20/03/2018, 00:56
En aquella ocasión, no fue el miedo y el rechazo lo que vio reflejado en los ojos perlados de Daruu. Y sin embargo rehuyó de ellos. Huyó de su conciliación y de su sonrisa. Porque en aquellos momentos se sentía sucia. Se sentía un monstruo.
—No, yo lo siento, Ayame —le escuchó decir, pero ella no levantó la cabeza. Le ardía todo el cuerpo. Sentía las quemaduras gritando en su piel. Y sólo arrimándose a la gélida piel de Kōri conseguía mitigar mínimamente aquel sufrimiento. Y, sin embargo, apretaba los dientes y no se quejaba—. Me asusté, y no supe ver más allá de las apariencias. Tú eres tú, mi compañera, de equipo shinobi y de vida.
«De... ¿vida...?» Repitió en su fuero interno, con lágrimas en los ojos. Lloraba porque le dolía. ¿Pero qué era lo que le dolía? ¿El fuego en la piel o el fuego que había avivado Daruu en su corazón con sus palabras?
—Una vez te prometí que nunca te trataría diferente por ser la jinchūriki. Te he fallado. Todo esto es una vergüenza para mí y un daño causado que tendré que reparar.
Ayame tragó saliva con esfuerzo y levantó lentamente la cabeza. Al fin miró a Daruu, al muchacho inclinado hacia ella a unos pocos metros. A su Daruu. Abrió la boca. Quiso hablar. Pero las palabras sonaron rotas en su garganta. Tosió, profundamente afligida, y Kōri se apartó momentáneamente de ella para regresar enseguida con una botella de agua. Ayame la abrió casi con desesperación y se bebió su contenido entre largos tragos. Ni siquiera le importó que tuviera un ligero sabor a rancio, pero en el último momento bebió con demasiado ansia y se atragantó. Tosió varias veces, pero pese a la ardiente sensación que se le quedó en la garganta, se sintió mucho mejor.
—No. Soy yo la que debe disculparse. Por haberme dejado llevar de esta manera y perder el control... otra vez —aún profundamente aterrorizada les miró a ambos, mordiéndose el labio inferior. Aunque enseguida se arrepintió cuando sintió tirar la quemadura de su mejilla. Aún tuvo que respirar hondo varias veces antes de añadir—: Le... le he visto. He visto al Gobi...
Kōri abrió los ojos como platos, y Ayame sintió que contenía la respiración.
—No, yo lo siento, Ayame —le escuchó decir, pero ella no levantó la cabeza. Le ardía todo el cuerpo. Sentía las quemaduras gritando en su piel. Y sólo arrimándose a la gélida piel de Kōri conseguía mitigar mínimamente aquel sufrimiento. Y, sin embargo, apretaba los dientes y no se quejaba—. Me asusté, y no supe ver más allá de las apariencias. Tú eres tú, mi compañera, de equipo shinobi y de vida.
«De... ¿vida...?» Repitió en su fuero interno, con lágrimas en los ojos. Lloraba porque le dolía. ¿Pero qué era lo que le dolía? ¿El fuego en la piel o el fuego que había avivado Daruu en su corazón con sus palabras?
—Una vez te prometí que nunca te trataría diferente por ser la jinchūriki. Te he fallado. Todo esto es una vergüenza para mí y un daño causado que tendré que reparar.
Ayame tragó saliva con esfuerzo y levantó lentamente la cabeza. Al fin miró a Daruu, al muchacho inclinado hacia ella a unos pocos metros. A su Daruu. Abrió la boca. Quiso hablar. Pero las palabras sonaron rotas en su garganta. Tosió, profundamente afligida, y Kōri se apartó momentáneamente de ella para regresar enseguida con una botella de agua. Ayame la abrió casi con desesperación y se bebió su contenido entre largos tragos. Ni siquiera le importó que tuviera un ligero sabor a rancio, pero en el último momento bebió con demasiado ansia y se atragantó. Tosió varias veces, pero pese a la ardiente sensación que se le quedó en la garganta, se sintió mucho mejor.
—No. Soy yo la que debe disculparse. Por haberme dejado llevar de esta manera y perder el control... otra vez —aún profundamente aterrorizada les miró a ambos, mordiéndose el labio inferior. Aunque enseguida se arrepintió cuando sintió tirar la quemadura de su mejilla. Aún tuvo que respirar hondo varias veces antes de añadir—: Le... le he visto. He visto al Gobi...
Kōri abrió los ojos como platos, y Ayame sintió que contenía la respiración.