7/02/2018, 22:04
(Última modificación: 7/02/2018, 22:14 por Aotsuki Ayame.)
Sin embargo, todo intento fue inútil. La mujer levitó en el aire de manera antinatural, pero con una facilidad casi insultante, y el taladro de agua no llegó a alcanzarla rozarla siquiera antes de que la fuerza de la gravedad devolvieran a las aguas a su origen natural.
—No sirve de nada. Tendréis que vivir con ello, y aceptarlo. Como hicieron los demás.
Daruu se adelantó entonces.
—Has dicho que tendríamos todo lo que quisiéramos —habló—. Deseo salir de aquí.
«¡Eso es!» Celebró Ayame, conteniendo la respiración. ¡Combatir los deseos con sus deseos era lo que tenían que hacer!
O eso era lo que pensaba hasta que vio a Shiruba torcer el gesto. Y antes de que comenzara a hablar, Ayame se dio cuenta de que ni siquiera eso funcionaría.
—¿Por qué desearías algo así? ¡Estáis en un paraíso! Eso podría tener consecuencias horribles para mi mundo. Podrías destruir el libro. De modo que no puedo permitir eso.
—¡Eso no es un paraíso, es una tiranía! —protestó el genin.
—Alguien tiene que controlar el paraíso.
Y tal y como había aparecido, desapareció.
«Estamos perdidos...» Pensó Ayame, dejando escapar el aire de los pulmones, derrotada.
Pero no tuvo mucho tiempo para lamentarse. Frente a ellos, el agua del mar se agitó y tembló, y de repente surgieron de la nada una serie de tablones de madera que comenzaron a alinearse los unos con los otros hasta formar un largo puente de madera que se perdía en el horizonte.
—¿Y ahora qué? —preguntó la muchacha, con un hilo de voz.
Kōri se volvió sobre sus talones, pensativo. Sus ojos de escarcha recorrieron la pequeña isla que les rodeaba de parte a parte antes de detenerse momentáneamente en sus dos alumnos. En Daruu y en su hermana pequeña. Y después continuaron hacia la longitud del puente.
—Seguiremos el puente —afirmó al fin.
—¡Pero no sabemos lo que hay al otro lado! ¡Seguro que nos espera alguna trampa!
Kōri volvió a mirarlos.
—Es lo más probable. Pero quedándonos aquí no solucionaremos nada. En esta isla no hay más que arena y rocas. Vamos —les instó, antes de comenzar a dirigirse hacia el corredor de madera que se adentraba en aquel océano desconocido—. Estad atentos y manteneos detrás de mí en todo momento. Seguramente Shiruuba intente engañarnos, engatusarnos con ese paraíso del que no deja de hablar. No os dejéis engañar. No olvidéis quiénes sois ni de dónde venís.
«Especialmente tú, Ayame.» Podía tener muchas cualidades, pero, de los tres, Kōri sabía bien que la muchacha era la más débil en cuanto a voluntad se refería. Era la más inocente, la más voluble, la más manejable. No podía permitir que pasara algo como con los Kajitsu Hōzuki. No podía quitarle el ojo de encima.
—¿Por qué está haciendo algo como esto? —preguntó la kunoichi en un momento dado, tenía la mirada perdida en las aguas que se extendían en el lado del puente sobre el que caminaba—. Se suponía que trabajaba con Amegakure.
—Sí —asintió Kōri—. Pero seguramente tenía sus propios planes y el trabajar para la aldea sólo le daba la tapadera perfecta para no levantar sospechas.
—La inmortalidad... —murmuró Ayame, recordando las palabras de Shiruuba. Había construido un paraíso en el que había encerrado su alma y su conciencia. Como ella había dicho, ahora era "eterna".
Kōri asintió.
—¡Pero ha arrastrado a gente que nada tenía que ver con esto!
—No creo que lo pretendiera. Más bien, al proteger su libro para que no fuera destruido y poder mantenerse en esta realidad alternativa, ha surgido como un daño colateral.
