7/02/2018, 21:28
¡Jaijinzu Jonaro-san ha trabajado con nosotros en muchas expediciones! —se defendió Banadoru, que ya podía sentir la mirada severa de su jefe y profesor clavada en él—. ¿Quién iba a imaginarse que haría algo así? Es un reputado samurái, todos sus juramentos de honor se lo prohibirían.
Rōshi negó con la cabeza y se masajeó las sienes, tratando de no entrar en pánico.
—Tenemos que conservar la calma, señores y señorita... —dijo, y su voz sonó como un murmullo en la oscuridad—. El problema es... Que estas cámaras funerarias no deberían tener otra salida. Nunca fueron diseñadas para eso, no respondería a ningún propósito, sino más bien a preservar lo que hay dentro... Intacto, por los siglos de los siglos.
Banadoru asintió con pesadumbre.
—Y en el caso de que hubiera otro pasadizo que condujese a la superficie, probablemente sólo lo conocerían los trabajadores que excavaron esta tumba... —en su voz se podía notar la más pura desesperación—. Probablemente sus restos todavía reposen en el primer agujero que sorteamos. No era costumbre dejar viva a gente que tenía tal información sobre estas cámaras repletas de riquezas.
Mientras tanto, Aiko se había acercado al sarcófago. Al verla, el profesor adjunto se le acercó y la iluminó con su lámpara —sin lo cual la chica no habría visto ni un maldito pijo—. El cofre era de piedra maciza y de grandes dimensiones, repleto de inscripciones y grabados ilegibles para ambos genin. Sin embargo, al examinarlo más detenidamente la kunoichi pudo ver que la tapa que cubría el sarcófago estaba ligeramente deslizada hacia la derecha.
Si ella misma intentaba moverla para descubrir el cofre funerario vería que era demasiado pesada para sus pobre y poco desarrollada musculatura. Tal vez alguien con más fuerza.
Rōshi negó con la cabeza y se masajeó las sienes, tratando de no entrar en pánico.
—Tenemos que conservar la calma, señores y señorita... —dijo, y su voz sonó como un murmullo en la oscuridad—. El problema es... Que estas cámaras funerarias no deberían tener otra salida. Nunca fueron diseñadas para eso, no respondería a ningún propósito, sino más bien a preservar lo que hay dentro... Intacto, por los siglos de los siglos.
Banadoru asintió con pesadumbre.
—Y en el caso de que hubiera otro pasadizo que condujese a la superficie, probablemente sólo lo conocerían los trabajadores que excavaron esta tumba... —en su voz se podía notar la más pura desesperación—. Probablemente sus restos todavía reposen en el primer agujero que sorteamos. No era costumbre dejar viva a gente que tenía tal información sobre estas cámaras repletas de riquezas.
Mientras tanto, Aiko se había acercado al sarcófago. Al verla, el profesor adjunto se le acercó y la iluminó con su lámpara —sin lo cual la chica no habría visto ni un maldito pijo—. El cofre era de piedra maciza y de grandes dimensiones, repleto de inscripciones y grabados ilegibles para ambos genin. Sin embargo, al examinarlo más detenidamente la kunoichi pudo ver que la tapa que cubría el sarcófago estaba ligeramente deslizada hacia la derecha.
Si ella misma intentaba moverla para descubrir el cofre funerario vería que era demasiado pesada para sus pobre y poco desarrollada musculatura. Tal vez alguien con más fuerza.