2/03/2018, 23:35
El Uchiha arqueó una ceja ante la respuesta de su compadre. «¿Toeru? ¿Quién demonios es Toeru?» Por suerte, Datsue respondería a esa pregunta sin necesidad de que él la formulase; a esa y a unas cuantas más. Akame atendió con total atención al relato de su compañero que, pese a lo que todos se habían temido, no había salido mal de su encuentro con la mesa de juego y sus ilustres pobladores. Al contrario, parecía haber recaudado buena información sobre lo que en realidad se estaba cociendo en Tanzaku.
Porque, como siempre, las cosas no eran lo que aparentaban. Datsue no tardó en confirmar que aquel tipo de las katanas era, en verdad, El Centinela. Y que su verdadero objetivo no era simplemente lucrarse con el negocio de las armas en Tanzaku Gai, sino que pretendía expandirse mucho más allá de la capital de Hi no Kuni. Akame no pudo evitar que se le descolgara la mandíbula ante semejante revelación.
—Joder, qué cabrón —masculló—. ¿Pero cómo demonios...? Pero... ¡Ese tipo está loco! ¿Cómo piensa que una jugada así le saldrá bien?
Las palabras se le atragantaron cuando su Hermano terminó el relato. Sin comerlo ni beberlo, se había visto arrastrado al centro de un huracán que parecía estar a punto de sacudir los cimientos del Sur de Oonindo... Si es que ellos dos no lo impedían. «Los malditos justicieros, no te jode» se quejó Akame en su fuero interno.
—Por las tetas de Amaterasu, Datsue-kun... —farfulló mientras limpiaba la herida en el pecho de Shinjaka y luego rasgaba algunas telas para usarlas de improvisadas vendas—. ¿Y qué demonios se supone que vamos a hacer? ¿Entrar allí y matarlos a todos? ¿Y luego qué?
Pidió a su compadre que levantara ligeramente el torso de Shinjaka para poder pasar la tela por debajo. Así, Akame comenzó a vendar, apretando bien.
—Por cierto... ¿Cómo demonios supo ese sicario que estábamos aquí? —quiso saber el uzujin, aunque luego agregó—. Siguió a la ramera, ¿no?
Porque, como siempre, las cosas no eran lo que aparentaban. Datsue no tardó en confirmar que aquel tipo de las katanas era, en verdad, El Centinela. Y que su verdadero objetivo no era simplemente lucrarse con el negocio de las armas en Tanzaku Gai, sino que pretendía expandirse mucho más allá de la capital de Hi no Kuni. Akame no pudo evitar que se le descolgara la mandíbula ante semejante revelación.
—Joder, qué cabrón —masculló—. ¿Pero cómo demonios...? Pero... ¡Ese tipo está loco! ¿Cómo piensa que una jugada así le saldrá bien?
Las palabras se le atragantaron cuando su Hermano terminó el relato. Sin comerlo ni beberlo, se había visto arrastrado al centro de un huracán que parecía estar a punto de sacudir los cimientos del Sur de Oonindo... Si es que ellos dos no lo impedían. «Los malditos justicieros, no te jode» se quejó Akame en su fuero interno.
—Por las tetas de Amaterasu, Datsue-kun... —farfulló mientras limpiaba la herida en el pecho de Shinjaka y luego rasgaba algunas telas para usarlas de improvisadas vendas—. ¿Y qué demonios se supone que vamos a hacer? ¿Entrar allí y matarlos a todos? ¿Y luego qué?
Pidió a su compadre que levantara ligeramente el torso de Shinjaka para poder pasar la tela por debajo. Así, Akame comenzó a vendar, apretando bien.
—Por cierto... ¿Cómo demonios supo ese sicario que estábamos aquí? —quiso saber el uzujin, aunque luego agregó—. Siguió a la ramera, ¿no?