19/02/2018, 08:28
Los chicos pasaban al lado de hileras e hileras de casas de piedra con la chimenea apagada, todas iguales. Formaban una perfecta urbanización sin disparidad, como el ejército de una nación con una identidad muy marcada. Daruu sintió el mismo escalofrío que si estuviera viendo marchar uno de estos.
—Me pregunto, ¿por qué llevar una posada cuando no te mueves por dinero? —preguntó Ayame a medio camino—. Quiero decir, si puedes tener todo lo que quieras sin esfuerzo... ¿para qué necesitas trabajar?
Daruu se encogió de hombros.
—Tal vez porque las promesas de tener todo lo que quieras están condicionadas a que formes una pieza clave en la fantasía infantil de Shiruuba —intentó Daruu—. Así habrán taberneros, herreros para la cubertería, carpinteros para los muebles...
»O quizás, simplemente, nadie pueda vivir durante mucho tiempo sin hacer algo productivo. A lo mejor, era uno de esos bandidos, y su sueño siempre había sido poseer una taberna. ¿Te imaginas a mi madre mucho tiempo sin dedicarse a la repostería?
Encontraron la casa de la que el tabernero les había hablado. No fue difícil: era la única a la que habían pintado de color de rosa, tal vez en un acto de rebeldía, esperó Daruu. Cuando se plantaron enfrente de ella, el muchacho se adelantó y tocó tres veces a la puerta.
No hubo respuesta.
—Pero si os fijáis, la chimenea está...
La puerta de madera cedió, chirriando. Ante el umbral apareció una joven de unos veintidós años, a juzgar por su aspecto. Tenía una media melena negra, y vestía con unos pantalones de color negro que le llegaban hasta la mitad de los muslos, una camiseta violeta, y por encima de todo, un mono vaquero de color azul apagado. Tenía unos ojos grandes de color gris.
Y llevaba sobre la frente la bandana de Amegakure.
La mujer se les quedó mirando con la boca abierta, y dos lágrimas silenciosas cayeron por el borde de su rostro.
«¿Una ninja como nosotros? Pero...»
—Por favor... pasad la noche conmigo. Hace mucho que no veo a nadie de la aldea... ¡Por favor! —Hizo una reverencia, casi con la frente en el suelo.
—Me pregunto, ¿por qué llevar una posada cuando no te mueves por dinero? —preguntó Ayame a medio camino—. Quiero decir, si puedes tener todo lo que quieras sin esfuerzo... ¿para qué necesitas trabajar?
Daruu se encogió de hombros.
—Tal vez porque las promesas de tener todo lo que quieras están condicionadas a que formes una pieza clave en la fantasía infantil de Shiruuba —intentó Daruu—. Así habrán taberneros, herreros para la cubertería, carpinteros para los muebles...
»O quizás, simplemente, nadie pueda vivir durante mucho tiempo sin hacer algo productivo. A lo mejor, era uno de esos bandidos, y su sueño siempre había sido poseer una taberna. ¿Te imaginas a mi madre mucho tiempo sin dedicarse a la repostería?
Encontraron la casa de la que el tabernero les había hablado. No fue difícil: era la única a la que habían pintado de color de rosa, tal vez en un acto de rebeldía, esperó Daruu. Cuando se plantaron enfrente de ella, el muchacho se adelantó y tocó tres veces a la puerta.
No hubo respuesta.
—Pero si os fijáis, la chimenea está...
La puerta de madera cedió, chirriando. Ante el umbral apareció una joven de unos veintidós años, a juzgar por su aspecto. Tenía una media melena negra, y vestía con unos pantalones de color negro que le llegaban hasta la mitad de los muslos, una camiseta violeta, y por encima de todo, un mono vaquero de color azul apagado. Tenía unos ojos grandes de color gris.
Y llevaba sobre la frente la bandana de Amegakure.
La mujer se les quedó mirando con la boca abierta, y dos lágrimas silenciosas cayeron por el borde de su rostro.
«¿Una ninja como nosotros? Pero...»
—Por favor... pasad la noche conmigo. Hace mucho que no veo a nadie de la aldea... ¡Por favor! —Hizo una reverencia, casi con la frente en el suelo.