20/02/2018, 10:29
(Última modificación: 20/02/2018, 10:32 por Aotsuki Ayame.)
—La Diosa no puede acordarse de todos los detalles, al fin y al cabo sólo es una humana. Nos dio este sitio para vivir eternamente en la felicidad, y a ella se lo agradecemos —respondió, con sus ojos de acero fijos en Kōri, y Ayame sintió un escalofrío—. Pero tiene sus límites y estoy segura de que cuidar de todo desgasta lo suficiente como para que se le olvide alguno de sus hijos.
«Oh, no... A ella también le han lavado el cerebro...» Se lamentó, y sintió verdadera lástima al ver a aquella kunoichi de Amegakure, casi la única cara amiga que podrían haber visto allí, sollozar de aquella manera. Pero visto lo visto aún no podían bajar la guardia.
—Así que insisto. Pasad la noche conmigo, por favor. Este Paraíso acaba de darme lo único que no podía darme.
Se dio la vuelta, y echó a andar hacia el interior de la casa. Había dejado caer su brazo izquierdo, y a Ayame casi le pasó desapercibido el gesto de su mano. Pero no a los ojos de búho de Kōri. Una simple palabra que complementaba la frase anteriormente formulada. Una simple palabra que cambiaría la concepción sobre aquella mujer y el transcurso de acción de ahora en adelante:
Quizás se había equivocado. Quizás sólo estaba disimulando y no había caído ante el influjo de Shiruuba aún. Quizás seguía manteniendo intacta su cordura...
Ayame contuvo la respiración momentáneamente; y, como Daruu, dirigió una mirada interrogante hacia su hermano. Él se había mantenido estático, con su rostro de mármol imperturbable. E igual de anodina fue su voz cuando dijo:
—Está bien. Vamos, chicos.
Y los tres entraron dentro de la casa, siguiendo los pasos de la kunoichi.
«Esperanza...» Meditaba Ayame, mordiéndose el labio inferior con profunda tristeza. Ellos estaban muy lejos de representar un mensaje de esperanza para ella. Sobre todo, porque ella, al contrario que ellos, jamás podría regresar al mundo de los vivos.
«Oh, no... A ella también le han lavado el cerebro...» Se lamentó, y sintió verdadera lástima al ver a aquella kunoichi de Amegakure, casi la única cara amiga que podrían haber visto allí, sollozar de aquella manera. Pero visto lo visto aún no podían bajar la guardia.
—Así que insisto. Pasad la noche conmigo, por favor. Este Paraíso acaba de darme lo único que no podía darme.
Se dio la vuelta, y echó a andar hacia el interior de la casa. Había dejado caer su brazo izquierdo, y a Ayame casi le pasó desapercibido el gesto de su mano. Pero no a los ojos de búho de Kōri. Una simple palabra que complementaba la frase anteriormente formulada. Una simple palabra que cambiaría la concepción sobre aquella mujer y el transcurso de acción de ahora en adelante:
Esperanza.
Quizás se había equivocado. Quizás sólo estaba disimulando y no había caído ante el influjo de Shiruuba aún. Quizás seguía manteniendo intacta su cordura...
Ayame contuvo la respiración momentáneamente; y, como Daruu, dirigió una mirada interrogante hacia su hermano. Él se había mantenido estático, con su rostro de mármol imperturbable. E igual de anodina fue su voz cuando dijo:
—Está bien. Vamos, chicos.
Y los tres entraron dentro de la casa, siguiendo los pasos de la kunoichi.
«Esperanza...» Meditaba Ayame, mordiéndose el labio inferior con profunda tristeza. Ellos estaban muy lejos de representar un mensaje de esperanza para ella. Sobre todo, porque ella, al contrario que ellos, jamás podría regresar al mundo de los vivos.