8/04/2018, 23:06
Entre las sombras, agazapado sobre uno de los tejados que daban a la oscura callejuela, aguardaba el otro Hermano del Desierto. Estaba al tanto de que el Centinela iba camino a su posición —gracias a su Kage Bunshin, que ya se había evaporado para transmitirle aquella información— y había tomado aquella posición oculta para darle a Datsue un as en la manga con el que quizás su enemigo no contaba.
—Objetivo a la vista, se acerca a tu posición —susurró el Uchiha, con la mano derecha junto a su oreja y los dedos índice y corazón presionando el botón del comunicador que llevaba acoplado a la cavidad auditiva.
Inmóvil y oculto en las alturas, Akame observó con la paciencia de un cazador al enorme espadachín que caminaba en dirección a Datsue, oyendo el resonar de sus pesadas botas. Entonces escuchó sus palabras, y lo vio ahí, frente a su compadre.
«Todavía no... Todavía no... ¡Ahora!»
Akame —cuyo Sharingan refulgía en sus ojos— detectó cómo su Hermano había usado el Saimingan para introducir al Centinela en su Genjutsu. Ambos se quedaron inmóviles como estatuas de mármol, y el mayor de los Uchiha supo que era el momento de actuar.
Con un ágil salto se adhirió a la pared del edificio sobre el que había estado agazapado, y bajó con pasos rápidos pero silenciosos. Pese a que el objetivo estaba, presumiblemente, paralizado, Akame no bajó la guardia ni un momento. Con cautela se acercó al Centinela y trató de despojarle de cuantas armas tuviera a la vista, depositándolas a unos cuatro o cinco metros de ellos. Luego sacó una bobina de hilo de uno de sus portaobjetos y ató las piernas del enorme espadachín con varios lazos.
Finalmente tomó sus esposas supresoras de chakra y se las colocó en las muñecas al Centinela. Aquello no sólo le impediría usar sus jutsus, sino que limitaría severamente los movimientos de sus brazos.
Entonces Akame desenvainó su propia espada y colocó el filo en el cuello del Centinela.
—Objetivo a la vista, se acerca a tu posición —susurró el Uchiha, con la mano derecha junto a su oreja y los dedos índice y corazón presionando el botón del comunicador que llevaba acoplado a la cavidad auditiva.
Inmóvil y oculto en las alturas, Akame observó con la paciencia de un cazador al enorme espadachín que caminaba en dirección a Datsue, oyendo el resonar de sus pesadas botas. Entonces escuchó sus palabras, y lo vio ahí, frente a su compadre.
«Todavía no... Todavía no... ¡Ahora!»
Akame —cuyo Sharingan refulgía en sus ojos— detectó cómo su Hermano había usado el Saimingan para introducir al Centinela en su Genjutsu. Ambos se quedaron inmóviles como estatuas de mármol, y el mayor de los Uchiha supo que era el momento de actuar.
Con un ágil salto se adhirió a la pared del edificio sobre el que había estado agazapado, y bajó con pasos rápidos pero silenciosos. Pese a que el objetivo estaba, presumiblemente, paralizado, Akame no bajó la guardia ni un momento. Con cautela se acercó al Centinela y trató de despojarle de cuantas armas tuviera a la vista, depositándolas a unos cuatro o cinco metros de ellos. Luego sacó una bobina de hilo de uno de sus portaobjetos y ató las piernas del enorme espadachín con varios lazos.
Finalmente tomó sus esposas supresoras de chakra y se las colocó en las muñecas al Centinela. Aquello no sólo le impediría usar sus jutsus, sino que limitaría severamente los movimientos de sus brazos.
Entonces Akame desenvainó su propia espada y colocó el filo en el cuello del Centinela.