3/04/2018, 20:01
—¡Ja! ¿Y no parecía mala persona, verdad? —exclamó Daruu—. Hay que joderse. Que si los ribereños del norte son los malos, que si los del sur... ¡a ver si todos los ribereños van a ser unos hijos de un chacal al final!
Tanto Ayame como Kōri le miraron profundamente confundidos, al no terminar de comprender el significado de aquellas afirmaciones sobre aquellos ribereños.
—Por lo poco que le conozco, es astuto y ama el dinero casi más que su propia vida —continuó hablando—. Pero tiene un deje bastante infantil. ¿Seguro que es por el tema del jinchuuriki? ¿No ha pasado nada entre vosotros que haya podido llevarle a atacarte de esa manera?
Ayame ladeó la cabeza y torció el gesto, pensativa.
—No que yo sepa... —respondió en un murmullo, al cabo de varios segundos—. La primera vez que le vi fue en el Valle de los Dojos, y estuvimos hablando junto a otra compañera suya... Popo, creo que se llamaba... La segunda vez, ni siquiera llegué a verle, pero... —se sonrojó profusamente, pero les miró de manera significativa a los ojos—. Creo que le pillé en una situación un poco... "comprometida" con una chica. La siguiente fue durante un concurso musical, pero apenas tuvimos tiempo de saludarnos antes de que cada uno actuara y después desapareciera sin dejar rastro. Y la última fue en el País de los Bosques, pero nuevamente sólo charlamos de forma amistosa.
Daruu se volvió hacia Kōri.
—Tuviste que estar en nuestro combate del Torneo de los Dojos, sensei. Viste lo que era capaz de hacer. Esa técnica sellada parecía más un truco barato de feria para molestar que un ataque mortal. No habría podido ir más allá de una quemadura pasajera. Si hubiera sido su objetivo hacerle daño, lo hubiera hecho mejor.
Ayame palideció brutalmente al adivinar el significado oculto bajo aquellas palabras y El Hielo entrecerró peligrosamente los ojos. Un tenso silencio se tejió entre los tres durante varios largos segundos antes de que Kōri hablara.
—Vais a tener que tener mucho cuidado si os volvéis a encontrar con él —afirmó, mirándolos a ambos—. Las técnicas de sellado se transmiten por contacto, así que no dejéis que os toque bajo ningún concepto y no os enfrentéis a él. ¿Queda claro?
Ayame asintió en silencio, aún con ojos vidriosos y los puños apretados contra las rodillas. Se sentía traicionada, pero eso no era lo que más le dolía porque nunca había sido tan amiga de Datsue como para que aquello le afectara tanto. Lo que de verdad le dolía era aquel sentimiento de ridículo, el que los hubiera engañado con tanta facilidad, el saber que, de haberlo deseado de verdad, podría haber acabado con ellos sin siquiera enterarse ni saber la razón. Datsue no sólo tenía un rostro zorruno, era tan astuto como uno.
Y ambos habían catado el roce de sus colmillos.
«No puedo permitir que esto vuelva a pasar. Tengo que hacerme más fuerte.» Asintió para sí. Y en sus pensamientos ya no estaba sólo el asunto del Uchiha.
—No vamos a conseguir nada dándole vueltas —intervino Kōri de repente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Vamos a dormir, los tres necesitamos descansar.
En otras circunstancias, las palabras de su hermano habrían caído en saco roto. Sin embargo, era tal el cansancio que había acumulado en aquel lapso de tiempo, que Ayame cayó en un profundo sueño nada más tumbarse en su propia cama.
Sin embargo no fue un sueño reparador. Aquella noche estuvo plagada de oscuras pesadillas en las que se turnaban el rostro de Shiruuba, un libro de páginas que la absorbían en contra de su voluntad como un agujero negro, la asfixia entre un océano de huesos y esqueletos humanos... y, sobre todo, un colosal monstruo de cinco colas que ondeaban tras de él y que sonreía con dientes afilados como navajas al verse liberado de su prisión justo ante de aplastarla entre sus cascos como una vulgar hormiga.
