1/04/2018, 15:55
Los ojos negros de Akame tenían un reflejo vidrioso mientras se mantenían fijos en el gran ventanal que ocupaba la pared contraria de la habitación. Al otro lado podía verse toda Uzushiogakure en su gran esplendor Primaveral; los cerezos en flor, las calles iluminadas tenuemente por decenas de puntitos brillantes que rasgaban el oscuro telar de la noche. Aquella era una estampa bellísima que, sin embargo, sólo ofrecía un mensaje para el Uchiha.
Había fracasado. Ni siquiera había sido capaz de asimilarlo, el mazazo había sido brutal. Pese a su estricta disciplina, Akame siempre se había considerado mejor que sus compañeros —o, al menos, mejor que la mayoría—. Incluso aunque su maestra bien le había inculcado que la humildad es mejor guía que la soberbia, él no había podido evitar escoger a la segunda en más ocasiones de las que estaría jamás dispuesto a admitir. Se había crecido, se había creído intocable, diestro, más listo que nadie. Y su actual maestro, Uchiha Raito, no había tenido reparos en destrozar por completo aquella equivocada percepción que Akame tenía sobre sí mismo de la forma más directa y brutal que podía.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se sintió impotente. Por primera vez en su vida no tuvo ni idea de cómo afrontar aquel fracaso, de cómo recuperarse de semejante derrota, de modo que había optado simplemente por callar mientras su Kage hablaba. «Si tan sólo hubiera entrenado un poco más... Si tan sólo no me hubiera dejado ir estos últimos días...»
¿Cómo iba a cumplir entonces su promesa de proteger a todos y cada uno de sus amigos? ¿Cómo iba a evitar que siguiera muriendo gente en la Aldea si no era capaz ni de aprobar un examen de ascenso? "Seré más poderoso que todos ellos", había dicho... «Maldito iluso», se reprendió con furia en su fuero interno. Estaba a un jodido abismo de ninjas como Raito, Hanabi o el difunto Zoku. Nunca sería capaz de alcanzarlos.
Entonces dos destellos dorados brillaron en la mesa del Uzukage, captando la atención y la mirada del Uchiha. Bajó sus ojos tristes y fue consciente de lo que el máximo mandatario del Remolino les estaba pidiendo. Alzó la cabeza, incrédulo, y buscó la mirada de Sarutobi Hanabi mientras en su rostro se reflejaba la más sincera estupefacción. «No... No puede ser... Nosotros... ¿Jounin?» Apretó todavía más los puños. «He sido un estúpido, he bajado el ritmo y he fracasado. Los he decepcionado a todos por culpa de mi orgullo, y aún así... Hanabi-sama...»
Akame bajó la cabeza en una reverencia que no pretendía sino ocultar que acababa de empezar a llorar.
—Uzukage-sama —dijo, con la voz tomada—. Yo... Es un honor para mí. Me esforzaré al máximo, no volveré a fracasar. Yo...
»Gracias, Uzukage-sama.
Había fracasado. Ni siquiera había sido capaz de asimilarlo, el mazazo había sido brutal. Pese a su estricta disciplina, Akame siempre se había considerado mejor que sus compañeros —o, al menos, mejor que la mayoría—. Incluso aunque su maestra bien le había inculcado que la humildad es mejor guía que la soberbia, él no había podido evitar escoger a la segunda en más ocasiones de las que estaría jamás dispuesto a admitir. Se había crecido, se había creído intocable, diestro, más listo que nadie. Y su actual maestro, Uchiha Raito, no había tenido reparos en destrozar por completo aquella equivocada percepción que Akame tenía sobre sí mismo de la forma más directa y brutal que podía.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se sintió impotente. Por primera vez en su vida no tuvo ni idea de cómo afrontar aquel fracaso, de cómo recuperarse de semejante derrota, de modo que había optado simplemente por callar mientras su Kage hablaba. «Si tan sólo hubiera entrenado un poco más... Si tan sólo no me hubiera dejado ir estos últimos días...»
¿Cómo iba a cumplir entonces su promesa de proteger a todos y cada uno de sus amigos? ¿Cómo iba a evitar que siguiera muriendo gente en la Aldea si no era capaz ni de aprobar un examen de ascenso? "Seré más poderoso que todos ellos", había dicho... «Maldito iluso», se reprendió con furia en su fuero interno. Estaba a un jodido abismo de ninjas como Raito, Hanabi o el difunto Zoku. Nunca sería capaz de alcanzarlos.
Entonces dos destellos dorados brillaron en la mesa del Uzukage, captando la atención y la mirada del Uchiha. Bajó sus ojos tristes y fue consciente de lo que el máximo mandatario del Remolino les estaba pidiendo. Alzó la cabeza, incrédulo, y buscó la mirada de Sarutobi Hanabi mientras en su rostro se reflejaba la más sincera estupefacción. «No... No puede ser... Nosotros... ¿Jounin?» Apretó todavía más los puños. «He sido un estúpido, he bajado el ritmo y he fracasado. Los he decepcionado a todos por culpa de mi orgullo, y aún así... Hanabi-sama...»
Akame bajó la cabeza en una reverencia que no pretendía sino ocultar que acababa de empezar a llorar.
—Uzukage-sama —dijo, con la voz tomada—. Yo... Es un honor para mí. Me esforzaré al máximo, no volveré a fracasar. Yo...
»Gracias, Uzukage-sama.