenas tres metros de la puerta.
Kōri asintió, y formuló un sello con una mano. La temperatura pareció descender de golpe varios grados, y una ligera ventisca se levantó en torno a los tres shinobi antes de que el aire frente a ellos se condensara y se enfriara hasta el punto de que el agua se convirtió en nieve... y esa nieve adoptó la misma apariencia que el Jōnin. La réplica de nieve avanzó con cuidado y abrió la puerta con lentitud. Un extraño olor a polvo y algo más que no supo identificar invadió su nariz; y...
Y Ayame ahogó un grito cuando quedó ante sus ojos el horror de lo que se encontraba en el interior del despacho. Ni siquiera le dio tiempo a contar los esqueletos dispersos por el suelo, ni siquiera reparó en el que reposaba inerte sobre una silla de ruedas. Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños junto a sus costados para no salir corriendo. Eso no evitó que las lágrimas rodaran por sus mejillas o que su cuerpo temblara violentamente.
—Ayame —la llamó Kōri, tomándola por el hombro con una gentileza cargada de su característica frialdad—. No va a ser la primera vez que veas una escena así, y con toda seguridad las habrá peores. Lo siento.
Ella intentó responder, pero las palabras no conseguían salir de sus labios. En aquellos instantes sólo quería salir de allí.
Por su parte, el clon de nieve se adentró en la habitación con cuidado de no pisar ninguno de los huesos. La intención del Jōnin era bien simple: si había cualquier tipo de trampa en aquella habitación, lo sabrían de inmediato utilizando a un clon como detonante.
El piso de arriba era similar al inferior, con un largo pasillo con varias puertas tanto a derecha como a izquierda. Pero el trío estaba concentrado en la que se encontraba al final del pasillo. Estaba entreabierta, y se podía apreciar un ligero brillo que trataba de escapar por el estrecho espacio que había entre el marco y el la hoja.
—¿Qué es eso? —preguntó Ayame, en apenas un susurro. Como si alguien fuera a escucharla.
—Es... es ahí —confirmó Daruu, cuando se encontraban a apenas tres metros de la puerta.
Kōri asintió, y formuló un sello con una mano. La temperatura pareció descender de golpe varios grados, y una ligera ventisca se levantó en torno a los tres shinobi antes de que el aire frente a ellos se condensara y se enfriara hasta el punto de que el agua se convirtió en nieve... y esa nieve adoptó la misma apariencia que el Jōnin. La réplica de nieve avanzó con cuidado y abrió la puerta con lentitud. Un extraño olor a polvo y algo más que no supo identificar invadió su nariz; y...
Y Ayame ahogó un grito cuando quedó ante sus ojos el horror de lo que se encontraba en el interior del despacho. Ni siquiera le dio tiempo a contar los esqueletos dispersos por el suelo, ni siquiera reparó en el que reposaba inerte sobre una silla de ruedas. Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños junto a sus costados para no salir corriendo. Eso no evitó que las lágrimas rodaran por sus mejillas o que su cuerpo temblara violentamente.
—Ayame —la llamó Kōri, tomándola por el hombro con una gentileza cargada de su característica frialdad—. No va a ser la primera vez que veas una escena así, y con toda seguridad las habrá peores. Lo siento.
Ella intentó responder, pero las palabras no conseguían salir de sus labios. En aquellos instantes sólo quería salir de allí.
Por su parte, el clon de nieve se adentró en la habitación con cuidado de no pisar ninguno de los huesos. La intención del Jōnin era bien simple: si había cualquier tipo de trampa en aquella habitación, lo sabrían de inmediato utilizando a un clon como detonante.