Tanto Ayame como Kōri le miraron profundamente confundidos, al no terminar de comprender el significado de aquellas afirmaciones sobre aquellos ribereños.
—Por lo poco que le conozco, es astuto y ama el dinero casi más que su propia vida —continuó hablando—. Pero tiene un deje bastante infantil. ¿Seguro que es por el tema del jinchuuriki? ¿No ha pasado nada entre vosotros que haya podido llevarle a atacarte de esa manera?
Ayame ladeó la cabeza y torció el gesto, pensativa.
—No que yo sepa... —respondió en un murmullo, al cabo de varios segundos—. La primera vez que le vi fue en el Valle de los Dojos, y estuvimos hablando junto a otra compañera suya... Popo, creo que se llamaba... La segunda vez, ni siquiera llegué a verle, pero... —se sonrojó profusamente, pero les miró de manera significativa a los ojos—. Creo que le pillé en una situación un poco... "comprometida" con una chica. La siguiente fue durante un concurso musical, pero apenas tuvimos tiempo de saludarnos antes de que cada uno actuara y después desapareciera sin dejar rastro. Y la última fue en el País de los Bosques, pero nuevamente sólo charlamos de forma amistosa.
Daruu se volvió hacia Kōri.
—Tuviste que estar en nuestro combate del Torneo de los Dojos, sensei. Viste lo que era capaz de hacer. Esa técnica sellada parecía más un truco barato de feria para molestar que un ataque mortal. No habría podido ir más allá de una quemadura pasajera. Si hubiera sido su objetivo hacerle daño, lo hubiera hecho mejor.
Ayame palideció brutalmente al adivinar el significado oculto bajo aquellas palabras y El Hielo entrecerró peligrosamente los ojos. Un tenso silencio se tejió entre los tres durante varios largos segundos antes de que Kōri hablara.
—Vais a tener que tener mucho cuidado si os volvéis a encontrar con él —afirmó, mirándolos a ambos—. Las técnicas de sellado se transmiten por contacto, así que no dejéis que os toque bajo ningún concepto y no os enfrentéis a él. ¿Queda claro?
Ayame asintió en silencio, aún con ojos vidriosos y los puños apretados contra las rodillas. Se sentía traicionada, pero eso no era lo que más le dolía porque nunca había sido tan amiga de Datsue como para que aquello le afectara tanto. Lo que de verdad le dolía era aquel sentimiento de ridículo, el que los hubiera engañado con tanta facilidad, el saber que, de haberlo deseado de verdad, podría haber acabado con ellos sin siquiera enterarse ni saber la razón. Datsue no sólo tenía un rostro zorruno, era tan astuto como uno.
Y ambos habían catado el roce de sus colmillos.
«No puedo permitir que esto vuelva a pasar. Tengo que hacerme más fuerte.» Asintió para sí. Y en sus pensamientos ya no estaba sólo el asunto del Uchiha.
—No vamos a conseguir nada dándole vueltas —intervino Kōri de repente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Vamos a dormir, los tres necesitamos descansar.
En otras circunstancias, las palabras de su hermano habrían caído en saco roto. Sin embargo, era tal el cansancio que había acumulado en aquel lapso de tiempo, que Ayame cayó en un profundo sueño nada más tumbarse en su propia cama.
Sin embargo no fue un sueño reparador. Aquella noche estuvo plagada de oscuras pesadillas en las que se turnaban el rostro de Shiruuba, un libro de páginas que la absorbían en contra de su voluntad como un agujero negro, la asfixia entre un océano de huesos y esqueletos humanos... y, sobre todo, un colosal monstruo de cinco colas que ondeaban tras de él y que sonreía con dientes afilados como navajas al verse liberado de su prisión justo ante de aplastarla entre sus cascos como una vulgar hormiga.