21/02/2018, 17:09
Ante las preguntas de los ninjas, Rōshi negó con la cabeza.
—No, que yo notara. Pero, a mí éste hombre me parece idéntico a Haijinzu Jonaro... —valoró, mirando de reojo el cadáver—. ¿Por qué alguien se haría pasar por él?
Banadoru, por su parte, se apresuró a corregir a los muchachos.
—Pero, Aiko-san, Datsue-san... ¿No os parece que es más que posible? Nosotros estábamos ahí dentro desde hace un rato, y... No sé...
Sea como fuere, el panorama estaba a punto de volverse mucho más caótico... Concretamente, cuando Aiko terminase de efectuar su subida por el escarpado túnel y terminara por sacar la cabeza a la superficie.
Desde allí oiría un alboroto lejano, ruido de metal entrechocándose y bramidos de bestias encabritadas. Si se giraba en la dirección en la que debía estar el campamento, podría ver que lo que antes había sido una sucesión ordenada de tiendas, toldos y carretas con cajas de herramientas y materiales, ahora era una masa informe de arena, sangre y caos.
Y es que los soldados del Daimyō habían seguido el rastro de la expedición y descubierto su paradero. Al amparo de la noche, un batallón completo de jinetes había llegado al campamento. Era de suponer que los hombres de Hanzō no se habían parado a dialogar, sino que en algún momento toda opción de rendición pacífica había saltado por los aires y ahora Aiko sólo era capaz de ver hombres peleando en mitad de la noche, las espadas destellando cuando alguno de ellos pasaba junto alguna luz, y caballos y camellos desbocados por doquier.
Era un caos absoluto.
—No, que yo notara. Pero, a mí éste hombre me parece idéntico a Haijinzu Jonaro... —valoró, mirando de reojo el cadáver—. ¿Por qué alguien se haría pasar por él?
Banadoru, por su parte, se apresuró a corregir a los muchachos.
—Pero, Aiko-san, Datsue-san... ¿No os parece que es más que posible? Nosotros estábamos ahí dentro desde hace un rato, y... No sé...
Sea como fuere, el panorama estaba a punto de volverse mucho más caótico... Concretamente, cuando Aiko terminase de efectuar su subida por el escarpado túnel y terminara por sacar la cabeza a la superficie.
Desde allí oiría un alboroto lejano, ruido de metal entrechocándose y bramidos de bestias encabritadas. Si se giraba en la dirección en la que debía estar el campamento, podría ver que lo que antes había sido una sucesión ordenada de tiendas, toldos y carretas con cajas de herramientas y materiales, ahora era una masa informe de arena, sangre y caos.
Y es que los soldados del Daimyō habían seguido el rastro de la expedición y descubierto su paradero. Al amparo de la noche, un batallón completo de jinetes había llegado al campamento. Era de suponer que los hombres de Hanzō no se habían parado a dialogar, sino que en algún momento toda opción de rendición pacífica había saltado por los aires y ahora Aiko sólo era capaz de ver hombres peleando en mitad de la noche, las espadas destellando cuando alguno de ellos pasaba junto alguna luz, y caballos y camellos desbocados por doquier.
Era un caos absoluto.