22/03/2018, 11:06
Ayame no pudo evitar reír, que era el objetivo del comentario de Daruu, así que el muchacho se alegró y sonrió. Luego, él tampoco pudo evitar dar un paso adelante y abrazar a Ayame con fuerza. A pesar de estar delante de su hermano. Si el Hielo no lo comprendía, tendría que comprenderlo.
Se separó de Ayame y emitió un ruidillo confuso cuando la chica empezó a rebuscar en la mochila y sacó el mismo bloc de notas que había utilizado dentro de la ilusión. Por un momento se preguntó si aquellas palabras seguirían escritas y tachadas en sus páginas. «No, imbécil. Estábamos en una ilusión. Era todo mentira. Recuerda». Probablemente Zetsuo hubiera reaccionado a aquél pensamiento con un tortazo de revés, o algo incluso peor: una intensa mirada de desprecio y un volteo con indignación.
Daruu tuvo ganas de decirle a Ayame que parase de describir al animal, de hacer con la libreta lo mismo que había hecho dentro de la mentira de Shiruuba. No era porque no pudiera imaginarse lo que estaba describiendo o que le resultara muy horrible —de hecho, fuera de contexto el concepto casi parecía una broma—, sino porque no deseaba saber nada más del Gobi en muchísimo tiempo. Sintió que se le revolvían las tripas cuando la muchacha observó que tenía voz femenina.
«Ya hemos oído su voz...», pensó Daruu con amargura.
Kori-sensei, visiblemente asustado, se acercó a Ayame, apartó la libreta de su mano y la tomó con los hombros. Apremió con todas sus fuerzas a que Ayame no escuchase al Gobi. Que era su guardiana. Que no debía dejarse engañar.
—Kori-sensei —llamó Daruu, dándole dos golpecitos en la espalda—. Si Ayame debe ser una guardiana, será la mejor guardiana que pueda, de eso no tengo duda —intentó rebajar la tensión—. Por otra parte, si Ayame es la guardiana... nosotros somos los guardianes de la guardiana, ¿no? Con tanto guardián, ese bicho no tiene nada que hacer.
Se acercó a Ayame, golpeó un lugar muy específico de su espalda con el puño levemente, como si llamase a una puerta, y dijo:
—¿Me oyes, bicho? Estás jodido. De ahí no te vas a mover.
Más tarde se echaría las manos a la cabeza y desearía que de verdad no se moviera de ahí. A lo mejor era al primero al que masticaba con sus dientecitos de cetáceo.
Se separó de Ayame y emitió un ruidillo confuso cuando la chica empezó a rebuscar en la mochila y sacó el mismo bloc de notas que había utilizado dentro de la ilusión. Por un momento se preguntó si aquellas palabras seguirían escritas y tachadas en sus páginas. «No, imbécil. Estábamos en una ilusión. Era todo mentira. Recuerda». Probablemente Zetsuo hubiera reaccionado a aquél pensamiento con un tortazo de revés, o algo incluso peor: una intensa mirada de desprecio y un volteo con indignación.
Daruu tuvo ganas de decirle a Ayame que parase de describir al animal, de hacer con la libreta lo mismo que había hecho dentro de la mentira de Shiruuba. No era porque no pudiera imaginarse lo que estaba describiendo o que le resultara muy horrible —de hecho, fuera de contexto el concepto casi parecía una broma—, sino porque no deseaba saber nada más del Gobi en muchísimo tiempo. Sintió que se le revolvían las tripas cuando la muchacha observó que tenía voz femenina.
«Ya hemos oído su voz...», pensó Daruu con amargura.
Kori-sensei, visiblemente asustado, se acercó a Ayame, apartó la libreta de su mano y la tomó con los hombros. Apremió con todas sus fuerzas a que Ayame no escuchase al Gobi. Que era su guardiana. Que no debía dejarse engañar.
—Kori-sensei —llamó Daruu, dándole dos golpecitos en la espalda—. Si Ayame debe ser una guardiana, será la mejor guardiana que pueda, de eso no tengo duda —intentó rebajar la tensión—. Por otra parte, si Ayame es la guardiana... nosotros somos los guardianes de la guardiana, ¿no? Con tanto guardián, ese bicho no tiene nada que hacer.
Se acercó a Ayame, golpeó un lugar muy específico de su espalda con el puño levemente, como si llamase a una puerta, y dijo:
—¿Me oyes, bicho? Estás jodido. De ahí no te vas a mover.
Más tarde se echaría las manos a la cabeza y desearía que de verdad no se moviera de ahí. A lo mejor era al primero al que masticaba con sus dientecitos de cetáceo.