28/02/2018, 00:48
—Diez minutos. Y ni uno más.
—Vale. Voy fuera a fumarme un pitillo —acto seguido, abandonó la cabaña.
Un par de minutos después —Akame pudo sentir durante aquel tiempo el cómo Meiharu le observaba con apenas disimulo— la dama violeta rompió el silencio con su melodiosa voz, que ahora se antojaba quebrada.
—¿Por qué? —preguntó, con cierto recelo—. ¿por qué te has arriesgado a venir aquí por él, por Datsue? ¿te ha pagado él con la misma moneda alguna vez?
En cuanto la palabra Herreros salió por su boca, Etsu cerró los ojos, pues sólo allí fue plenamente consciente de la cantidad de información privilegiada que el miedo más fortuito le obligó a soltar, sin peros ni tapujos. Su estoica y por lo general inquebrantable conciencia había cedido estrepitosamente al juego inescrupuloso y amenazante de aquel desconocido, que ahora reía histérico ante su peligrosa confesión. Los abrió entonces sólo para darse cuenta de que, aún y cuando no le fueran a decapitar en aquella sala, de igual forma estaba absoluta e irrefutablemente jodido. Su cabeza iba a rodar figurativamente, de conocerse lo que había sucedido durante esa velada.
Sólo entonces, estuvo dispuesto a callar. A vendarse y fingir que todo aquello no había sido sino un mal sueño del que querría despertar, con su posición y privilegio dentro de Tanzaku intactos. Pero...
Sakyū tenía otro plan.
Bastó con que le rozase para aplicarle un sello que le paralizó por completo. Etsu movió los ojos desenfrenadamente, de izquierda a derecha y de arriba abajo, agobiado por la repentina insensibilidad de cada músculo de su cuerpo. Después presenció de primera mano el cómo el ninja configuraba una entramada serie de sellos adicionales y transformaciones que le darían solidez a su plan de escape, y por sobre todo, tiempo. Tiempo para salir de ahí sin que el velo de su anonimato fuera descubierto.
Convertido en el funcionario, abandonó la habitación de juego y descendió por las escaleras. Al llegar al tercer piso, comprobó que Shin yacía en una de las mesas hablando plácidamente con un par de invitados, y que Toeru yacía al lado del barandil, aguardando para subir, nuevamente. Miró a Etsu con alevosía mientras su obesa papada tiritaba por sí sola a medida de que escupía el humo de su cigarrillo.
—¿Uhmm, qué pasa? ¿por qué habéis tardado tanto? —indagó—. ¿dónde está el cotilla ese de la arena?
—Vale. Voy fuera a fumarme un pitillo —acto seguido, abandonó la cabaña.
Un par de minutos después —Akame pudo sentir durante aquel tiempo el cómo Meiharu le observaba con apenas disimulo— la dama violeta rompió el silencio con su melodiosa voz, que ahora se antojaba quebrada.
—¿Por qué? —preguntó, con cierto recelo—. ¿por qué te has arriesgado a venir aquí por él, por Datsue? ¿te ha pagado él con la misma moneda alguna vez?
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En cuanto la palabra Herreros salió por su boca, Etsu cerró los ojos, pues sólo allí fue plenamente consciente de la cantidad de información privilegiada que el miedo más fortuito le obligó a soltar, sin peros ni tapujos. Su estoica y por lo general inquebrantable conciencia había cedido estrepitosamente al juego inescrupuloso y amenazante de aquel desconocido, que ahora reía histérico ante su peligrosa confesión. Los abrió entonces sólo para darse cuenta de que, aún y cuando no le fueran a decapitar en aquella sala, de igual forma estaba absoluta e irrefutablemente jodido. Su cabeza iba a rodar figurativamente, de conocerse lo que había sucedido durante esa velada.
Sólo entonces, estuvo dispuesto a callar. A vendarse y fingir que todo aquello no había sido sino un mal sueño del que querría despertar, con su posición y privilegio dentro de Tanzaku intactos. Pero...
Sakyū tenía otro plan.
Bastó con que le rozase para aplicarle un sello que le paralizó por completo. Etsu movió los ojos desenfrenadamente, de izquierda a derecha y de arriba abajo, agobiado por la repentina insensibilidad de cada músculo de su cuerpo. Después presenció de primera mano el cómo el ninja configuraba una entramada serie de sellos adicionales y transformaciones que le darían solidez a su plan de escape, y por sobre todo, tiempo. Tiempo para salir de ahí sin que el velo de su anonimato fuera descubierto.
Convertido en el funcionario, abandonó la habitación de juego y descendió por las escaleras. Al llegar al tercer piso, comprobó que Shin yacía en una de las mesas hablando plácidamente con un par de invitados, y que Toeru yacía al lado del barandil, aguardando para subir, nuevamente. Miró a Etsu con alevosía mientras su obesa papada tiritaba por sí sola a medida de que escupía el humo de su cigarrillo.
—¿Uhmm, qué pasa? ¿por qué habéis tardado tanto? —indagó—. ¿dónde está el cotilla ese de la arena?