30/03/2018, 15:19
(Última modificación: 30/03/2018, 15:24 por Amedama Daruu.)
De entre todos los besos que ha presenciado o protagonizado el ser humano, aquél debe de ser el más ardiente de todos. Ardía tanto que lo hacía literalmente. Aunque Daruu atribuyó el calor en su pecho y el destello a la habitual energía impulsiva adolescente que le invadía cuando besaba a Ayame, el grito de la muchacha le despertó por completo del trance. Daruu vio llamas. Daruu pensó que les estaban atacando. Daruu activó su Byakugan, dio un paso atrás y miró a todas partes. Aquella llama tenía el color de un chakra familiar, pero que no conseguía ubicar mentalmente. Y su pecho emitió el último estertor de un destello que sólo podía indicar a una dirección.
«¿Fuuinjutsu?»
El pasillo se convirtió en una especie de tundra sin hielo, y sus pies no reaccionaron cuando quiso moverlos. Entonces, entendió que la situación estaba a punto de convertirse en el malentendido más grande y mortal de la historia de su vida. Tragó saliva y buscó a Kori con la mirada. Lo encontró, por supuesto que lo encontró: con una estaca de hielo apuntando a su garganta.
—K-Kori-sensei.
—Ahora me vas a explicar qué significa esto...
—¡No lo sé! ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!
»Y por qué un Hyūga conoce una técnica de Uchiha.
«Fuuinjutsu. Uchiha.»
Las neuronas de Daruu, que estaban muy concentradas en buscar un cuento que durmiera al alma asesina de su maestro, dirigieron de pronto su atención a un recuerdo, un recuerdo no muy lejano, a una distancia sí muy lejana de allí. Lejos, incluso, de las propias costas de Oonindo. Frutas de cáscara dura, peludas. Un camino a través de un bosque de extraños árboles. Una sonrisa de truhán. Una persona.
Una sabandija.
Un hijo de puta.
Un futuro hombre muerto.
Las palabras de otro de esos demonios de ojos rojos le vinieron a la mente justo entonces, justo en ese preciso momento, riéndose de él, soltando un tremendo te lo dije.
Entrecerró los ojos y saltó hacia atrás, viéndose liberado de la capa de hielo que Kori mantenía alrededor de sus pies, misteriosamente.
—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —Señaló a los restos de llamas que sobrevivían a duras penas, en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.
«¿Fuuinjutsu?»
El pasillo se convirtió en una especie de tundra sin hielo, y sus pies no reaccionaron cuando quiso moverlos. Entonces, entendió que la situación estaba a punto de convertirse en el malentendido más grande y mortal de la historia de su vida. Tragó saliva y buscó a Kori con la mirada. Lo encontró, por supuesto que lo encontró: con una estaca de hielo apuntando a su garganta.
—K-Kori-sensei.
—Ahora me vas a explicar qué significa esto...
—¡No lo sé! ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!
»Y por qué un Hyūga conoce una técnica de Uchiha.
...Uchiha.
«Fuuinjutsu. Uchiha.»
Las neuronas de Daruu, que estaban muy concentradas en buscar un cuento que durmiera al alma asesina de su maestro, dirigieron de pronto su atención a un recuerdo, un recuerdo no muy lejano, a una distancia sí muy lejana de allí. Lejos, incluso, de las propias costas de Oonindo. Frutas de cáscara dura, peludas. Un camino a través de un bosque de extraños árboles. Una sonrisa de truhán. Una persona.
Una sabandija.
Un hijo de puta.
Un futuro hombre muerto.
«Datsue-kun nunca parece un mal tipo hasta que descubre que puede sacar beneficio jodiéndote. Es una rata traicionera y astuta.»
Las palabras de otro de esos demonios de ojos rojos le vinieron a la mente justo entonces, justo en ese preciso momento, riéndose de él, soltando un tremendo te lo dije.
Entrecerró los ojos y saltó hacia atrás, viéndose liberado de la capa de hielo que Kori mantenía alrededor de sus pies, misteriosamente.
—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —Señaló a los restos de llamas que sobrevivían a duras penas, en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.