26/02/2018, 12:46
—Mi duda es, ¿y el resto del perro de bronce? ¿Cómo que solo le queda la pata?
Aquella pregunta pilló desprevenido al propietario del museo, que parpadeó varias veces con estupefacción.
—¡¿Pero qué perro de bronce ni qué perro muerto?! —exclamó, acercándose al pedestal entre largas zancadas y señalando con indignación a su interior. Además del soporte que debía haber estado sosteniendo el arma, había un pequeño cartel descriptivo, con una foto que representaba a un arma similar a un sable corto fabricado con bronce, exquisitamente ornamentado, con el filo curvo en forma de hoz que estaba precedido por una empuñadura recta sin guarda—. La Pata de Bronce es un tesoro del mundo antiguo, un hallazgo sin precedentes, que fue encontrado en unas ruinas en los desiertos del País del Viento, ¡cerca de donde se supone que estuvo la gran Sunagakure! ¡Esto es sólo una muestra del poderío militar que desplegó en su época más gloriosa! —exclamaba, empapando de pasión cada palabra que formulaba. Saltaba a la vista la importancia que tenía aquel arma para el hombre.
—¿Cuándo dice que la robaron? —preguntó Eri, que se había llevado una mano al mentón con gesto pensativo. Cuidadosamente comenzó a desplazarse por el salón, alrededor del pedestal, buscando cualquier tipo de pista—. ¿Sabe quién fue la última persona en ver la pata de bronce en su sitio?
—Hará cosa de tres días —respondió Tono, con gravedad—. Desapareció de la noche a la mañana, sin más. El castillo ha permanecido cerrado todo este tiempo mientras se preparaba la exposición. Sólo yo y mis guardias tenemos acceso a las puertas.
Fue entonces cuando la kunoichi lo vio. Bajo la luz de los fosforescentes y justo detrás del pedestal, un pequeño trozo de tela roja. Si se agachaba a cogerlo además comprobaría que en el suelo había varias manchas oscuras: sangre seca.
— Stuffy podría seguir el rastro si es que aún queda algo por aquí, pero tendría que deshacer la transformación y volver a ser él. Lo cual sería un poco ilegal. ¿Qué opina usted, Tsuwamono-san?
El hombre frunció los labios hasta que estos palidecieron y se convirtieron en apenas una línea tensa en su rostro.
—Está bien... ¡Pero controla bien a ese animal o pagaréis las consecuencias!
Aquella pregunta pilló desprevenido al propietario del museo, que parpadeó varias veces con estupefacción.
—¡¿Pero qué perro de bronce ni qué perro muerto?! —exclamó, acercándose al pedestal entre largas zancadas y señalando con indignación a su interior. Además del soporte que debía haber estado sosteniendo el arma, había un pequeño cartel descriptivo, con una foto que representaba a un arma similar a un sable corto fabricado con bronce, exquisitamente ornamentado, con el filo curvo en forma de hoz que estaba precedido por una empuñadura recta sin guarda—. La Pata de Bronce es un tesoro del mundo antiguo, un hallazgo sin precedentes, que fue encontrado en unas ruinas en los desiertos del País del Viento, ¡cerca de donde se supone que estuvo la gran Sunagakure! ¡Esto es sólo una muestra del poderío militar que desplegó en su época más gloriosa! —exclamaba, empapando de pasión cada palabra que formulaba. Saltaba a la vista la importancia que tenía aquel arma para el hombre.
—¿Cuándo dice que la robaron? —preguntó Eri, que se había llevado una mano al mentón con gesto pensativo. Cuidadosamente comenzó a desplazarse por el salón, alrededor del pedestal, buscando cualquier tipo de pista—. ¿Sabe quién fue la última persona en ver la pata de bronce en su sitio?
—Hará cosa de tres días —respondió Tono, con gravedad—. Desapareció de la noche a la mañana, sin más. El castillo ha permanecido cerrado todo este tiempo mientras se preparaba la exposición. Sólo yo y mis guardias tenemos acceso a las puertas.
Fue entonces cuando la kunoichi lo vio. Bajo la luz de los fosforescentes y justo detrás del pedestal, un pequeño trozo de tela roja. Si se agachaba a cogerlo además comprobaría que en el suelo había varias manchas oscuras: sangre seca.
— Stuffy podría seguir el rastro si es que aún queda algo por aquí, pero tendría que deshacer la transformación y volver a ser él. Lo cual sería un poco ilegal. ¿Qué opina usted, Tsuwamono-san?
El hombre frunció los labios hasta que estos palidecieron y se convirtieron en apenas una línea tensa en su rostro.
—Está bien... ¡Pero controla bien a ese animal o pagaréis las consecuencias!