1/03/2018, 18:28
—Por las tetas de Amaterasu —maldijo Akame por lo bajo ante la negativa de su compadre. Él sabía lo justo de medicina como para darse cuenta de que la herida era feísima, y que si no encontraban ayuda pronto aquel tipo probablemente la palmaría.
No es que el hecho de que el arrogante Shinjaka fuese a estirar la pata por la vía rápida atormentara a Akame; más bien le importaba poco lo que le sucediese a aquel tipejo tan turbio, de mirada astuta como la de un zorro. Pero claro, estaba el asunto de la misión. Sin Shinjaka para hacerles de guía por Tanzaku, los dos genin estarían más perdidos que un pulpo en un garaje. «Además, parece que a Meiharu-san le está afectando bastante. Dudo que pueda seguir si este tío se muere», reflexionó el uzujin.
Justamente a la dama de larga melena fue a quien Datsue acudió con una pregunta de lo más certera y prioritaria. Si ambos conocían bien la capital y estaban acostumbrados a moverse por allí, debían sin duda estar familiarizados también con los servicios básicos; juego, bares, droga, armas... Y un médico para cuando las cosas se torcían.
O, al menos, eso pensaba él. Y realmente deseó que así fuera. Impotente, no pudo sino dirigir su mirada a la muchacha, a la expectativa de que les indicase dónde podían encontrar un matasanos.
—Debe ser alguien de confianza, que esté dispuesto a venir y a mantener la boca cerrada. De lo contrario, toda la ciudad sabrá lo que ha ocurrido aquí antes del amanecer, y lo poco que quede de nuestra tapadera habrá saltado por los aires.
No es que el hecho de que el arrogante Shinjaka fuese a estirar la pata por la vía rápida atormentara a Akame; más bien le importaba poco lo que le sucediese a aquel tipejo tan turbio, de mirada astuta como la de un zorro. Pero claro, estaba el asunto de la misión. Sin Shinjaka para hacerles de guía por Tanzaku, los dos genin estarían más perdidos que un pulpo en un garaje. «Además, parece que a Meiharu-san le está afectando bastante. Dudo que pueda seguir si este tío se muere», reflexionó el uzujin.
Justamente a la dama de larga melena fue a quien Datsue acudió con una pregunta de lo más certera y prioritaria. Si ambos conocían bien la capital y estaban acostumbrados a moverse por allí, debían sin duda estar familiarizados también con los servicios básicos; juego, bares, droga, armas... Y un médico para cuando las cosas se torcían.
O, al menos, eso pensaba él. Y realmente deseó que así fuera. Impotente, no pudo sino dirigir su mirada a la muchacha, a la expectativa de que les indicase dónde podían encontrar un matasanos.
—Debe ser alguien de confianza, que esté dispuesto a venir y a mantener la boca cerrada. De lo contrario, toda la ciudad sabrá lo que ha ocurrido aquí antes del amanecer, y lo poco que quede de nuestra tapadera habrá saltado por los aires.