20/02/2018, 17:12
La situación dio rápidamente un giro que Akame no habría esperado. La pequeña infante le tendió una enorme maza repleta de puntiagudas espinas de hierro que lucía lo suficientemente contundente como para que, de impactarles, el herrero no lo tuviera difícil para cumplir su amenaza. Claro, aquello no era nada para los dos mejores genin de las últimas promociones de Uzushiogakure no Sato... Pero sí para Kenzaburō y Akira, los lazarillos del rico comerciante Suzuki Okane.
«¿Si te importa una mierda para qué cojones nos preguntas?», habría dicho —en otras circunstancias— el joven Uchiha. Sin embargo, la situación ameritaba una reacción bien distinta a la bravata del corpulento artesano.
—Pero, buen hombre, repórtese... —empezó a decir Akame, retrocediendo un par de pasos y fingiendo un miedo que no sentía—. Sólo cumplimos con nuestro trabajo y...
Entonces Datsue le acompañó en palabras y acciones; ambos Hermanos del Desierto retrocedían con visible temor a aquella enorme maza, pero sin querer todavía dejar la última palabra por decir.
—¡Sepa usted que el alguacil se enterará de esto! —dijo Akame, quebrando a propósito su voz para no imprimirle autoridad ni convicción ninguna—. Ya verá cuando tenga que contarles a sus vecinos cómo usted solito ha echado a perder el dinero que Okane-dono pensaba gastarse en sus negocios aquí.
Así el fingido ayudante se dio media vuelta y empezó a caminar para alejarse de aquel tipo enorme y belicoso. «Meh, el plan A ha fallado...»
«¿Si te importa una mierda para qué cojones nos preguntas?», habría dicho —en otras circunstancias— el joven Uchiha. Sin embargo, la situación ameritaba una reacción bien distinta a la bravata del corpulento artesano.
—Pero, buen hombre, repórtese... —empezó a decir Akame, retrocediendo un par de pasos y fingiendo un miedo que no sentía—. Sólo cumplimos con nuestro trabajo y...
Entonces Datsue le acompañó en palabras y acciones; ambos Hermanos del Desierto retrocedían con visible temor a aquella enorme maza, pero sin querer todavía dejar la última palabra por decir.
—¡Sepa usted que el alguacil se enterará de esto! —dijo Akame, quebrando a propósito su voz para no imprimirle autoridad ni convicción ninguna—. Ya verá cuando tenga que contarles a sus vecinos cómo usted solito ha echado a perder el dinero que Okane-dono pensaba gastarse en sus negocios aquí.
Así el fingido ayudante se dio media vuelta y empezó a caminar para alejarse de aquel tipo enorme y belicoso. «Meh, el plan A ha fallado...»