24/02/2018, 21:32
El sol terminó por ponerse, y la velada dio a su fin. Arashihime acompañó al trío de shinobi escaleras arriba, hacia el piso superior, donde les esperaba un largo pasillo que terminaba en una puerta abierta que dejaba entrever una cama de matrimonio deshecha. Aquella era la habitación de la huésped, pero para ellos había cuatro habitaciones más a ambos lados del corredor. Ayame escogió la que quedaba más cerca de las escaleras, a mano izquierda. De alguna manera, se sentía más cómoda si tenía a mano una vía de escape.
Aunque no había modo alguno de escapar en aquel mundo.
Su habitación era un espacio amplio, con una cama ya preparada, un armario, una televisión y un sofá largo. Ayame se acercó con lentitud a la ventana, desde donde tenía una amplia visión de la ciudad cobijada bajo el manto de la noche. Había algunas ventanas aún encendidas y de varias chimeneas salía humo que se alzaba hacia el cielo estrellado como si quisiera alcanzarlo con las manos. Más allá, sólo había un mar infinito. Con un profundo suspiro, Ayame se apartó de la ventana, dejó su enorme mochila a los pies de la cama y la miró con cierta desconfianza. Sabía que aquella cama iba a ser la mejor que hubiera probado en su vida, que las sábanas serían suaves como la seda, que olerían a suavizante y que las mantas la abrazarían en su calidez. Sabía que sería tan perfecta como todo lo era en aquel mundo. Y aquello le molestaba mucho.
Le molestaba porque no quería acostumbrarse a aquellas comodidades. Porque sabía que, en cuanto lo hiciera, comenzaría a olvidar. Y aquello no podía permitirlo.
Por eso se agachó junto a su mochila, y sacó de ella un pequeño bloc de notas que solía llevar consigo y un lapicero. Se sentó sobre la cama, comprobando así que era incluso más perfecta de lo que podría haber imaginado, y apoyó el cuaderno sobre sus piernas cruzadas y lo abría para empezar a escribir en él.
Pero apenas habían pasado unos pocos minutos cuando unos toques en la puerta le hicieron pegar un brinco.
—¿Se puede? —escuchó la voz de Daruu al otro lado.
—¡Ah! S... ¡Sí, pasa, adelante! —se apresuró a responder, extrañada por aquella súbita visita.
¿Qué le traía a Daruu hasta allí?
Aunque no había modo alguno de escapar en aquel mundo.
Su habitación era un espacio amplio, con una cama ya preparada, un armario, una televisión y un sofá largo. Ayame se acercó con lentitud a la ventana, desde donde tenía una amplia visión de la ciudad cobijada bajo el manto de la noche. Había algunas ventanas aún encendidas y de varias chimeneas salía humo que se alzaba hacia el cielo estrellado como si quisiera alcanzarlo con las manos. Más allá, sólo había un mar infinito. Con un profundo suspiro, Ayame se apartó de la ventana, dejó su enorme mochila a los pies de la cama y la miró con cierta desconfianza. Sabía que aquella cama iba a ser la mejor que hubiera probado en su vida, que las sábanas serían suaves como la seda, que olerían a suavizante y que las mantas la abrazarían en su calidez. Sabía que sería tan perfecta como todo lo era en aquel mundo. Y aquello le molestaba mucho.
Le molestaba porque no quería acostumbrarse a aquellas comodidades. Porque sabía que, en cuanto lo hiciera, comenzaría a olvidar. Y aquello no podía permitirlo.
Por eso se agachó junto a su mochila, y sacó de ella un pequeño bloc de notas que solía llevar consigo y un lapicero. Se sentó sobre la cama, comprobando así que era incluso más perfecta de lo que podría haber imaginado, y apoyó el cuaderno sobre sus piernas cruzadas y lo abría para empezar a escribir en él.
Pero apenas habían pasado unos pocos minutos cuando unos toques en la puerta le hicieron pegar un brinco.
Toc, toc, toc.
—¿Se puede? —escuchó la voz de Daruu al otro lado.
—¡Ah! S... ¡Sí, pasa, adelante! —se apresuró a responder, extrañada por aquella súbita visita.
¿Qué le traía a Daruu hasta allí?