4/04/2018, 18:33
No fue hasta que escuchó la voz de Datsue que Akame salió de sus pensamientos. Al oír las palabras de su Hermano, que destilaban puro júbilo, el mayor de los Uchiha fue consciente de lo que acababa de pasar. ¡Demonios, eran jōnin! ¡Acababa de cumplir uno de sus más añorados sueños, una meta que mil y una veces se había imaginado cruzando mientras hacía apuntes en la Academia! «¿Y qué demonios hago con estos pensamientos tan lúgubres?», se cuestionó.
Datsue tenía razón; había que celebrar.
—Joder... Joder... ¡Pues sí! ¡Pues sí, joder, tienes razón! —le respondió el de la coleta, alzando ambos brazos con gesto victorioso, hacia el cielo más allá del techo que tenían sobre sus cabezas—. ¡Somos la hostia!
Y, sin pensarlo dos veces, saltó hacia el otro integrante del dúo de los Hermanos del Desierto y le pasó un brazo por encima de los hombros. Más que su Hermano, Datsue era su compadre. Compadre de penurias y, en otras ocasiones como aquella, de alegrías.
—¡A celebrar, coño!
Así abandonó junto a su compadre el Edificio del Uzukage para perderse, en mitad de la noche, en las calles más festivas de la Aldea.
Datsue tenía razón; había que celebrar.
—Joder... Joder... ¡Pues sí! ¡Pues sí, joder, tienes razón! —le respondió el de la coleta, alzando ambos brazos con gesto victorioso, hacia el cielo más allá del techo que tenían sobre sus cabezas—. ¡Somos la hostia!
Y, sin pensarlo dos veces, saltó hacia el otro integrante del dúo de los Hermanos del Desierto y le pasó un brazo por encima de los hombros. Más que su Hermano, Datsue era su compadre. Compadre de penurias y, en otras ocasiones como aquella, de alegrías.
—¡A celebrar, coño!
Así abandonó junto a su compadre el Edificio del Uzukage para perderse, en mitad de la noche, en las calles más festivas de la Aldea.