25/02/2018, 23:09
(Última modificación: 26/02/2018, 00:50 por Uchiha Akame.)
Lo que ocurrió a continuación era, probablemente, lo que Akame menos se hubiese esperado. Tal vez por eso mismo ni siquiera oyó los furiosos pasos del herrero sobre la tierra mientras se les acercaba a toda velocidad, enarbolando su pesada maza de hierro. Al menos, él había tenido más suerte que Datsue; el furibundo gorila decidió atacar a su Hermano primero y, valiéndose del elemento sorpresa, le asestó un tremendo golpe en la cabeza.
«¿¡Pero qué coj...!?»
No tuvo tiempo para sorprenderse. Sus ojos se volvieron rojos y el Sharingan le permitió percibir cómo los bíceps del herrero, poderosos como serpientes de acero, se contraían violentamente para darle a sus brazos la fuerza necesaria. Aquella maza negra y pinchuda se precipitaba contra su rostro a toda velocidad. «Si me da, estamos muertos».
Akame se agachó con rapidez para intentar esquivar el fatal golpe y hacer que la maza pasara de forma inocua sobre su cabeza.
Entonces tuvo que pensar rápido. «Si machaco a este tipo, levanto la liebre. Pero si sigo fingiendo, al final me va a terminar enganchando... Además, hay que tratar la herida de Datsue-kun. Mierda...»
—¡Herrero-san, por favor, deténgase! ¡Se lo suplico! —gimió lastimeramente el Uchiha, alzando ambos brazos de forma penosa en gesto de sumisión, cubriéndose parcialmente el rostro.
Claro, sus ojos del color de la sangre ya se habían fijado en los del herrero, y las aspas del Sharingan habían comenzado a girar. Aquello, al menos, detendría la súbita estampida de violencia.
—No venimos a causar ningún daño, por favor, no nos mate —diría el Uchiha en la realidad.
Aquellas palabras nunca llegarían a los oídos del herrero, sin embargo. Porque dentro del Saimigan, en el mundo ilusorio que estaba completamente bajo el control de Akame, la cosa sería distinta. Muy distinta.
El desdichado herrero se vería de repente inmerso en una oscuridad total. Nada había que pudiera ver, oír o sentir. Era como si aquella negrura le hubiera absorbido por completo, como si acabara de zambullirse en un barril de petróleo. Entonces dos destellos carmesíes aparecerían frente a él; dos enormes orbes rojos que lloraban sangre, con sendas pupilas negras y aspas del mismo color que le miraban fijamente, como intentando aplastarle.
—Escucha atentamente —la voz resonaría en la cabeza del herrero, proveniente de todas partes y de ninguna—. No venimos a causar problemas, sino a resolverlos... Cosa que nos acabas de hacer tremendamente más difícil. Así que puedes colaborar con nosotros, bajar tu arma, ayudarme a atender a mi compañero malherido y ofrecernos cobijo. Puedes ayudarnos a solucionar esta situación, a poner a salvo a tu hija. O puedes negarte, morir aquí y ahora, y dejarla huérfana de padre.
La oscuridad se arremolinaría en torno al herrero, como tomando forma material, apretándole todos los huesos y músculos del cuerpo con suficiente fuerza como para sugerir claramente que aquella no era una amenaza vacía.
—¿Y qué va a ser?
–
«¿¡Pero qué coj...!?»
No tuvo tiempo para sorprenderse. Sus ojos se volvieron rojos y el Sharingan le permitió percibir cómo los bíceps del herrero, poderosos como serpientes de acero, se contraían violentamente para darle a sus brazos la fuerza necesaria. Aquella maza negra y pinchuda se precipitaba contra su rostro a toda velocidad. «Si me da, estamos muertos».
Akame se agachó con rapidez para intentar esquivar el fatal golpe y hacer que la maza pasara de forma inocua sobre su cabeza.
Entonces tuvo que pensar rápido. «Si machaco a este tipo, levanto la liebre. Pero si sigo fingiendo, al final me va a terminar enganchando... Además, hay que tratar la herida de Datsue-kun. Mierda...»
—¡Herrero-san, por favor, deténgase! ¡Se lo suplico! —gimió lastimeramente el Uchiha, alzando ambos brazos de forma penosa en gesto de sumisión, cubriéndose parcialmente el rostro.
Claro, sus ojos del color de la sangre ya se habían fijado en los del herrero, y las aspas del Sharingan habían comenzado a girar. Aquello, al menos, detendría la súbita estampida de violencia.
—No venimos a causar ningún daño, por favor, no nos mate —diría el Uchiha en la realidad.
Aquellas palabras nunca llegarían a los oídos del herrero, sin embargo. Porque dentro del Saimigan, en el mundo ilusorio que estaba completamente bajo el control de Akame, la cosa sería distinta. Muy distinta.
El desdichado herrero se vería de repente inmerso en una oscuridad total. Nada había que pudiera ver, oír o sentir. Era como si aquella negrura le hubiera absorbido por completo, como si acabara de zambullirse en un barril de petróleo. Entonces dos destellos carmesíes aparecerían frente a él; dos enormes orbes rojos que lloraban sangre, con sendas pupilas negras y aspas del mismo color que le miraban fijamente, como intentando aplastarle.
—Escucha atentamente —la voz resonaría en la cabeza del herrero, proveniente de todas partes y de ninguna—. No venimos a causar problemas, sino a resolverlos... Cosa que nos acabas de hacer tremendamente más difícil. Así que puedes colaborar con nosotros, bajar tu arma, ayudarme a atender a mi compañero malherido y ofrecernos cobijo. Puedes ayudarnos a solucionar esta situación, a poner a salvo a tu hija. O puedes negarte, morir aquí y ahora, y dejarla huérfana de padre.
La oscuridad se arremolinaría en torno al herrero, como tomando forma material, apretándole todos los huesos y músculos del cuerpo con suficiente fuerza como para sugerir claramente que aquella no era una amenaza vacía.
—¿Y qué va a ser?
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– reg. dividida
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