14/02/2018, 13:20
Ante la pregunta del Jōnin, el hombre se detuvo a mitad de camino hacia la barra y se volvió hacia ellos de nuevo. Sus ojos brillaban con un extasiado destello de fervor cuando respondió:
—Ella vela por todos nosotros. Ella nos juzgó y decidió que fuimos válidos para venir al paraíso.
«Érais ladrones como mínimo.» Se recordó Ayame, mordiéndose la lengua para no soltar lo que estaba pensando. Parecía que, después de todo, Shiruuba no sólo le había hecho olvidar toda su anterior vida. También le había lavado el cerebro. «No puedo acabar como él. Me niego a seguir ciegamente a una lunática.»
—Ella es Todo, y Todo es Ella —seguía hablando, con ferviente pasión—. Se ocupa de que haya de todo lo bueno con su poder ilimitado, y se ocupa de que no haya nada malo, también.
—¿Cómo se ocupa de que no haya nada malo? —intervino Daruu—. ¿Y si alguno de vosotros decide, por ejemplo... robar a otro?
—¿Para qué? ¡Si tenemos todo lo que queremos! —rebatió el tabernero—. Excepto si te niegas a aceptar tu muerte y crees que todavía estás vivo, claro. Eso no puede ser. A todo el mundo le cuesta, pero hay gente que no lo acepta. Esa gente va al Infierno.
Ayame sintió que el corazón se le congelaba en el pecho.
—¿El Infierno? —se atrevió a preguntar Daruu, reflejando la duda de los tres.
—Nadie sabe lo que es, pero esa gente no vuelve, y bien merecido se lo tienen. Hay quien intenta incluso atacar a la Diosa. ¡Qué locura!
Daruu intercambió una mirada con ambos, y Ayame se la devolvió, pálida como la luna llena. Sin embargo, Kōri no pareció reaccionar.
—Tiene razón. Qué locura —afirmó, mientras seguía comiendo sin ningún tipo de reparo.
Pero Ayame seguía sin probar bocado alguno, cada vez más inquieta ante las perspectivas. ¿Estaban condenados a quedarse allí para siempre mientras sus cuerpos físicos se consumían bajo la amenaza de un castigo incierto como seguro? ¿Qué les habría pasado a aquellas pobres personas que se habían atrevido a enfrentar a Shiruuba? ¿Si morían en aquella realidad su cuerpo real entraría en un coma hasta que terminara por consumirse? Tragó saliva, pero tenía la boca tan seca como si estuviera intentando tragar la suela de una zapatilla.
—¿Es posible... sufrir daños aquí? —se atrevió a hablar con voz tan entrecortada como débil. Por el rabillo del ojo percibió la mirada cargada de advertencia de Kōri, pero ya era tarde para echarse atrás—. Puedes tener lo que quieras, pero... ¿qué pasa si alguien se lleva mal con otro alguien por cualquier motivo? ¿Qué pasa si intenta atacarle?
—Ella vela por todos nosotros. Ella nos juzgó y decidió que fuimos válidos para venir al paraíso.
«Érais ladrones como mínimo.» Se recordó Ayame, mordiéndose la lengua para no soltar lo que estaba pensando. Parecía que, después de todo, Shiruuba no sólo le había hecho olvidar toda su anterior vida. También le había lavado el cerebro. «No puedo acabar como él. Me niego a seguir ciegamente a una lunática.»
—Ella es Todo, y Todo es Ella —seguía hablando, con ferviente pasión—. Se ocupa de que haya de todo lo bueno con su poder ilimitado, y se ocupa de que no haya nada malo, también.
—¿Cómo se ocupa de que no haya nada malo? —intervino Daruu—. ¿Y si alguno de vosotros decide, por ejemplo... robar a otro?
—¿Para qué? ¡Si tenemos todo lo que queremos! —rebatió el tabernero—. Excepto si te niegas a aceptar tu muerte y crees que todavía estás vivo, claro. Eso no puede ser. A todo el mundo le cuesta, pero hay gente que no lo acepta. Esa gente va al Infierno.
Ayame sintió que el corazón se le congelaba en el pecho.
—¿El Infierno? —se atrevió a preguntar Daruu, reflejando la duda de los tres.
—Nadie sabe lo que es, pero esa gente no vuelve, y bien merecido se lo tienen. Hay quien intenta incluso atacar a la Diosa. ¡Qué locura!
Daruu intercambió una mirada con ambos, y Ayame se la devolvió, pálida como la luna llena. Sin embargo, Kōri no pareció reaccionar.
—Tiene razón. Qué locura —afirmó, mientras seguía comiendo sin ningún tipo de reparo.
Pero Ayame seguía sin probar bocado alguno, cada vez más inquieta ante las perspectivas. ¿Estaban condenados a quedarse allí para siempre mientras sus cuerpos físicos se consumían bajo la amenaza de un castigo incierto como seguro? ¿Qué les habría pasado a aquellas pobres personas que se habían atrevido a enfrentar a Shiruuba? ¿Si morían en aquella realidad su cuerpo real entraría en un coma hasta que terminara por consumirse? Tragó saliva, pero tenía la boca tan seca como si estuviera intentando tragar la suela de una zapatilla.
—¿Es posible... sufrir daños aquí? —se atrevió a hablar con voz tan entrecortada como débil. Por el rabillo del ojo percibió la mirada cargada de advertencia de Kōri, pero ya era tarde para echarse atrás—. Puedes tener lo que quieras, pero... ¿qué pasa si alguien se lleva mal con otro alguien por cualquier motivo? ¿Qué pasa si intenta atacarle?