6/03/2018, 14:34
Un enunciado gélido puso final a la conversación entre ellos dos, y venía de sus espaldas. Daruu dio un respingo y se giró poco a poco, sólo para encontrarse a su carambánico (¿eso existe?) sensei plantado delante de él como un... bueno, como un carámbano.
—¿Vamos?
Daruu se encogió de hombros y se llevó la mano al pecho, donde sus latidos amenazaban con romper un par de costillas y salir a ver mundo. Echó a caminar detrás de su sensei.
Pronto dejaron atrás las humildes y huecas casas de la ciudad fantasma para cruzar por debajo de la muralla fantasma. Daruu se preguntó por qué tenían una muralla. Probablemente por apariencia, resolvió. Una ciudad tan grande suele tener una muralla, al fin y al cabo, ¿no? Para mantener la ilusión de que aquello era un mundo de verdad, un paraíso, había que mantener también la ilusión de que había que defenderlo de algo. No pudo evitarse cavilar, también, sobre si además de eso Shiruuba había creado enemigos imaginarios. Barcos autómatas o simples imágenes que se dedicaban a bordear las islas de vez en cuando, y a golpear la muralla con inútiles cañonazos.
Por aparentar.
Tuvieron que caminar un rato más sorteando rocas y árboles y luego más rocas hasta llegar a un corte vertical que separaba el resto de la isla de aquella preciosa playa. «Pero falsa», tuvo que recordarse. Bajaron por la escalinata de piedra, y aunque Daruu no tenía pensado hacerlo en un primer momento, se quitó las sandialias como Ayame, imitándola, y bajó a la arena. Caminó hasta la línea de la costa y dejó que el agua lamiera sus pies. Todo era falso, como tuvo que volver a recordarse. Y sin embargo, aquella sensación parecía real. También había una ligera brisa. Olía a mar. Todo eso lo controlaba Shiruuba. Debía ser agotador.
Debía necesitar mucho, mucho chakra para hacerlo.
Entrecerró los ojos y los dedos de la mano derecha se le movieron solos, como queriendo asir algo. Suspiró también, como queriendo prepararse para algo.
Ayame le sacó de su ensimismamiento.
—¿Creéis que habrá más islas como esta? ¿Qué pasaría si me pusiera a nadar en línea recta hacia el horizonte?
—Sería una buena manera de presionar a Shiruuba hasta que le explote la cabeza y no pueda generar más mundo, ¿eh? —rio Daruu—. O tal vez se las arreglaría para que encontrases de nuevo el otro extremo de la isla, como si esto fuera un semiplaneta.
»Oye, sensei. Sé que desde que hicimos la obra de teatro en El Patito Pluvial todos tenemos un poco de ganas de dramatismo, pero ¿podrías dejar de plantarte a nuestras espaldas? Resulta escalofriante a veces.
—¿Vamos?
Daruu se encogió de hombros y se llevó la mano al pecho, donde sus latidos amenazaban con romper un par de costillas y salir a ver mundo. Echó a caminar detrás de su sensei.
Pronto dejaron atrás las humildes y huecas casas de la ciudad fantasma para cruzar por debajo de la muralla fantasma. Daruu se preguntó por qué tenían una muralla. Probablemente por apariencia, resolvió. Una ciudad tan grande suele tener una muralla, al fin y al cabo, ¿no? Para mantener la ilusión de que aquello era un mundo de verdad, un paraíso, había que mantener también la ilusión de que había que defenderlo de algo. No pudo evitarse cavilar, también, sobre si además de eso Shiruuba había creado enemigos imaginarios. Barcos autómatas o simples imágenes que se dedicaban a bordear las islas de vez en cuando, y a golpear la muralla con inútiles cañonazos.
Por aparentar.
Tuvieron que caminar un rato más sorteando rocas y árboles y luego más rocas hasta llegar a un corte vertical que separaba el resto de la isla de aquella preciosa playa. «Pero falsa», tuvo que recordarse. Bajaron por la escalinata de piedra, y aunque Daruu no tenía pensado hacerlo en un primer momento, se quitó las sandialias como Ayame, imitándola, y bajó a la arena. Caminó hasta la línea de la costa y dejó que el agua lamiera sus pies. Todo era falso, como tuvo que volver a recordarse. Y sin embargo, aquella sensación parecía real. También había una ligera brisa. Olía a mar. Todo eso lo controlaba Shiruuba. Debía ser agotador.
Debía necesitar mucho, mucho chakra para hacerlo.
Entrecerró los ojos y los dedos de la mano derecha se le movieron solos, como queriendo asir algo. Suspiró también, como queriendo prepararse para algo.
Ayame le sacó de su ensimismamiento.
—¿Creéis que habrá más islas como esta? ¿Qué pasaría si me pusiera a nadar en línea recta hacia el horizonte?
—Sería una buena manera de presionar a Shiruuba hasta que le explote la cabeza y no pueda generar más mundo, ¿eh? —rio Daruu—. O tal vez se las arreglaría para que encontrases de nuevo el otro extremo de la isla, como si esto fuera un semiplaneta.
»Oye, sensei. Sé que desde que hicimos la obra de teatro en El Patito Pluvial todos tenemos un poco de ganas de dramatismo, pero ¿podrías dejar de plantarte a nuestras espaldas? Resulta escalofriante a veces.