8/03/2018, 11:05
Daruu vio la cara de su maestro. El Hielo parpadeó varias veces; parecía genuinamente confuso, como si no se reconociese en esa afirmación. Estuvieron mirándose unos segundos, durante los cuales Daruu trató de averiguar si Kori estaba jugando con él o si de verdad no se daba cuenta de las cosas que hacía. Habría podido jurar que se trataba de lo segundo, pero cuando uno intenta juzgar a Kori por su expresión siempre termina echando a suertes qué es lo que transmite.
Al final, Daruu suspiró y se giró hacia las olas del mar.
—Nada, Kori-sensei. Nada.
Kori se sentó sobre la arena, y Ayame caminó hasta ponerse a su lado, imitándolo y sentándose también. Daruu se conformó con que las olas siguieran mojándole los pies.
—No paro de darle vueltas a las palabras del tabernero de ayer. Ese Infierno al que van los herejes y los que no creen en la palabra de la Diosa... Debieron de armar un buen escándalo para acabar con la clemencia de la Diosa y que esta terminara llevándoselos.
Daruu arrugó la nariz, molesto.
—Es probable. Y si así fue, fueron realmente estúpidos. Qué locura enfrentarse de aquella manera a la Diosa.
Daruu se agachó y cogió una piedra redonda que había enterrada en la arena. La contempló unos instantes, girándola en la mano, viéndola toda ella.
—No puedo creer que estés empezando a aceptar a esa hija de puta como una diosa, Kori-sensei. Yo todavía no he perdido la esperanza —dijo, siguiendo con el papel que les había tocado representar (el de shinobi confusos, perdidos y que aceptan poco a poco su inevitable futuro en el mundo perfecto)—. Además, probablemente envíe allí a todo aquél que ella considere una amenaza para sí misma o simplemente que la contradiga. Estoy deseando que venga a por mí para partirle la cabeza con una de estas piedras. —Con un movimiento en arco horizontal, lanzó el canto, que rebotó un par de veces en el agua antes de ser consumido por la corriente.
Suspiró, se echó un poco hacia atrás y se sentó en la arena, contemplando el horizonte. Sólo acababan de desayunar, y tenían que esperar hasta la tarde. Y para él, ese momento no podía esperar mucho más. Echó la cabeza hacia atrás y se tumbó.
—Estoy deseando volver a ver a mamá —dijo.
Al final, Daruu suspiró y se giró hacia las olas del mar.
—Nada, Kori-sensei. Nada.
Kori se sentó sobre la arena, y Ayame caminó hasta ponerse a su lado, imitándolo y sentándose también. Daruu se conformó con que las olas siguieran mojándole los pies.
—No paro de darle vueltas a las palabras del tabernero de ayer. Ese Infierno al que van los herejes y los que no creen en la palabra de la Diosa... Debieron de armar un buen escándalo para acabar con la clemencia de la Diosa y que esta terminara llevándoselos.
Daruu arrugó la nariz, molesto.
—Es probable. Y si así fue, fueron realmente estúpidos. Qué locura enfrentarse de aquella manera a la Diosa.
Daruu se agachó y cogió una piedra redonda que había enterrada en la arena. La contempló unos instantes, girándola en la mano, viéndola toda ella.
—No puedo creer que estés empezando a aceptar a esa hija de puta como una diosa, Kori-sensei. Yo todavía no he perdido la esperanza —dijo, siguiendo con el papel que les había tocado representar (el de shinobi confusos, perdidos y que aceptan poco a poco su inevitable futuro en el mundo perfecto)—. Además, probablemente envíe allí a todo aquél que ella considere una amenaza para sí misma o simplemente que la contradiga. Estoy deseando que venga a por mí para partirle la cabeza con una de estas piedras. —Con un movimiento en arco horizontal, lanzó el canto, que rebotó un par de veces en el agua antes de ser consumido por la corriente.
Suspiró, se echó un poco hacia atrás y se sentó en la arena, contemplando el horizonte. Sólo acababan de desayunar, y tenían que esperar hasta la tarde. Y para él, ese momento no podía esperar mucho más. Echó la cabeza hacia atrás y se tumbó.
—Estoy deseando volver a ver a mamá —dijo.