26/02/2018, 11:26
Podía sentir la tensión en el cuerpo de Daruu. Podía sentir cada músculo de su cuerpo contrayéndose cuando tragó saliva y cuando la agarró con fuerza, como si Ayame fuera a desaparecer en cualquier momento por las palabras que acababa de pronunciar. Ayame no estaba mucho mejor, seguía abrazada al torso de su pareja, mientras mentalmente esperaba que la casa se pusiera a temblar de repente y que el techo se desgajara para dejar a la vista la furibunda silueta de Shiruuba.
«Maldita sea... Ya estamos empezando a verla como una diosa...» Maldijo para sí, apretando los dientes, entre aterrada y enfurecida. Odiaba aquella situación. Odiaba sentirse tan pequeña y voluble. Pero sobre todo odiaba la influencia que estaba ejerciendo aquella simple mujer sobre ellos. «Es humana. Nunca ha dejado de ser humana. Y nunca lo hará.» Se esforzó en recordarse.
—Madre mía, Ayame, ¿pero todavía sigues con esa teoría del experimento social? —escuchó decir a Daruu, en un pobre intento por solucionar la situación—. ¿Por qué iba alguien a montarse un chiringuito tan elaborado? No, yo sigo creyendo la teoría de Kōri-sensei. Sólo lo hizo para salvarse ella misma.
—S... sí... puede que tengas razón... —se escuchó a sí misma pronunciar, pese a que su mente estaba en el lado contrario.
Oh, cuánto le habría gustado ser lo suficientemente valiente y lo suficientemente poderosa como para poder permitirse levantarse de golpe y gritarle al cielo lo mucho que odiaba a Shiruuba y todo lo que sabía sobre ella. Pero ella no era valiente, no era más que un ratoncito acobardado, y estaba convencida de que aquel gesto habría sido tan valiente como estúpido. Habría sido su suicidio.
—Como sea, esta Arashihime ha sido muy amable con nosotros hoy —continuó Daruu—. Pero parece que tiene el cerebro tan podrido como aquél tabernero. Yo tampoco me fío de ella, Ayame, pero Kōri parece que sí. Lo que tenemos que intentar es que la puta vieja esa no nos convenza. Encontraremos la manera, Ayame —la apretó con fuerza contra él, y ella suspiró, dejándose estrujar. Nunca le había gustado sentirse retenida (ella era El Agua después de todo, y el agua no podía retenerse en contra de su voluntad), pero con Daruu todo era muy diferente y la fuerza de sus abrazos, firmes como las ramas de un roble, le decían que todo iba a estar bien—. La encontraremos. Mientras tanto, deberíamos ser muy cuidadosos. Para no convencernos. ¿Sabes?
Ella asintió. Había percibido a la perfección el cambio de tono en la voz de Daruu, y sabía lo que escondía entre aquellas palabras.
—Sí... Lo siento por ser tan estúpida —susurró, cerrando los ojos.
Un tenebroso pensamiento asomó a la mente de Ayame: Menos mal que Shiruuba no conocía su condición como jinchūriki. Si realmente en el Infierno lo que hacía era extraer la energía de las personas, ella podría llegar a convertirse en una auténtica fuente de chakra para ella. Arashihime había afirmado que aquel Infierno no les afectaría a ellos, como shinobi, pero ella tenía la certeza de que alguien tan ambicioso como había demostrado ser Shiruuba, encontraría la manera, tarde o temprano, de hacerlo funcionar con ellos...
Por otra parte, le resultaba extraño que la supuesta diosa descansara durante el día, dejando a la vista la fragilidad de su mundo. Si ella fuera Shiruuba, descansaría por la noche, cuando todos deberían estar durmiendo en sus camas...
«Maldita sea... Ya estamos empezando a verla como una diosa...» Maldijo para sí, apretando los dientes, entre aterrada y enfurecida. Odiaba aquella situación. Odiaba sentirse tan pequeña y voluble. Pero sobre todo odiaba la influencia que estaba ejerciendo aquella simple mujer sobre ellos. «Es humana. Nunca ha dejado de ser humana. Y nunca lo hará.» Se esforzó en recordarse.
—Madre mía, Ayame, ¿pero todavía sigues con esa teoría del experimento social? —escuchó decir a Daruu, en un pobre intento por solucionar la situación—. ¿Por qué iba alguien a montarse un chiringuito tan elaborado? No, yo sigo creyendo la teoría de Kōri-sensei. Sólo lo hizo para salvarse ella misma.
—S... sí... puede que tengas razón... —se escuchó a sí misma pronunciar, pese a que su mente estaba en el lado contrario.
Oh, cuánto le habría gustado ser lo suficientemente valiente y lo suficientemente poderosa como para poder permitirse levantarse de golpe y gritarle al cielo lo mucho que odiaba a Shiruuba y todo lo que sabía sobre ella. Pero ella no era valiente, no era más que un ratoncito acobardado, y estaba convencida de que aquel gesto habría sido tan valiente como estúpido. Habría sido su suicidio.
—Como sea, esta Arashihime ha sido muy amable con nosotros hoy —continuó Daruu—. Pero parece que tiene el cerebro tan podrido como aquél tabernero. Yo tampoco me fío de ella, Ayame, pero Kōri parece que sí. Lo que tenemos que intentar es que la puta vieja esa no nos convenza. Encontraremos la manera, Ayame —la apretó con fuerza contra él, y ella suspiró, dejándose estrujar. Nunca le había gustado sentirse retenida (ella era El Agua después de todo, y el agua no podía retenerse en contra de su voluntad), pero con Daruu todo era muy diferente y la fuerza de sus abrazos, firmes como las ramas de un roble, le decían que todo iba a estar bien—. La encontraremos. Mientras tanto, deberíamos ser muy cuidadosos. Para no convencernos. ¿Sabes?
Ella asintió. Había percibido a la perfección el cambio de tono en la voz de Daruu, y sabía lo que escondía entre aquellas palabras.
—Sí... Lo siento por ser tan estúpida —susurró, cerrando los ojos.
Un tenebroso pensamiento asomó a la mente de Ayame: Menos mal que Shiruuba no conocía su condición como jinchūriki. Si realmente en el Infierno lo que hacía era extraer la energía de las personas, ella podría llegar a convertirse en una auténtica fuente de chakra para ella. Arashihime había afirmado que aquel Infierno no les afectaría a ellos, como shinobi, pero ella tenía la certeza de que alguien tan ambicioso como había demostrado ser Shiruuba, encontraría la manera, tarde o temprano, de hacerlo funcionar con ellos...
Por otra parte, le resultaba extraño que la supuesta diosa descansara durante el día, dejando a la vista la fragilidad de su mundo. Si ella fuera Shiruuba, descansaría por la noche, cuando todos deberían estar durmiendo en sus camas...