20/02/2018, 21:01
Para la suerte de todos, aquel par de tipos acabaron en un bar de mala muerte predispuestos a beberse aquella botella con el gusto recién adquirido de un ladrón. Se habían convertido en un rastro muerto e inútil que quizás, ya no valía la pena seguir. ¿O sí?
La otra réplica, finalmente, decidió visitar la tercera locación. Era una casona antigua muy similar a la que visitó primero, aunque ligeramente más pequeña y acogedora. Parecía ocupada, tanto que tras un primer vistazo, pudo divisar a al menos diez uniformados paseándose por el jardín, y otros saliendo y entrando del interior de la fachada. Entonces, a final de todo, vio salir a un hombre. Alto, fornido y vestido con un grueso chaleco negro, pantalones militares y botas de entrenamiento. Era calvo, tenía una enorme cicatriz que le atravesaba el cuello, y portaba dos sendas katanas en el posterior de su espalda.
Etsu rió, por primera vez en la velada. Cabeceó de tanto en tanto mientras Sakyu cantaba villancicos y trataba de seducirle con aquel dialecto del diablo que tan bien sabía usar el condenado. Pero, él también era diestro en ese aspecto y no era de los que dejaba amedrantase fácilmente.
—Los ninjas no nos suponen inconveniente alguno. Entenderá que un shinobi que se escuda tras su bandana necesita y debe respetar ciertos preceptos. Líneas que no deben ni pueden cruzar. Oh, pero habrá algunos descarriados, desde luego, que renieguen de su banda y traten de aprovecharse del anonimato. Pero esas ratas son las primeras que terminan volviendo a escurrirse por las alcantarillas. ¿no será usted una de esas ratas? porque créame que estaría enormemente decepcionado, Sakyu-san.
Él también había tirado su all in, y con descaro.
—Pero, hipotéticamente hablando, en el supuesto de que puede que usted tenga algo de razón respecto a Shinzo, ¿qué es lo que haría, en el dado caso de?
La otra réplica, finalmente, decidió visitar la tercera locación. Era una casona antigua muy similar a la que visitó primero, aunque ligeramente más pequeña y acogedora. Parecía ocupada, tanto que tras un primer vistazo, pudo divisar a al menos diez uniformados paseándose por el jardín, y otros saliendo y entrando del interior de la fachada. Entonces, a final de todo, vio salir a un hombre. Alto, fornido y vestido con un grueso chaleco negro, pantalones militares y botas de entrenamiento. Era calvo, tenía una enorme cicatriz que le atravesaba el cuello, y portaba dos sendas katanas en el posterior de su espalda.
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Etsu rió, por primera vez en la velada. Cabeceó de tanto en tanto mientras Sakyu cantaba villancicos y trataba de seducirle con aquel dialecto del diablo que tan bien sabía usar el condenado. Pero, él también era diestro en ese aspecto y no era de los que dejaba amedrantase fácilmente.
—Los ninjas no nos suponen inconveniente alguno. Entenderá que un shinobi que se escuda tras su bandana necesita y debe respetar ciertos preceptos. Líneas que no deben ni pueden cruzar. Oh, pero habrá algunos descarriados, desde luego, que renieguen de su banda y traten de aprovecharse del anonimato. Pero esas ratas son las primeras que terminan volviendo a escurrirse por las alcantarillas. ¿no será usted una de esas ratas? porque créame que estaría enormemente decepcionado, Sakyu-san.
Él también había tirado su all in, y con descaro.
—Pero, hipotéticamente hablando, en el supuesto de que puede que usted tenga algo de razón respecto a Shinzo, ¿qué es lo que haría, en el dado caso de?