10/03/2018, 14:59
El animal no tardó ni medio segundo en regresar a su forma original, olisqueando el pilar donde había estado hasta hace poco la famosa Pata de Bronce. Pero el olor que percibía el can conducía y se hacía más potente justamente donde estaba Eri agazapada.
—Me parece que he encontrado algo. ¿Pueden venir? —intervino la kunoichi entonces, y casi no hizo falta formular la última pregunta. Tono se acercó a la kunoichi entre grandes zancadas antes de agacharse junto a ella, casi ansioso, y acercó su rostro enjuto al pequeño pedazo de tela roja que sostenía. El tacto era suave y algo rasposo, pero firme—. Esta tela estaba ahí, justo al lado de esas manchas que parecen sangre seca. Tsuwamono-san, ¿le suena de algo esta tela?
El hombre tomó la tela con el dedo índice y pulgar, casi como si temiera que fuera a desvanecerse la única prueba que habían encontrado del robo en cualquier momento.
—Umh... no sabría decirte, muchacha. Hay mucha gente que lleva ropa de color rojo, y más en estas fiestas tan coloridas.
—¿Qué te parece, Stuffy? —intervino Nabi, dirigiéndose hacia su perro—. ¿Por donde tiramos?
El animal ladró un par de veces y entonces salió corriendo de la sala donde estaba guardada La Pata de Bronce. Justo antes de salir se detuvo momentáneamente, giró la cabeza para mirarles, ladró una última vez y siguió corriendo por el pasillo. Estaba claro el mensaje: quería que le siguieran.
Y si lo hacían acabarían recorriendo todo el camino que habían seguido hasta allí. Llegaron al hall principal, y Stuffy se alzó sobre sus patas traseras para apoyar las delanteras en una de las hojas de la puerta, aullando y ladrando. Poco después, la entrada de abrió con un sonoro crujido, y al otro lado apareció uno de los dos guardias.
—¿Sucede algo, señor Tono?
Hasta el momento no se habían fijado con detalle en él pero se trataba de un hombre alto, bastante fornido, y completamente calvo que enarbolaba una larga lanza cuyo filo destellaba bajo el influjo de la luna. Vestía una indumentaria similar a la de los ninjas de alto rango, con un chaleco acolchado de color gris por encima de otras ropas de color más oscuro y una capa de color rojo colgada sobre sus hombros, aunque obviamente no tenía ninguna bandana que le identificara como tal.
—Parece ser que estos chicos han encontrado una prueba —indicó Tono, alzando triunfal el trozo de tela mientras señalaba a Stuffy, que seguía olfateando unos metros más allá. Pero entonces pareció reparar en algo, y tras mirar varias veces a su alrededor, añadió—. ¿Dónde está Doro?
El guardia se encogió de hombros.
—Decía que se encontraba muy mal y se ha ido a su casa a descansar, señor.
—¡¿En pleno acto de guardia?!
—Me parece que he encontrado algo. ¿Pueden venir? —intervino la kunoichi entonces, y casi no hizo falta formular la última pregunta. Tono se acercó a la kunoichi entre grandes zancadas antes de agacharse junto a ella, casi ansioso, y acercó su rostro enjuto al pequeño pedazo de tela roja que sostenía. El tacto era suave y algo rasposo, pero firme—. Esta tela estaba ahí, justo al lado de esas manchas que parecen sangre seca. Tsuwamono-san, ¿le suena de algo esta tela?
El hombre tomó la tela con el dedo índice y pulgar, casi como si temiera que fuera a desvanecerse la única prueba que habían encontrado del robo en cualquier momento.
—Umh... no sabría decirte, muchacha. Hay mucha gente que lleva ropa de color rojo, y más en estas fiestas tan coloridas.
—¿Qué te parece, Stuffy? —intervino Nabi, dirigiéndose hacia su perro—. ¿Por donde tiramos?
El animal ladró un par de veces y entonces salió corriendo de la sala donde estaba guardada La Pata de Bronce. Justo antes de salir se detuvo momentáneamente, giró la cabeza para mirarles, ladró una última vez y siguió corriendo por el pasillo. Estaba claro el mensaje: quería que le siguieran.
Y si lo hacían acabarían recorriendo todo el camino que habían seguido hasta allí. Llegaron al hall principal, y Stuffy se alzó sobre sus patas traseras para apoyar las delanteras en una de las hojas de la puerta, aullando y ladrando. Poco después, la entrada de abrió con un sonoro crujido, y al otro lado apareció uno de los dos guardias.
—¿Sucede algo, señor Tono?
Hasta el momento no se habían fijado con detalle en él pero se trataba de un hombre alto, bastante fornido, y completamente calvo que enarbolaba una larga lanza cuyo filo destellaba bajo el influjo de la luna. Vestía una indumentaria similar a la de los ninjas de alto rango, con un chaleco acolchado de color gris por encima de otras ropas de color más oscuro y una capa de color rojo colgada sobre sus hombros, aunque obviamente no tenía ninguna bandana que le identificara como tal.
—Parece ser que estos chicos han encontrado una prueba —indicó Tono, alzando triunfal el trozo de tela mientras señalaba a Stuffy, que seguía olfateando unos metros más allá. Pero entonces pareció reparar en algo, y tras mirar varias veces a su alrededor, añadió—. ¿Dónde está Doro?
El guardia se encogió de hombros.
—Decía que se encontraba muy mal y se ha ido a su casa a descansar, señor.
—¡¿En pleno acto de guardia?!