28/02/2018, 03:07
A Akame le bastó una simple zancada con amplitud para que su pierna le atinara senda patada al infractor que terminó por soltarle un puñado de dientes que volaron en todas direcciones. El mulato torció la barbilla hacia arriba y tuvo la obligación de balancearse hacia atrás, cayendo despavorido por sobre las calles asfaltadas. Y como no le fue necesario a Akame propinarle una segunda, tampoco lo fue lo de quitarle el arma al esbirro de Toeru; pues en el proceso, el mulato había arrancado el cuchillo con la inercia de aquel envite, rajando aún más el estómago de Shinjaka.
Al caer, el cuchillo se le había zafado de las manos, por la sangre. Y Akame pudo ver su error; que aquel puñal era dentado y que, al haber sido removido tan efusivamente del interior de la herida, había causado en ella mucho más daño.
Shinjaka se retorcía de dolor y de a poco su vista se fue nublando.
¡Auxi... au.... xi —finalmente, perdió la conciencia.
Sin embargo, el esbirro —que aún yacía atolondrado— buscaba reponerse. Pero Akame actuó con prontitud y antes de que dejara de ver pájaros planeando alrededor de su cabeza, éste lo obligó a entrar a la cabaña, donde dio un par de tumbos y se tropezó con una de las bibliotecas. Luego, una serie de reprimendas en forma de yunques que lograron reprimirlo lo suficiente como para que no tuviera que preocuparse por él, entre tanto le encomendaba a Meiharu una tarea poco digna de con contextura.
Ella salió al exterior invadida por el terror de la situación y con lágrimas en los ojos. Se hincó de rodillas frente a su buen amigo, malherido, y empezó a mover las manos, temblorosas, sin ningún propósito aparente. Los músculos no le respondían y era incapaz armarse del valor suficiente como para siquiera intentar levantar el peso muerto de Shinjaka, y mucho menos llevarlo hasta el interior.
Por su cabeza pasó el rostro de Datsue, y de pronto se vio en la más desgarradora desesperación.
Por suerte...
Tras un último cruce, Datsue tuvo que detenerse a recobrar el aliento. Y en cuanto subió la mirada, vio allá a la lejanía el resultado de sus errores. Los inconfundibles mechones de la dama violeta despotricados encima de un cuerpo inamovible, tirado en el suelo.
Al caer, el cuchillo se le había zafado de las manos, por la sangre. Y Akame pudo ver su error; que aquel puñal era dentado y que, al haber sido removido tan efusivamente del interior de la herida, había causado en ella mucho más daño.
Shinjaka se retorcía de dolor y de a poco su vista se fue nublando.
¡Auxi... au.... xi —finalmente, perdió la conciencia.
Sin embargo, el esbirro —que aún yacía atolondrado— buscaba reponerse. Pero Akame actuó con prontitud y antes de que dejara de ver pájaros planeando alrededor de su cabeza, éste lo obligó a entrar a la cabaña, donde dio un par de tumbos y se tropezó con una de las bibliotecas. Luego, una serie de reprimendas en forma de yunques que lograron reprimirlo lo suficiente como para que no tuviera que preocuparse por él, entre tanto le encomendaba a Meiharu una tarea poco digna de con contextura.
Ella salió al exterior invadida por el terror de la situación y con lágrimas en los ojos. Se hincó de rodillas frente a su buen amigo, malherido, y empezó a mover las manos, temblorosas, sin ningún propósito aparente. Los músculos no le respondían y era incapaz armarse del valor suficiente como para siquiera intentar levantar el peso muerto de Shinjaka, y mucho menos llevarlo hasta el interior.
Por su cabeza pasó el rostro de Datsue, y de pronto se vio en la más desgarradora desesperación.
Por suerte...
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Tras un último cruce, Datsue tuvo que detenerse a recobrar el aliento. Y en cuanto subió la mirada, vio allá a la lejanía el resultado de sus errores. Los inconfundibles mechones de la dama violeta despotricados encima de un cuerpo inamovible, tirado en el suelo.