3/03/2018, 01:39
(Última modificación: 3/03/2018, 01:40 por Uchiha Akame.)
Akame se apoyó con ambas manos sobre el pecho de Shinjaka para terminar de apretar los vendajes mientras su compadre terminaba de exponer la situación. Tal y como Datsue decía, la misión acababa de dar un giro de ciento ochenta grados; ahora el objetivo no era convencer —o extorsionar, o amenazar— a Kojuro Shinzo para que pagara a los Señores del Hierro, sino darle boleta a un ninja renegado de demostrable poder y presumible habilidad con la espada. «Menudo maldito cambio».
Cuando Datsue sugirió hacerse pasar por los acaudalados funcionarios y hombres de negocio que había conocido en la partida de cartas, Akame negó con la cabeza. «No tenemos suficiente información para mantener esa tapadera más de cinco minutos. Nos descubriría al momento, eso si no tiene informantes por la ciudad que le hayan avisado ya de que algo está ocurriendo esta noche. Además, la cuestión no es entrar, sino...»
—Salir —dijo el Uchiha de repente—. Tenemos que hacer que salga. Atraerlo a algún sitio donde no esté rodeado de soldados armados —entonces alzó la vista hacia su compañero—. La cicatriz. Dijiste que tenía una cicatriz, ¿no? El Centinela. Uno no se hace una herida así todos los días. Pero entonces...
El Uchiha terminó de anudar las improvisadas vendas y retrocedió unos cuantos pasos, como si el estar cerca de aquel muchacho moribundo le impidiese pensar con claridad.
—Los Herreros. Quiere dar un golpe allí. ¿Por qué? —hablaba rápido y en voz alta—. Quizá el también tiene una cuenta pendiente, como tú. Algo que saldar. ¿Quizás es un paria, alguien que ha sido repudiado? —entonces chasqueó los dedos y volvió a interpelar a Datsue—. Si estoy en lo cierto, entonces tenemos un cebo, podemos darle lo que quiere. El maestro de Shinjaka, ¿cómo dijiste que se llamaba?
Cuando Datsue sugirió hacerse pasar por los acaudalados funcionarios y hombres de negocio que había conocido en la partida de cartas, Akame negó con la cabeza. «No tenemos suficiente información para mantener esa tapadera más de cinco minutos. Nos descubriría al momento, eso si no tiene informantes por la ciudad que le hayan avisado ya de que algo está ocurriendo esta noche. Además, la cuestión no es entrar, sino...»
—Salir —dijo el Uchiha de repente—. Tenemos que hacer que salga. Atraerlo a algún sitio donde no esté rodeado de soldados armados —entonces alzó la vista hacia su compañero—. La cicatriz. Dijiste que tenía una cicatriz, ¿no? El Centinela. Uno no se hace una herida así todos los días. Pero entonces...
El Uchiha terminó de anudar las improvisadas vendas y retrocedió unos cuantos pasos, como si el estar cerca de aquel muchacho moribundo le impidiese pensar con claridad.
—Los Herreros. Quiere dar un golpe allí. ¿Por qué? —hablaba rápido y en voz alta—. Quizá el también tiene una cuenta pendiente, como tú. Algo que saldar. ¿Quizás es un paria, alguien que ha sido repudiado? —entonces chasqueó los dedos y volvió a interpelar a Datsue—. Si estoy en lo cierto, entonces tenemos un cebo, podemos darle lo que quiere. El maestro de Shinjaka, ¿cómo dijiste que se llamaba?