23/02/2018, 10:53
—Yo soy la encargada de llevarlos allí —respondió Arashihime, con la mirada clavada en el suelo. Y aquellas siete palabras cayeron sobre la cabeza de los tres shinobi como un pesado martillo.
Ayame se había quedado paralizada en el sitio. Kōri había entrecerrado sus ojos. Pero fue Daruu quien se reincorporó de golpe, dando un paso hacia la mujer. Estuvo a punto de tropezarse con la mesa de cristal.
—¿¡Por qué harías algo así!? —cuestionó, sacudiendo un brazo en el aire con el puño apretado—. ¡¡Quieres que acabemos con ella, pero tú misma has estado colaborando!! ¿¡Y ahora te arrepientes!?
Ella levantó la mirada hacia él, de nuevo con aquella sonrisa alicaída en su rostro.
—¿Tú no lo habrías podido hacer, verdad?
—¡Por supuesto que no!
—No habrías descubierto entonces lo que era ese Infierno que amenazaba la existencia de los que estaban aquí —replicó—. Quizás incluso Shiruuba hubiese acabado convenciéndote. O no. Ahora estarías hablando con tres ninjas de Ame sobre que es totalmente imposible salir de aquí.
Ayame tragó saliva con esfuerzo y hundió los hombros. Odiaba tener que admitir algo así, pero Arashihime tenía razón...
—Por favor, siéntate, Daruu-kun —Arashihime volvió a coger su refresco, inclinándose hacia delante en su asiento—. El tiempo se acaba.
»Kōri-senpai, un civil no sabe controlar el flujo de su chakra. Un ninja sí. El Infierno no nos haría ningún efecto, y si descubrimos cómo funciona y conseguimos librarnos de las cadenas podríamos causar un pequeño destrozo.
«Seguro que no será tan fácil.» Pensó Ayame, hundida por el pesimismo.
—Ahora, vamos a beber, a reír lo que podamos, y pasaréis la noche en mi casa. Mañana, a la misma hora, actuaremos y buscaremos a Shiruuba mientras duerme. Su verdadero yo debe de estar en alguna parte de ese lugar si quiere nutrirse con el chakra.
De repente el calor de la chimenea volvió a abrazarlos, acompañado por la suave brisa que acompañaba siempre al cuerpo helado de Kōri, e incluso el fulgor del fuego pareció avivarse. El sofá volvía a resultar tan cómodo que incluso invitaba a dormir sobre él y el agua, cuando volvió a beber de ella, era de nuevo fresca y deliciosa. Volvían a estar dentro del influjo del Genjutsu de los deseos. Shiruuba había despertado.
Distraídamente, Ayame miró de reojo el reloj para ver cuánto tiempo había pasado desde que se había ido a descansar.
—Entonces, ¿tú te llamas Amedama Daruu, no? —intrevino Arashihime de repente, cambiando de nuevo la conversación a aquellas trivialidades propias de una reunión de amigos—. ¿Amedama? ¿Eres hijo de Kiroe-chan, la de la cafetería?
—¡Sí! ¿Conoces sus famosos bollitos de vainilla? ¡Kōri-sensei no puede aguantar sin ellos! Hemos probado unos de aquí... No son iguales.
—Bah, bah, pues yo los noto igual.
—Pero estos son falsos.
—¿Falso? No, Daruu-kun, todo esto es muy real. Pronto verás que este mundo es un Paraíso...
Y, mientras ellos dos dialogaban, Ayame seguía pensando. Miró de reojo a sus dos compañeros. Kōri parecía casi tan pensativo como ella, pero mantenía firme su máscara de hielo impenetrable a los sentimientos. Ayame sabía que todo aquel tema del Infierno y las personas a las que estaban drenando el chakra le molestaba tanto como a Daruu, sino más. Pero él sabía mantener la calma en todo momento de una manera envidiable. Sus miradas se cruzaron durante apenas un instante. Era un verdadero tedio no poder comunicarse con ellos de ninguna manera por el temor a que Shiruuba les estuviese observando.
¿Habrían descubierto cómo entrar al Infierno o cómo encontrar a Shiruuba si no fuera por la información de Arashihime? ¿Pero qué le había llevado a aceptar una tarea así? ¿Había sacrificado a aquellas personas por obtener aquella valiosa información con el pos de liberarse o había sido convencida por la diosa? ¿Y si en realidad no estaba con ellos? ¿Y si en realidad los estaba conduciendo a las fauces del lobo?
No les quedaba ninguna alternativa que confiar en la mujer. Y ahora debían aguardar un día más en aquel supuesto Paraíso para poder llevar a cabo su plan de desbaratar el Infierno y salir de allí.
