27/02/2018, 17:35
«Oh, cállate» le espetó Akame al verdadero monstruo, ese que le hablaba desde los rincones más oscuros de su mente.
Así pues, con la palabra del herrero, todo se vino abajo. La oscuridad desapareció tan repentinamente como había llegado, los gigantescos orbes que supuraban sangre espesa y oscura se esfumaron ante las narices de su víctima, y de repente ambos volvieron a estar frente a la casa del artesano. En aquel pueblo aparentemente abandonado.
El Uchiha ignoró las miradas de odio y frustración de los civiles; al fin y al cabo, ellos mismos no eran dueños de sus destinos. ¿Cómo podía hacerlos responsables de aquello? «Cargaré con vuestro odio si eso es lo que necesito para superar esta prueba», se dijo el genin. Luego cargó a su compañero y se dirigió hacia la casa.
Una vez dentro, Akame buscó algún sitio sobre el que dejar a Datsue y esperó, con todos los sentidos alerta, a que el herrero volviese. Luego vendó como pudo la cabeza de su compañero y trató de incorporarle cuando vió que ya estaba volviendo en sí. Cuando el artesano volvió con los boles de comida y los dejó ante ellos, Akame le dedicó una larga mirada.
—Gracias, herrero-san, pero no tenemos hambre —dijo con toda la tranquilidad que fue capaz de imprimir a su voz. «Estás que pruebo algo de lo que me sirvan aquí...»
Por contra, el hombretón les hizo la pregunta que probablemente llevaba atosigándole desde que Akame utilizara su Genjutsu sobre él. El Uchiha se tomó su tiempo para responderla, echando primero un vistazo alrededor con su Sharingan; quería comprobar que no había ningún observador inesperado.
—Venimos a encargarnos de esos problemas —replicó el Uchiha—. Estamos aquí en misión secreta de parte de Uzushiogakure no Sato. Se nos ha informado que Minoshi ha sido tomada por una banda de delincuentes, y nuestra intención es descubrir todo lo que podamos sobre ellos.
El genin se inclinó hacia su interlocutor.
—¿Cuál es tu nombre?
Así pues, con la palabra del herrero, todo se vino abajo. La oscuridad desapareció tan repentinamente como había llegado, los gigantescos orbes que supuraban sangre espesa y oscura se esfumaron ante las narices de su víctima, y de repente ambos volvieron a estar frente a la casa del artesano. En aquel pueblo aparentemente abandonado.
El Uchiha ignoró las miradas de odio y frustración de los civiles; al fin y al cabo, ellos mismos no eran dueños de sus destinos. ¿Cómo podía hacerlos responsables de aquello? «Cargaré con vuestro odio si eso es lo que necesito para superar esta prueba», se dijo el genin. Luego cargó a su compañero y se dirigió hacia la casa.
Una vez dentro, Akame buscó algún sitio sobre el que dejar a Datsue y esperó, con todos los sentidos alerta, a que el herrero volviese. Luego vendó como pudo la cabeza de su compañero y trató de incorporarle cuando vió que ya estaba volviendo en sí. Cuando el artesano volvió con los boles de comida y los dejó ante ellos, Akame le dedicó una larga mirada.
—Gracias, herrero-san, pero no tenemos hambre —dijo con toda la tranquilidad que fue capaz de imprimir a su voz. «Estás que pruebo algo de lo que me sirvan aquí...»
Por contra, el hombretón les hizo la pregunta que probablemente llevaba atosigándole desde que Akame utilizara su Genjutsu sobre él. El Uchiha se tomó su tiempo para responderla, echando primero un vistazo alrededor con su Sharingan; quería comprobar que no había ningún observador inesperado.
—Venimos a encargarnos de esos problemas —replicó el Uchiha—. Estamos aquí en misión secreta de parte de Uzushiogakure no Sato. Se nos ha informado que Minoshi ha sido tomada por una banda de delincuentes, y nuestra intención es descubrir todo lo que podamos sobre ellos.
El genin se inclinó hacia su interlocutor.
—¿Cuál es tu nombre?