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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—La jinchuuriki... Es la jinchuuriki de Amegakure... ¡Malditos, va a hacer que todo esto se caiga a trozos! ¡Hijos de puta! ¡MI MUNDO! ¡MI ETERNIDAD! —gritaba la mujer, fuera de sí—. ¡Tú, quieto ahí mientras vuelvo a sellar a ese monstr...! —se había girado hacia Daruu, pero justo en ese momento Arashihime cruzó la puerta de entrada, avivando la ira de la diosa—. ¡ARASHIHIME, TRAIDORA!

Ayame giró la cabeza hacia ella con un suave gruñido.

—¿Qué... qué es...? —Ella la contemplaba con el horror dibujado en sus ojos, y cuando se giró hacia sus allegados comprobó que todos ellos tenían aquel gesto en la cara.

Aquel ridículo gesto que le daban ganas de arrancárselo de la cara. Ayame sacudió la cabeza varias veces, intentando apartar aquel súbito pensamiento.

—Piensan que es un monstruo, ¿lo ve, señorita? Detenerle. Quieren detenerle —formularon sus labios. Pero no era su voz la que sonaba. Era la misma voz que había estado escuchando y que parecía estar dirigiéndose hacia ella—. Para seguir matando. Para seguir torturando. Para seguir encerrándonos. En esta cárcel.

«Para seguir encerrándonos en esta pesadilla...» Repitió Ayame para sus adentros. Y tras su espalda comenzó a burbujear otra cola más...

Un súbito quemazón en el hombro derecho le hizo gemir de dolor.

Le pareció escuchar la voz de su hermano en la lejanía, pero la oía como si estuviera opacada tras un cristal grueso, como si le estuviese oyendo desde el fondo de una piscina.

Y, de repente, una ola gigante se alzó sobre la arena, rugiendo como una bestia marina hambrienta y engullendo a varias decenas de esclavos. Daruu seguía con su particular masacre, y Ayame lanzó un último rugido cargado de dolor y desesperación. Batió una de sus colas contra el puente de madera, haciéndolo saltar en pedazos en el proceso, y justo en el momento en el que se impulsaba para arremeter contra el genin, una segunda ola barrió a varias decenas más.

Los pies de Ayame se levantaron del suelo súbitamente y todo a su alrededor dio una brusca sacudida antes de caer con estrépito en un suelo duro y no de arena. Se hizo el más absoluto silencio. Olía a cerrado y a polvo, y estaban sumidos en una suave penumbra. Sintió frío. Escuchó que algo se deslizaba cerca de ella. Pero cuando abrió los ojos se topó con la inmortal sonrisa de un cráneo que la miraba fijamente, y el horror le hizo incorporarse de golpe con un alarido de terror.

—Ayame... Ayame... todo ha acabado... por favor... Ayame... —escuchó la voz rota de Daruu, pero era incapaz de apartar la mirada de todos los cuerpos que alfombraban el estudio.

Cualquiera de ellos podría ser Arashihime, o el tabernero, o cualquiera de las pobres personas que vieron tendidas sobre la arena. Jadeó, súbitamente mareada, y la rabia volvió a invadirla cuando reparó en el esqueleto que yacía frente al escritorio, en una silla de ruedas.

—¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGH!

Su cuerpo se movió solo, con el instinto más básico eclipsando la innegable debilidad que sufría su desgastado cuerpo, atravesando la habitación en apenas un segundo. Una sola sacudida de sus colas bastó para hacer añicos la silla de ruedas y desmoronar todo el esqueleto, cuyos huesos acabarían convirtiéndose en polvo bajo la calorífica energía que despedía su cuerpo. Sus ojos repararon entonces en el libro que se alzaba en el atril, y el aire se crispó aún más a su alrededor.

—Ayame... —escuchó la voz de Kōri cerca de ella, suave y calmada, y se volvió hacia él con toda su rabia contenida, con todos los músculos en tensión como un animal a punto de atacar. Pero Kōri no se achantó en ningún momento, pese a la debilidad que reflejaba su rostro con ojeras, labios resecos y cabellos deslucidos. Él adelantó un paso más hacia ella, un paso cargado de cautela. Y cerca de él estaba Daruu—. Ayame... estamos bien... Hemos vuelto... como te dijimos que haríamos...

Ayame apretó las mandíbulas, con lágrimas surcando sus mejillas. Dentro de ella seguía bullendo una rabia y un odio que no entendía, y a los que tenía mucho miedo. Y dolía. La abrasaba. Por dentro y por fuera.

«Piensan que es un monstruo, ¿lo ve, señorita? Detenerle. Quieren detenerle.» Se repitió en su mente, y gimoteó angustiada. «Para seguir matando. Para seguir torturando. Para seguir encerrándonos. En esta cárcel.»

—Ayame. Míranos —le pidió Kōri, avanzando un paso más.

Y ella cruzó sus ojos con los suyos. Los ojos aguamarina de una bestia contra el glaciar inexpugnable. Después se volvió hacia Daruu, buscando...
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Mensajes en este tema
(C) Al otro lado del papel - por Aotsuki Ayame - 15/01/2018, 11:45
RE: (C) Al otro lado del papel - por Sama-sama - 12/03/2018, 00:17
RE: (C) Al otro lado del papel - por Aotsuki Ayame - 12/03/2018, 16:43


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