Así que la tarde continuó su curso con naturalidad. O, al menos, toda la naturalidad que fueron capaces de reunir, dadas las circunstancias.
Ayame se había quedado paralizada en el sitio. Kōri había entrecerrado sus ojos. Pero fue Daruu quien se reincorporó de golpe, dando un paso hacia la mujer. Estuvo a punto de tropezarse con la mesa de cristal.
—¿¡Por qué harías algo así!? —cuestionó, sacudiendo un brazo en el aire con el puño apretado—. ¡¡Quieres que acabemos con ella, pero tú misma has estado colaborando!! ¿¡Y ahora te arrepientes!?
Ella levantó la mirada hacia él, de nuevo con aquella sonrisa alicaída en su rostro.
—¿Tú no lo habrías podido hacer, verdad?
—¡Por supuesto que no!
—No habrías descubierto entonces lo que era ese Infierno que amenazaba la existencia de los que estaban aquí —replicó—. Quizás incluso Shiruuba hubiese acabado convenciéndote. O no. Ahora estarías hablando con tres ninjas de Ame sobre que es totalmente imposible salir de aquí.
Ayame tragó saliva con esfuerzo y hundió los hombros. Odiaba tener que admitir algo así, pero Arashihime tenía razón...
—Por favor, siéntate, Daruu-kun —Arashihime volvió a coger su refresco, inclinándose hacia delante en su asiento—. El tiempo se acaba.
»Kōri-senpai, un civil no sabe controlar el flujo de su chakra. Un ninja sí. El Infierno no nos haría ningún efecto, y si descubrimos cómo funciona y conseguimos librarnos de las cadenas podríamos causar un pequeño destrozo.
«Seguro que no será tan fácil.» Pensó Ayame, hundida por el pesimismo.
—Ahora, vamos a beber, a reír lo que podamos, y pasaréis la noche en mi casa. Mañana, a la misma hora, actuaremos y buscaremos a Shiruuba mientras duerme. Su verdadero yo debe de estar en alguna parte de ese lugar si quiere nutrirse con el chakra.
De repente el calor de la chimenea volvió a abrazarlos, acompañado por la suave brisa que acompañaba siempre al cuerpo helado de Kōri, e incluso el fulgor del fuego pareció avivarse. El sofá volvía a resultar tan cómodo que incluso invitaba a dormir sobre él y el agua, cuando volvió a beber de ella, era de nuevo fresca y deliciosa. Volvían a estar dentro del influjo del Genjutsu de los deseos. Shiruuba había despertado.
Distraídamente, Ayame miró de reojo el reloj para ver cuánto tiempo había pasado desde que se había ido a descansar.
—Entonces, ¿tú te llamas Amedama Daruu, no? —intrevino Arashihime de repente, cambiando de nuevo la conversación a aquellas trivialidades propias de una reunión de amigos—. ¿Amedama? ¿Eres hijo de Kiroe-chan, la de la cafetería?
—¡Sí! ¿Conoces sus famosos bollitos de vainilla? ¡Kōri-sensei no puede aguantar sin ellos! Hemos probado unos de aquí... No son iguales.
—Bah, bah, pues yo los noto igual.
—Pero estos son falsos.
—¿Falso? No, Daruu-kun, todo esto es muy real. Pronto verás que este mundo es un Paraíso...
Y, mientras ellos dos dialogaban, Ayame seguía pensando. Miró de reojo a sus dos compañeros. Kōri parecía casi tan pensativo como ella, pero mantenía firme su máscara de hielo impenetrable a los sentimientos. Ayame sabía que todo aquel tema del Infierno y las personas a las que estaban drenando el chakra le molestaba tanto como a Daruu, sino más. Pero él sabía mantener la calma en todo momento de una manera envidiable. Sus miradas se cruzaron durante apenas un instante. Era un verdadero tedio no poder comunicarse con ellos de ninguna manera por el temor a que Shiruuba les estuviese observando.
¿Habrían descubierto cómo entrar al Infierno o cómo encontrar a Shiruuba si no fuera por la información de Arashihime? ¿Pero qué le había llevado a aceptar una tarea así? ¿Había sacrificado a aquellas personas por obtener aquella valiosa información con el pos de liberarse o había sido convencida por la diosa? ¿Y si en realidad no estaba con ellos? ¿Y si en realidad los estaba conduciendo a las fauces del lobo?
No les quedaba ninguna alternativa que confiar en la mujer. Y ahora debían aguardar un día más en aquel supuesto Paraíso para poder llevar a cabo su plan de desbaratar el Infierno y salir de allí.
Así que la tarde continuó su curso con naturalidad. O, al menos, toda la naturalidad que fueron capaces de reunir, dadas las circunstancias.