19/03/2018, 18:55
Kōri y Daruu corrían sorteando a duras penas los troncos de los árboles. Bueno, al menos, Daruu sorteaba a duras penas los troncos de los árboles. Cuando seguían a su maestro, Ayame y él siempre tenían que esforzarse al máximo y aún así se notaba que El Hielo frenaba sus pasos. Pero aquella ocasión era otra muy distinta. Kōri cada vez le sacaba más ventaja. Y Daruu sabía que de no estar ambos famélicos y sedientos, su sensei ya haría tiempo que habría desaparecido en el horizonte.
Siguiendo las huellas quemadas en el suelo como sellos de hierro candente, los muchachos llegaron a un claro. El brillante chakra de antes descansaba apoyado en un tronco más allá, envolviendo a una Ayame con rostro asustado y perdido en un punto lejano. Kōri llamó varias veces sin recibir respuesta, con precaución. Entonces la capa desapareció, y el jōnin parpadeó a través del espacio para aparecer al lado de su hermana y sostenerla.
Daruu suspiró aliviado cuando la muchacha reconoció a su hermano con un tono de voz muy distinto del que había hecho gala en la mansión de Shiruuba. Se acercó con pasos titubeantes, y entonces se encontró con los ojos de Ayame. Unos ojos aterrorizados y apenados que le pidieron perdón antes que sus labios.
Daruu sonrió y negó con la cabeza. A dos metros de la muchacha, formó una pronunciada reverencia.
—No, yo lo siento, Ayame —dijo—. Me asusté, y no supe ver más allá de las apariencias. Tú eres tú, mi compañera, de equipo shinobi y de vida.
»Una vez te prometí que nunca te trataría diferente por ser la jinchūriki. Te he fallado. Todo esto es una vergüenza para mí y un daño causado que tendré que reparar.
Siguiendo las huellas quemadas en el suelo como sellos de hierro candente, los muchachos llegaron a un claro. El brillante chakra de antes descansaba apoyado en un tronco más allá, envolviendo a una Ayame con rostro asustado y perdido en un punto lejano. Kōri llamó varias veces sin recibir respuesta, con precaución. Entonces la capa desapareció, y el jōnin parpadeó a través del espacio para aparecer al lado de su hermana y sostenerla.
Daruu suspiró aliviado cuando la muchacha reconoció a su hermano con un tono de voz muy distinto del que había hecho gala en la mansión de Shiruuba. Se acercó con pasos titubeantes, y entonces se encontró con los ojos de Ayame. Unos ojos aterrorizados y apenados que le pidieron perdón antes que sus labios.
Daruu sonrió y negó con la cabeza. A dos metros de la muchacha, formó una pronunciada reverencia.
—No, yo lo siento, Ayame —dijo—. Me asusté, y no supe ver más allá de las apariencias. Tú eres tú, mi compañera, de equipo shinobi y de vida.
»Una vez te prometí que nunca te trataría diferente por ser la jinchūriki. Te he fallado. Todo esto es una vergüenza para mí y un daño causado que tendré que reparar.