13/03/2018, 14:08
—No te preocupes p-por el sello —tartamudeó el muchacho, entre continuos sollozos. Se había levantado como buenamente había podido y, débil como estaba, ahora reposaba apoyado contra una pared cercana—. Es lo primero q-que miré cuando salimos. Mira, ya ni siquiera hay una marca. Las páginas por donde entramos están en blanco —Señaló al libro, que efectivamente tenía un blanco impoluto en aquellas dos páginas abiertas—. B-brilló muy fuerte, y luego se deshizo como s-si una llama consumiera una mecha.
Kōri asintió.
—Entiendo... —afirmó, antes de alargar una mano, tomar el libro y guardarlo en la bolsa de viaje que llevaba.
Hizo el amago de darse la vuelta, pero en el último momento pareció recordar algo y se puso a rebuscar entre los múltiples esqueletos que alfombraban el estudio. Al no poder reconocer la identidad de todos aquellos cadáveres le tomó unos pocos minutos encontrar lo que estaba buscando, pero al final se alzó con una polvorienta bandana desgastada por el paso del tiempo que también guardó en la bolsa de viaje. La bandana ninja de Arashihime.
Sólo después se acercó hasta su pupilo y apoyó la mano sobre su hombro. Una mano fría... pero no tan fría como solía estar.
—Sé que es difícil, Daruu-kun —le dijo, con calma y firmeza, pero sus ojos brillaban con una inusual intensidad—. Yo tampoco la he visto así nunca, aunque sé que no es la primera vez que le pasa algo así y también sé que puede ir a peor. No podemos dejar que termine de perder el control, ni tú ni yo podríamos pararla entonces. Es Ayame. Sigue siendo Ayame. Y está débil y asustada, aunque no lo parezca.
»Vamos. Ayúdame a encontrarla.
Ayame se apoyó en el tronco de un árbol, resollando con esfuerzo y el cuerpo temblando con violencia.
Había salido de la casa de Shiruuba y, presa de la rabia y del terror, se había internado en el bosque que la rodeaba. Pero no había ido muy lejos.
Lloraba. Lloraba pero al mismo tiempo se sentía pletórica y llena de poder. Era una sensación muy extraña y angustiosa. Un poder primigenio recorría sus venas, la revitalizaba desde dentro, y la llenaba como un torrente de energía. Nunca antes se había sentido tan poderosa, tan viva, pero ese mismo poder la aterraba. Y aterraba a los que le rodeaban. Jadeó, dolorida, y alzó una de sus temblorosas manos. Se estaba abrasando. Por dentro y por fuera. Y no sabía cómo pararlo.
—Páralo... —suplicó al aire, con un débil gimoteo—. Gobi... Eres tú, ¿verdad...? Eres tú quien me ha estado hablando... Páralo, por favor... No soy un monstruo... No lo soy...
«No quiero que ellos me miren así...» Añadió para sus adentros, con amargas lágrimas que se evaporaban en cuanto salían al contacto con la energía en ebullición que la envolvía.
Kōri asintió.
—Entiendo... —afirmó, antes de alargar una mano, tomar el libro y guardarlo en la bolsa de viaje que llevaba.
Hizo el amago de darse la vuelta, pero en el último momento pareció recordar algo y se puso a rebuscar entre los múltiples esqueletos que alfombraban el estudio. Al no poder reconocer la identidad de todos aquellos cadáveres le tomó unos pocos minutos encontrar lo que estaba buscando, pero al final se alzó con una polvorienta bandana desgastada por el paso del tiempo que también guardó en la bolsa de viaje. La bandana ninja de Arashihime.
Sólo después se acercó hasta su pupilo y apoyó la mano sobre su hombro. Una mano fría... pero no tan fría como solía estar.
—Sé que es difícil, Daruu-kun —le dijo, con calma y firmeza, pero sus ojos brillaban con una inusual intensidad—. Yo tampoco la he visto así nunca, aunque sé que no es la primera vez que le pasa algo así y también sé que puede ir a peor. No podemos dejar que termine de perder el control, ni tú ni yo podríamos pararla entonces. Es Ayame. Sigue siendo Ayame. Y está débil y asustada, aunque no lo parezca.
»Vamos. Ayúdame a encontrarla.
. . .
Ayame se apoyó en el tronco de un árbol, resollando con esfuerzo y el cuerpo temblando con violencia.
Había salido de la casa de Shiruuba y, presa de la rabia y del terror, se había internado en el bosque que la rodeaba. Pero no había ido muy lejos.
Lloraba. Lloraba pero al mismo tiempo se sentía pletórica y llena de poder. Era una sensación muy extraña y angustiosa. Un poder primigenio recorría sus venas, la revitalizaba desde dentro, y la llenaba como un torrente de energía. Nunca antes se había sentido tan poderosa, tan viva, pero ese mismo poder la aterraba. Y aterraba a los que le rodeaban. Jadeó, dolorida, y alzó una de sus temblorosas manos. Se estaba abrasando. Por dentro y por fuera. Y no sabía cómo pararlo.
—Páralo... —suplicó al aire, con un débil gimoteo—. Gobi... Eres tú, ¿verdad...? Eres tú quien me ha estado hablando... Páralo, por favor... No soy un monstruo... No lo soy...
«No quiero que ellos me miren así...» Añadió para sus adentros, con amargas lágrimas que se evaporaban en cuanto salían al contacto con la energía en ebullición que la envolvía.