—Pero esa gente ya no podrá volver... —musitó Ayame, recordando los esqueletos que invadían la habitación—. ¿Qué habrá sido de esas personas? ¿Qué será de ellas si siguen aquí encerradas? ¿Qué será... de nosotros...?
—No sirve de nada. Tendréis que vivir con ello, y aceptarlo. Como hicieron los demás.
Daruu se adelantó entonces.
—Has dicho que tendríamos todo lo que quisiéramos —habló—. Deseo salir de aquí.
«¡Eso es!» Celebró Ayame, conteniendo la respiración. ¡Combatir los deseos con sus deseos era lo que tenían que hacer!
O eso era lo que pensaba hasta que vio a Shiruba torcer el gesto. Y antes de que comenzara a hablar, Ayame se dio cuenta de que ni siquiera eso funcionaría.
—¿Por qué desearías algo así? ¡Estáis en un paraíso! Eso podría tener consecuencias horribles para mi mundo. Podrías destruir el libro. De modo que no puedo permitir eso.
—¡Eso no es un paraíso, es una tiranía! —protestó el genin.
—Alguien tiene que controlar el paraíso.
Y tal y como había aparecido, desapareció.
«Estamos perdidos...» Pensó Ayame, dejando escapar el aire de los pulmones, derrotada.
Pero no tuvo mucho tiempo para lamentarse. Frente a ellos, el agua del mar se agitó y tembló, y de repente surgieron de la nada una serie de tablones de madera que comenzaron a alinearse los unos con los otros hasta formar un largo puente de madera que se perdía en el horizonte.
—¿Y ahora qué? —preguntó la muchacha, con un hilo de voz.
Kōri se volvió sobre sus talones, pensativo. Sus ojos de escarcha recorrieron la pequeña isla que les rodeaba de parte a parte antes de detenerse momentáneamente en sus dos alumnos. En Daruu y en su hermana pequeña. Y después continuaron hacia la longitud del puente.
—Seguiremos el puente —afirmó al fin.
—¡Pero no sabemos lo que hay al otro lado! ¡Seguro que nos espera alguna trampa!
Kōri volvió a mirarlos.
—Es lo más probable. Pero quedándonos aquí no solucionaremos nada. En esta isla no hay más que arena y rocas. Vamos —les instó, antes de comenzar a dirigirse hacia el corredor de madera que se adentraba en aquel océano desconocido—. Estad atentos y manteneos detrás de mí en todo momento. Seguramente Shiruuba intente engañarnos, engatusarnos con ese paraíso del que no deja de hablar. No os dejéis engañar. No olvidéis quiénes sois ni de dónde venís.
«Especialmente tú, Ayame.» Podía tener muchas cualidades, pero, de los tres, Kōri sabía bien que la muchacha era la más débil en cuanto a voluntad se refería. Era la más inocente, la más voluble, la más manejable. No podía permitir que pasara algo como con los Kajitsu Hōzuki. No podía quitarle el ojo de encima.
—¿Por qué está haciendo algo como esto? —preguntó la kunoichi en un momento dado, tenía la mirada perdida en las aguas que se extendían en el lado del puente sobre el que caminaba—. Se suponía que trabajaba con Amegakure.
—Sí —asintió Kōri—. Pero seguramente tenía sus propios planes y el trabajar para la aldea sólo le daba la tapadera perfecta para no levantar sospechas.
—La inmortalidad... —murmuró Ayame, recordando las palabras de Shiruuba. Había construido un paraíso en el que había encerrado su alma y su conciencia. Como ella había dicho, ahora era "eterna".
Kōri asintió.
—¡Pero ha arrastrado a gente que nada tenía que ver con esto!
—No creo que lo pretendiera. Más bien, al proteger su libro para que no fuera destruido y poder mantenerse en esta realidad alternativa, ha surgido como un daño colateral.
—Pero esa gente ya no podrá volver... —musitó Ayame, recordando los esqueletos que invadían la habitación—. ¿Qué habrá sido de esas personas? ¿Qué será de ellas si siguen aquí encerradas? ¿Qué será... de nosotros...?