21/03/2018, 20:15
Daruu también se había quedado mudo de asombro, igual que Kōri. Y, realmente, Ayame no podía culparlos. Volvió a morderse el labio inferior, esperando cualquier tipo de reacción en los rostros de sus dos compañeros: una exclamación, que la tomaran por loca, incluso quizás que la regañaran.
Y entonces...
—Y seguro que era feo el muy cabrón —dijo Daruu.
Y no pudo evitarlo. Lo imprevisto de aquella frase le arrancó una seca carcajada. Ayame volvió a beber agua, y con la saciedad de la sed enseguida se sobrepuso el hambre. Aún debilitada, la muchacha alargó el brazo hacia su mochila, la atrajo hacia sí y comenzó a rebuscar en su interior. No tardó en encontrar lo que estaba buscando: un sandwich ya medio aplastado y seguramente de sabor mustio, pero entonces sus dedos toparon con otro objeto y también lo sacó. Era el mismo bloc de notas que había usado dentro de la dimensión de Shiruuba, en el que había comenzado a anotar sus recuerdos antes de que Daruu frustrara su plan.
Pero su intención ahora era otra.
—Es... difícil de describir... —dijo, pensativa, abriendo la libreta por una página en blanco al azar. Lápiz en mano, comenzó a hacer trazos rápidos, descuidados, pues en aquellos momentos no quería hacer una representación fiel de lo que había visto, sino algo superficial con el que Kōri y Daruu pudieran hacerse una idea—. Tenía cuatro patas, patas con cascos, y su cuerpo parecía el de un caballo. Pero su cabeza... su cabeza no era la de un caballo. Era más redondeada, y tenía la boca llena de dientes afilados. Casi parecía... la cabeza de un delfín. Ah, pero un delfín no tiene cuatro cuernos sobre la frente.
Se interrumpió momentáneamente al dibujar el esbozo de las cinco colas por detrás de él, pensativa. Y el lápiz, así como su voz, tembló ligeramente cuando siguió hablando:
—Tenía voz femenina... Y estaba enfadada. Muy enfadada. Odia a los humanos por haberla utilizado en contra de su voluntad como una mera herramienta para después encerrarla... dentro de mí. Está... está esperando que flaquee como jinchūriki... y entonces "romperá los barrotes que la retienen y se liberará"...
Kōri, que se había mantenido en todo aquel tiempo estático como una estatua de mármol, tenía el ceño ligeramente fruncido y...
Parecía más asustado de lo que Ayame había visto jamás.
—Ayame. No debes escucharlo. ¿Me has oído? —la llamó, apartando la libreta de su mano y tomándola por los hombros. Pero Ayame sólo se asustó más al percibir la alarma y la urgencia en sus ojos y en su voz—. No. Debes. Escucharlo. Eres la jinchūriki de Amegakure. Eres la guardiana que custodia al Gobi. Por el bien de la aldea, y por tu propio bien, no debes dejarte engañar. ¿Lo entiendes? Recuerda lo que nos dijo padre.
Ayame tragó saliva con esfuerzo, pero incapaz de rehuir la intensa mirada de El Hielo, se vio forzada a asentir a duras penas.
Y entonces...
—Y seguro que era feo el muy cabrón —dijo Daruu.
Y no pudo evitarlo. Lo imprevisto de aquella frase le arrancó una seca carcajada. Ayame volvió a beber agua, y con la saciedad de la sed enseguida se sobrepuso el hambre. Aún debilitada, la muchacha alargó el brazo hacia su mochila, la atrajo hacia sí y comenzó a rebuscar en su interior. No tardó en encontrar lo que estaba buscando: un sandwich ya medio aplastado y seguramente de sabor mustio, pero entonces sus dedos toparon con otro objeto y también lo sacó. Era el mismo bloc de notas que había usado dentro de la dimensión de Shiruuba, en el que había comenzado a anotar sus recuerdos antes de que Daruu frustrara su plan.
Pero su intención ahora era otra.
—Es... difícil de describir... —dijo, pensativa, abriendo la libreta por una página en blanco al azar. Lápiz en mano, comenzó a hacer trazos rápidos, descuidados, pues en aquellos momentos no quería hacer una representación fiel de lo que había visto, sino algo superficial con el que Kōri y Daruu pudieran hacerse una idea—. Tenía cuatro patas, patas con cascos, y su cuerpo parecía el de un caballo. Pero su cabeza... su cabeza no era la de un caballo. Era más redondeada, y tenía la boca llena de dientes afilados. Casi parecía... la cabeza de un delfín. Ah, pero un delfín no tiene cuatro cuernos sobre la frente.
Se interrumpió momentáneamente al dibujar el esbozo de las cinco colas por detrás de él, pensativa. Y el lápiz, así como su voz, tembló ligeramente cuando siguió hablando:
—Tenía voz femenina... Y estaba enfadada. Muy enfadada. Odia a los humanos por haberla utilizado en contra de su voluntad como una mera herramienta para después encerrarla... dentro de mí. Está... está esperando que flaquee como jinchūriki... y entonces "romperá los barrotes que la retienen y se liberará"...
Kōri, que se había mantenido en todo aquel tiempo estático como una estatua de mármol, tenía el ceño ligeramente fruncido y...
Parecía más asustado de lo que Ayame había visto jamás.
—Ayame. No debes escucharlo. ¿Me has oído? —la llamó, apartando la libreta de su mano y tomándola por los hombros. Pero Ayame sólo se asustó más al percibir la alarma y la urgencia en sus ojos y en su voz—. No. Debes. Escucharlo. Eres la jinchūriki de Amegakure. Eres la guardiana que custodia al Gobi. Por el bien de la aldea, y por tu propio bien, no debes dejarte engañar. ¿Lo entiendes? Recuerda lo que nos dijo padre.
Ayame tragó saliva con esfuerzo, pero incapaz de rehuir la intensa mirada de El Hielo, se vio forzada a asentir a duras penas.