30/03/2018, 16:03
Ayame, aterrada y atónita, asistía a una escena que se alejaba de su comprensión.
Daruu la había atacado. Pero él no conocía técnicas de Katon. Así que tenía que ser un intruso disfrazado de Daruu. Sí, tenía que ser eso. No había otra explicación posible. Y su hermano debía de haber pensado algo similar, porque había apresado sus piernas entre garras de hielo y ahora estaba plantado frente a él, amenazando su cuello con una daga del mismo material.
—¡No lo sé! —exclamaba el chico, desesperado—. ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!
«¿Sellado...?» Se repitió Ayame, mentalmente. «¿Es eso verdad? ¿Se pueden sellar técnicas en otras personas...?» No lo entendía. No conseguía entenderlo. Porque ella nunca había conseguido entender los entresijos de las técnicas de sellado.
Ay, si tan sólo hubiera sabido en aquel entonces que en un futuro no muy lejano iba a sufrir una escena similar...
De repente las piernas de Daruu emitieron un súbito chasquido. El hielo le liberó de su presa. Pero antes de que pudiera alejarse, Kōri alargó el brazo y cerró sus dedos en torno al brazo del muchacho, firmes como las garras de un búho.
—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —gritaba Daruu, señalando los restos de las llamas que agonizaban en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.
Kōri entrecerró ligeramente los ojos. Parecía que, por un instante, El Hielo estaba echando de menos la habilidad de su padre para discernir si estaba diciendo la verdad o no. Recordaba a Datsue de su combate contra Daruu, pero no sabía de él más que era un habilidoso y astuto shinobi de Uzushiogakure que tenía el poder del Sharingan. Volvió la cabeza hacia Ayame, cubierta de quemaduras, que aún tiritaba por el miedo en el suelo. Después volvió a dirigir sus ojos de escarcha a Daruu. Y al final, después de varios segundos cargados por un silencio que chispeaba entre ellos como electricidad estática, apretó la estaca de hielo entre sus dedos...
Y le soltó.
—Espero, por tu bien, que estés diciendo la verdad —siseó—. Porque esa es una acusación muy grave contra un shinobi de otra aldea. Dime, Daruu-kun, ¿qué razón podría haber llevado a ese Uchiha a hacer algo así? ¿Acaso conoce que Ayame es la Jinchūriki de Amegakure?
—Da... ¿Datsue-san...? —balbuceó Ayame, para sorpresa del Jōnin. Pero ella parecía aún más sorprendida—. Pero... ¿Por qué...? Nos conocemos... nos hemos visto en varias ocasiones y no...
La última vez, en el País de los Bosques, cuando le dijo que Kaido era un pervertido que se dedicaba a robar la ropa interior de otras kunoichis. No se podía decir que fueran amigos, pero en las pocas veces que se había cruzado, Ayame se había sentido bien en su presencia. Le caía bien, le había parecido una buena persona. Pero, si lo que Daruu decía era cierto...
Le acababa de tender una trampa.
Y las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Daruu la había atacado. Pero él no conocía técnicas de Katon. Así que tenía que ser un intruso disfrazado de Daruu. Sí, tenía que ser eso. No había otra explicación posible. Y su hermano debía de haber pensado algo similar, porque había apresado sus piernas entre garras de hielo y ahora estaba plantado frente a él, amenazando su cuello con una daga del mismo material.
—¡No lo sé! —exclamaba el chico, desesperado—. ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!
«¿Sellado...?» Se repitió Ayame, mentalmente. «¿Es eso verdad? ¿Se pueden sellar técnicas en otras personas...?» No lo entendía. No conseguía entenderlo. Porque ella nunca había conseguido entender los entresijos de las técnicas de sellado.
Ay, si tan sólo hubiera sabido en aquel entonces que en un futuro no muy lejano iba a sufrir una escena similar...
De repente las piernas de Daruu emitieron un súbito chasquido. El hielo le liberó de su presa. Pero antes de que pudiera alejarse, Kōri alargó el brazo y cerró sus dedos en torno al brazo del muchacho, firmes como las garras de un búho.
—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —gritaba Daruu, señalando los restos de las llamas que agonizaban en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.
Kōri entrecerró ligeramente los ojos. Parecía que, por un instante, El Hielo estaba echando de menos la habilidad de su padre para discernir si estaba diciendo la verdad o no. Recordaba a Datsue de su combate contra Daruu, pero no sabía de él más que era un habilidoso y astuto shinobi de Uzushiogakure que tenía el poder del Sharingan. Volvió la cabeza hacia Ayame, cubierta de quemaduras, que aún tiritaba por el miedo en el suelo. Después volvió a dirigir sus ojos de escarcha a Daruu. Y al final, después de varios segundos cargados por un silencio que chispeaba entre ellos como electricidad estática, apretó la estaca de hielo entre sus dedos...
Y le soltó.
—Espero, por tu bien, que estés diciendo la verdad —siseó—. Porque esa es una acusación muy grave contra un shinobi de otra aldea. Dime, Daruu-kun, ¿qué razón podría haber llevado a ese Uchiha a hacer algo así? ¿Acaso conoce que Ayame es la Jinchūriki de Amegakure?
—Da... ¿Datsue-san...? —balbuceó Ayame, para sorpresa del Jōnin. Pero ella parecía aún más sorprendida—. Pero... ¿Por qué...? Nos conocemos... nos hemos visto en varias ocasiones y no...
La última vez, en el País de los Bosques, cuando le dijo que Kaido era un pervertido que se dedicaba a robar la ropa interior de otras kunoichis. No se podía decir que fueran amigos, pero en las pocas veces que se había cruzado, Ayame se había sentido bien en su presencia. Le caía bien, le había parecido una buena persona. Pero, si lo que Daruu decía era cierto...
Le acababa de tender una trampa.
Y las lágrimas resbalaron por sus mejillas.