7/02/2018, 10:36
Ayame había externalizado una preocupación compartida por Daruu; la única diferencia era que él se la guardaba para sí mismo. Y eso la hacía más dolorosa, porque no había nadie que pudiera entrar en la cabeza de uno para tranquilizarle. Afortunadamente la desesperación de su compañera accionó unas palabras de Kōri que bien podrían servirle a él. Se preguntó por qué siempre conseguía hacer que cualquier situación pareciese mucho más banal y segura de lo que en realidad era.
Y se respondió que lo más probable es que hubiera salido de situaciones peores.
Pero estaban dentro de un Genjutsu, ¿no? Al menos, así le había parecido. ¿Cómo iban a salir de él? Además, parecía una técnica sellada en el libro durante muchos años.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?
Pero Daruu negó con la cabeza.
—Mis ojos no servirían de nada en una situación como esta, sólo para confirmar que seguimos dentro del Genjutsu —explicó—. Dentro de una ilusión, o el autor de la misma se inventa el funcionamiento de mi técnica y me muestra lo que él quiere, o sería inútil. Pero por falta de una alternativa mejor, voy a probar.
Daruu activó su Byakugan y observó a su alrededor. Estaban en una isla desierta sin nada de vegetación, sólo arena y rocas. El horizonte se extendía hacia el infinito. Daruu podía ver con extrema claridad el flujo de chakra suyo propio y el de sus compañeros, y lo extraño era que no parecían estar afectados por un Genjutsu.
Es decir:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra.
»A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Daruu dio unos torpes pasos hacia atrás y se cayó de culo sobre la arena. Una figura esbelta flotaba a unos metros de ellos, sobre el agua. Era una mujer, espigada, de cabello negro rizado y gafas cuadradas, vestida con una túnica negra y larga y descalza. Un cinturón marrón sujetaba una Kusarigama que llevaba al cinto.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
«¿¡Shiruuba!? ¿¡Esta es la vieja!? Pero si...»
—Pero no temáis. Ahora sois libres. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.
Y se respondió que lo más probable es que hubiera salido de situaciones peores.
Pero estaban dentro de un Genjutsu, ¿no? Al menos, así le había parecido. ¿Cómo iban a salir de él? Además, parecía una técnica sellada en el libro durante muchos años.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?
Pero Daruu negó con la cabeza.
—Mis ojos no servirían de nada en una situación como esta, sólo para confirmar que seguimos dentro del Genjutsu —explicó—. Dentro de una ilusión, o el autor de la misma se inventa el funcionamiento de mi técnica y me muestra lo que él quiere, o sería inútil. Pero por falta de una alternativa mejor, voy a probar.
Daruu activó su Byakugan y observó a su alrededor. Estaban en una isla desierta sin nada de vegetación, sólo arena y rocas. El horizonte se extendía hacia el infinito. Daruu podía ver con extrema claridad el flujo de chakra suyo propio y el de sus compañeros, y lo extraño era que no parecían estar afectados por un Genjutsu.
Es decir:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra.
»A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Daruu dio unos torpes pasos hacia atrás y se cayó de culo sobre la arena. Una figura esbelta flotaba a unos metros de ellos, sobre el agua. Era una mujer, espigada, de cabello negro rizado y gafas cuadradas, vestida con una túnica negra y larga y descalza. Un cinturón marrón sujetaba una Kusarigama que llevaba al cinto.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
«¿¡Shiruuba!? ¿¡Esta es la vieja!? Pero si...»
—Pero no temáis. Ahora sois libres. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.