7/03/2018, 20:42
Datsue, tras presentarse junto a su Hermano ante la curandera, ayudó en todo lo que Tsurara le ordenó. Era una situación complicada, llena de forcejeos, chillidos de dolor y sangre. Mucha sangre. Ver tanta saliendo de aquel cuerpo por una simple puñalada le hacía a uno replantearse la vida. ¿Y si el próximo era él? En una profesión como la suya, la pregunta no era sí lo sería, sino cuándo.
A diferencia de su Hermano, plagado de cicatrices de guerra, Datsue estaba más o menos impoluto. Su peor marca, paradójicamente, se la había hecho su propio Hermano: una quemadura en el antebrazo derecho provocada por un sello explosivo. Por suerte, aquella era su única mancha en el historial. Una suerte que, sabía muy bien, tarde o temprano se le acabaría.
Por eso estaba allí. Para poder cerrar un buen trato con el Hierro y poder permitirse vivir de rentas sin arriesgarse en estúpidas y peligrosas misiones. De esas que tanto le gustaban a Akame.
—Ahora debemos irnos... Acabamos de saber que el paquete que buscábamos está aquí. Tenemos que recogerlo antes de que el cartero se lo lleve, pensando que ha quedado abandonado.
Datsue miró a su Hermano con una ceja alzada. ¿Había aprendido de él a contar aquellas medias verdades plagadas de metáforas? Su parte más egocéntrica le decía que sí, y alzó el mentón, orgulloso, como el padre de bien cuando ve a su hijo hurtar por primera vez sin ser cazado.
—Pase lo que pase, mantenle con vida, Meiharu —apoyó una mano en el hombro de la chica, y le dio un apretón cariñoso—. Volveremos a por ti —le aseguró, galante.
Pero si alguien pensaba que volvía a priorizar sus ganas de ligar sobre el encargo, es que se había quedado en la superficie del Uchiha. Sí, Datsue tenía su particular debilidad por el género opuesto, pero por encima incluso de sus amoríos, estaba el dinero. Siempre lo había estado, y ahora que la fragancia del inconfundible olor a billete nuevo llegaba a su olfato, gracias a la posibilidad de poner en bandeja al hombre que amenazaba con derrocar al Hierro, sus cinco sentidos estaban en alcanzar aquella meta.
Por eso, su mano en el hombro de ella no había sido un gesto para reconfortarla. Ni para hacerla sentir mejor. Sino para, simple y llanamente, colocarle un Sello de Rastreo. Por si surgía algo imprevisto y no podían localizarla una vez recogido el paquete.
—Vámonos —dijo a Akame, estirando el cuello a izquierda y derecha. Había una marca que saldar.
A diferencia de su Hermano, plagado de cicatrices de guerra, Datsue estaba más o menos impoluto. Su peor marca, paradójicamente, se la había hecho su propio Hermano: una quemadura en el antebrazo derecho provocada por un sello explosivo. Por suerte, aquella era su única mancha en el historial. Una suerte que, sabía muy bien, tarde o temprano se le acabaría.
Por eso estaba allí. Para poder cerrar un buen trato con el Hierro y poder permitirse vivir de rentas sin arriesgarse en estúpidas y peligrosas misiones. De esas que tanto le gustaban a Akame.
—Ahora debemos irnos... Acabamos de saber que el paquete que buscábamos está aquí. Tenemos que recogerlo antes de que el cartero se lo lleve, pensando que ha quedado abandonado.
Datsue miró a su Hermano con una ceja alzada. ¿Había aprendido de él a contar aquellas medias verdades plagadas de metáforas? Su parte más egocéntrica le decía que sí, y alzó el mentón, orgulloso, como el padre de bien cuando ve a su hijo hurtar por primera vez sin ser cazado.
—Pase lo que pase, mantenle con vida, Meiharu —apoyó una mano en el hombro de la chica, y le dio un apretón cariñoso—. Volveremos a por ti —le aseguró, galante.
Pero si alguien pensaba que volvía a priorizar sus ganas de ligar sobre el encargo, es que se había quedado en la superficie del Uchiha. Sí, Datsue tenía su particular debilidad por el género opuesto, pero por encima incluso de sus amoríos, estaba el dinero. Siempre lo había estado, y ahora que la fragancia del inconfundible olor a billete nuevo llegaba a su olfato, gracias a la posibilidad de poner en bandeja al hombre que amenazaba con derrocar al Hierro, sus cinco sentidos estaban en alcanzar aquella meta.
Por eso, su mano en el hombro de ella no había sido un gesto para reconfortarla. Ni para hacerla sentir mejor. Sino para, simple y llanamente, colocarle un Sello de Rastreo. Por si surgía algo imprevisto y no podían localizarla una vez recogido el paquete.
—Vámonos —dijo a Akame, estirando el cuello a izquierda y derecha. Había una marca que saldar.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado