3/04/2018, 19:07
La respuesta del joven gobernante tomó totalmente por sorpresa a Akame, y sus ojos se abrieron tanto que parecían a punto de salírsele de las órbitas. «¿Fracasar... más?»
Pese a todo, lo que siguió a aquellas peculiares palabras fue una de las lecciones de vida más acertadas —mucho tiempo después el propio Uchiha lo reconocería sin tapujos— y sabias que nadie le había dado. El estricto entrenamiento de su primera maestra en la sombra, que se había caracterizado por dibujar el error y el fracaso como dos conceptos que debían serle totalmente ajenos, había permeado en un joven Akame de tal forma que lo llevaba impreso en su más profundo ser. Y, sin embargo, las palabras de su Kage estaban ahora apoderándose por completo de aquella parcela remota de su interior. Como si alguien hubiese abierto las ventanas largo tiempo cerradas de una habitación y un rayo de Sol arrojase toda su calidez sobre los muebles viejos y polvorientos.
«Fracasa mucho, pero fracasa bien. Siempre lo recordaré, Hanabi-sama.»
El Uchiha alzó la cabeza, todavía con los ojos llorosos, para mirar a su mandatario con un gesto de profundo agradecimiento. Entreabrió los ojos para hablar, pero notó un incómodo nudo en la garganta que amenazaba con tomarle la voz y dificultarle semejante tarea.
—Gracias, Hanabi-sama —logró decir, y en su voz se imprimió la sinceridad más clara y agradecida—. Es un honor ser un shinobi de Uzushiogakure no Sato.
Luego el Sarutobi reprendió, aunque amablemente, los turbios negocios que siempre habían caracterizado a Datsue. Éste aseguró que nunca se repetirían, para luego formular una petición de lo más inesperada.
«¿¡Sensei de la Academia de las Olas!?»
Akame no pudo evitar alzar la vista y girar el rostro hacia donde estaba su Hermano al conocer semejante revelación. Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero como siempre, Akame callaría más de lo que diría. «Vaya, Datsue-kun... Quién lo hubiera dicho», pensó con una cálida nostalgia al recordar sus propios años en la preparatoria. Haskoz, Kotetsu, Riko, Eri y los demás compañeros.
Pese a todo, lo que siguió a aquellas peculiares palabras fue una de las lecciones de vida más acertadas —mucho tiempo después el propio Uchiha lo reconocería sin tapujos— y sabias que nadie le había dado. El estricto entrenamiento de su primera maestra en la sombra, que se había caracterizado por dibujar el error y el fracaso como dos conceptos que debían serle totalmente ajenos, había permeado en un joven Akame de tal forma que lo llevaba impreso en su más profundo ser. Y, sin embargo, las palabras de su Kage estaban ahora apoderándose por completo de aquella parcela remota de su interior. Como si alguien hubiese abierto las ventanas largo tiempo cerradas de una habitación y un rayo de Sol arrojase toda su calidez sobre los muebles viejos y polvorientos.
«Fracasa mucho, pero fracasa bien. Siempre lo recordaré, Hanabi-sama.»
El Uchiha alzó la cabeza, todavía con los ojos llorosos, para mirar a su mandatario con un gesto de profundo agradecimiento. Entreabrió los ojos para hablar, pero notó un incómodo nudo en la garganta que amenazaba con tomarle la voz y dificultarle semejante tarea.
—Gracias, Hanabi-sama —logró decir, y en su voz se imprimió la sinceridad más clara y agradecida—. Es un honor ser un shinobi de Uzushiogakure no Sato.
Luego el Sarutobi reprendió, aunque amablemente, los turbios negocios que siempre habían caracterizado a Datsue. Éste aseguró que nunca se repetirían, para luego formular una petición de lo más inesperada.
«¿¡Sensei de la Academia de las Olas!?»
Akame no pudo evitar alzar la vista y girar el rostro hacia donde estaba su Hermano al conocer semejante revelación. Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero como siempre, Akame callaría más de lo que diría. «Vaya, Datsue-kun... Quién lo hubiera dicho», pensó con una cálida nostalgia al recordar sus propios años en la preparatoria. Haskoz, Kotetsu, Riko, Eri y los demás compañeros.