15/02/2018, 13:42
El rostro del tabernero se ensombreció ante su pregunta.
—Un aviso de la Diosa. Y luego, al Infierno. Sólo hay una oportunidad de redención —respondió, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la barra—. Tenemos muchos días para hablar del Paraíso. Lo primero que deberíais de hacer es ir a vuestro nuevo hogar.
«Ho... ¿Hogar...?» Pensó Ayame.
—¡Una casa para cada uno! Podéis coger cualquiera de las casas vacías, pero no hagáis como esa chiquilla de la zona norte. Aquello está desierto. ¿Por qué elegir vivir sólo cuando tienes un maravilloso vecindario aquí, cerca de la playa? A no ser que seas un hereje. Pero la Diosa lo sabría. Ella siempre sabe todo. A no ser que seas un hereje. Pero la Diosa lo sabría. Ella siempre sabe todo.
«Una casa para cada uno.» Se repitió mentalmente mirando de reojo a Daruu y a Kōri. «¿De verdad tendremos que separarnos así sin más?» La sola idea le aterrorizaba. ¿Cómo iba a poder dormir sola en una casa desconocida en un lugar desconocido del que estaba intentando escapar desesperadamente?
Sin embargo, Kōri seguía igual de impertérrito que siempre. A ojos ajenos, y para alguien que no le conociera lo suficiente, no sería difícil imaginar que ya había aceptado su destino.
—Eso haremos. Muchas gracias, señor —dijo, dedicándole una última inclinación con la cabeza al tabernero antes de levantarse. La silla chirrió contra el suelo en el proceso. Los platos, sobre la mesa, ya sólo conservaban algunas migajas como pobres testigos de lo ocurrido—. Vámonos, chicos. Nos espera un largo tiempo en El Paraíso.
Ayame salió detrás de ellos arrastrando los pies, y sólo una vez estuvieron de nuevo bajo el cielo y en ausencia de oídos ajenos, se atrevió a preguntar en voz baja:
—¿De verdad vamos a hacerlo? ¿Buscar una casa para cada uno?
—No parece que haya elección —respondió Kōri—. Pero me gustaría conocer a esa chica de la que ha hablado el tabernero. Puede que sea como él, pero también ser que guarde algo interesante. —se volvió hacia Ayame y con una mano le revolvió los cabellos en un gesto fraternal—. Deja de preocuparte tanto, Ayame. Tu actitud sólo va a levantar sospechas entre los vecinos.
—Lo siento...
—Un aviso de la Diosa. Y luego, al Infierno. Sólo hay una oportunidad de redención —respondió, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la barra—. Tenemos muchos días para hablar del Paraíso. Lo primero que deberíais de hacer es ir a vuestro nuevo hogar.
«Ho... ¿Hogar...?» Pensó Ayame.
—¡Una casa para cada uno! Podéis coger cualquiera de las casas vacías, pero no hagáis como esa chiquilla de la zona norte. Aquello está desierto. ¿Por qué elegir vivir sólo cuando tienes un maravilloso vecindario aquí, cerca de la playa? A no ser que seas un hereje. Pero la Diosa lo sabría. Ella siempre sabe todo. A no ser que seas un hereje. Pero la Diosa lo sabría. Ella siempre sabe todo.
«Una casa para cada uno.» Se repitió mentalmente mirando de reojo a Daruu y a Kōri. «¿De verdad tendremos que separarnos así sin más?» La sola idea le aterrorizaba. ¿Cómo iba a poder dormir sola en una casa desconocida en un lugar desconocido del que estaba intentando escapar desesperadamente?
Sin embargo, Kōri seguía igual de impertérrito que siempre. A ojos ajenos, y para alguien que no le conociera lo suficiente, no sería difícil imaginar que ya había aceptado su destino.
—Eso haremos. Muchas gracias, señor —dijo, dedicándole una última inclinación con la cabeza al tabernero antes de levantarse. La silla chirrió contra el suelo en el proceso. Los platos, sobre la mesa, ya sólo conservaban algunas migajas como pobres testigos de lo ocurrido—. Vámonos, chicos. Nos espera un largo tiempo en El Paraíso.
Ayame salió detrás de ellos arrastrando los pies, y sólo una vez estuvieron de nuevo bajo el cielo y en ausencia de oídos ajenos, se atrevió a preguntar en voz baja:
—¿De verdad vamos a hacerlo? ¿Buscar una casa para cada uno?
—No parece que haya elección —respondió Kōri—. Pero me gustaría conocer a esa chica de la que ha hablado el tabernero. Puede que sea como él, pero también ser que guarde algo interesante. —se volvió hacia Ayame y con una mano le revolvió los cabellos en un gesto fraternal—. Deja de preocuparte tanto, Ayame. Tu actitud sólo va a levantar sospechas entre los vecinos.
—Lo siento...