20/08/2015, 19:04
Ninguno de los dos respondía a su llamada, y a medida que pasaban los minutos atrapada en aquella red de gente, le daba la impresión de que cada vez era más difícil que volviera a encontrarse con ellos. ¿Habrían notado su desaparición? ¿La estaban buscando como ella les buscaba a ellos? ¿Debería mantenerse quieta en el sitio o avanzar hacia la entrada del museo? Era probable que aquella fuera la solución más fácil, puesto que el museo era su objetivo inicial. ¿Pero y si ellos se quedaban buscándola en aquella maldita cuesta plagada de personas?
Le costó varios minutos decidirse, pero al final optó por seguir la corriente y avanzar. Atacada por los nervios, descolgó la cantimplora que lleva enganchada a la parte posterior de su obi y le dio un par de tientos. El agua fresca bajó por su garganta, y Ayame se sintió ligeramente revitalizada. Aún tardaría unos quince minutos en terminar de subir, pero se llevó una desagradable sorpresa al descubrir que frente a la entrada del museo había aún más gente. Debía de haberlo supuesto, aquel museo era la principal atracción turística de Taikarune precisamente.
«¡Ni siquiera saben guardar una cola ordenada! No voy a encontrarlos en mi vida...» Gimió para sí.
—¡Ay! —la persona que se encontraba frente a ella se había dado la vuelta repentinamente, y terminó chocando contra ella sin remedio—. ¡Lo siento! —se disculpó, aunque no había sido ella quien había chocado.
El chico iba enteramente vestido de negro. Si no fuera por aquel vital detalle, quizás podría haberle llegado a confundir con su hermano mayor. Tenía la misma tonalidad lechosa de piel, sus cabellos eran igual de blancos... Aunque lo más impactante de aquel sujeto era que tenía un ojo de cada color.
Él ni siquiera le respondió, y Ayame se limitó a torcer el gesto ligeramente cuando la apartó a un lado para marcharse del lugar.
«Tengo cosas peores de las que preocuparme ahora mismo» Sacudió la cabeza, y se puso de puntillas para poder mirar mejor a su alrededor.
—¡Papá! ¡Hermano! —gritaba, con las manos en forma de tubo alrededor de su boca para hacerse oír.
Pero un repentino revuelto agolpó a las personas que se encontraban a su alrededor, sus espaldas volvieron a empujarla sin ningún tipo de miramiento, y Ayame se vio expulsada del círculo de gente como una chiquilla vulgar y corriente.
—¡Hey! Jobar, así va a ser imposible...
Desde aquella posición sólo veía espaldas. Espaldas y un mar de cabezas irreconocibles. Ayame miró a su alrededor, desesperada, y entonces dio con la solución a su problema. Corrió hacia un extremo de la planicie y saltó encima de un poyete que encontró allí. Desde aquella posición más elevada quizás le sería más fácil identificar a sus familiares.
Ni siquiera se dio cuenta de que el chico de ojos dispares se encontraba a unos pocos metros de su posición también.