23/04/2018, 12:49
La alarma del despertador llevaba un tiempo sonando, pero el chico, que se hacía el dormido, seguía boca abajo. Si por él fuera, bien hubiera estado que se ahogara con la cara enterrada en la almohada. Un grito de rabia y de impotencia se ahogó en el cojín, y finalmente, un brazo se movió y golpeó el timbre, cesando el ring del reloj.
—Aaaagghhhhh. —Daruu se dio la vuelta y respiró hondo varias veces. «Digo yo que tendré que levantarme en algún momento...»
La casa de los Amedama estaba más vacía que nunca por las mañanas sin la presencia de Kiroe. Finalmente, Kori convenció a Zetsuo de que le diera el alta a Daruu, que ya se encontraba bien. La madre de Daruu también se encontraba bien, pero había una diferencia fundamental entre ellos dos. Que la mujer era la que había donado los ojos, y por tanto, se encontraba en un largo proceso de rehabilitación en el que le estaban enseñando a desenvolverse, más o menos, por sí misma.
Daruu levantó la persiana y gimió con fastidio cuando la luz entró por la ventana y le cegó los ojos. En Amegakure raro era el día en el que hiciese sol, pero como mínimo siempre había una capa de espesas nubes tapando el cielo. Pero aún con el tenue brillo que conseguía atravesar las nubes, el cambio con la oscuridad total fue brusco y nada bienvenido. El muchacho bostezó y se restregó los párpados, tratando de habituarse. Abrió el cajón de la mesita y se echó un poco de colirio en cada ojo. Parpadeó un par de veces y se miró en el espejo que tenía al lado del armario.
«Buenos días otra vez, ojos nuevos», pensó. Tardaría en habituarse. En el hospital no había tenido un espejo todas las mañanas para mirarse, pero en casa sí.
No perdió mucho tiempo, porque si no llegaría tarde, y se dio una ducha caliente y agradable, desayunó y se vistió con su nueva indumentaria de ninja, todavía por estrenar. Volvió a mirarse al espejo. «En el fondo, me quedan bien.» Se sintió mal con su madre por tener ese tipo de pensamientos. «Soy un desastre: me siento mal por pensar mal, me siento mal por pensar bien...»
Le echó un vistazo al reloj de la cocina. Todavía llegaba con tiempo. Pero no le haría daño tampoco llegar sin estrés y relajarse allí.
Abrió la puerta de casa y bajó las escaleras. Para salir a la calle, Daruu tenía que cruzar la Pastelería de Kiroe-chan. El corto trecho entre el pie de las escaleras y la puerta de la cafetería-pastelería era lo más duro: ver los estantes vacíos, sentir el local frío, las sillas encima de las mesas... y la ausencia de su madre, una vez más, que a esas horas ya estaría en la barra preparando café para los clientes habituales.
Ay, los clientes habituales. Por supuesto, Daruu tenía que reconocer que era normal que preguntasen por su madre, pero eso no hacía más pesado comunicar la noticia a cada uno de ellos, soportar sus caras, e incluso los gestos de ligero desagrado que ponían cuando le miraban a los ojos. Era normal, pero no era fácil. En particular, había una señora mayor que siempre venía todas las mañanas a charlar con su madre y a tomarse un café, la señora Shiroyama, que todas las mañanas pretendía pasarse a charlar también con él. Daruu siempre tenía que disculparse y asegurar de que tenía que irse a entrenar, pero la mujer siempre conseguía arrancarle un par de comentarios sobre cómo se encontraba su madre.
—Deseando volver para escucharla a usted, Shiroyama-san —dijo, con una ligera inclinación y una sonrisa—. Ahora, si me disculpa, tengo que irme, que el sensei me ha citado.
—¡Que sepas que cuando se recupere seré yo la que le haga un bizcocho a ella por una vez!
—¡Y estoy seguro de que se lo agradecerá muchísimo, de verdad! Se lo comentaré cuando la vea, ¡pase un buen día!
Daruu se alejó prácticamente corriendo de allí aunque no tuviera prisa, en parte porque desde que había salido del hospital odiaba estar en casa.
Había pasado aproximadamente una semana del alta, y Daruu había estado entrenando duro todo ese tiempo. No sólo porque estaba seguro de que Ayame también había estado haciéndolo, en previsión del combate que iban a disputar por orden de Kori-sensei, sino porque, y sobretodo por esto, tenía mucho que aprender si quería estar a la altura de otros ninjas ahora que había perdido su Kekkei Genkai. El estilo de pelea de los Hyuuga resultó ser bastante más dependiente de sus habilidades genéticas de lo que él mismo pensaba al tenerlo tan asimilado. Él mismo había pedido la semana de tregua. Y durante esa semana, había desarrollado una técnica nueva y todo. Pero para él no era suficiente. Al final, tuvo que tomarse un día de descanso, el último, o si no no hubiera llegado en forma al combate aquella mañana.
Kori les había citado en la cima del Torreón de Prueba, una gruesa y altísima torre donde tenían lugar combates de celebración, exámenes y otro tipo de exhibiciones. Pero normalmente estaba vacío, y a aquella hora de la mañana ni siquiera habría mirones en las gradas. Era un terreno perfecto para dar rienda suelta a su Ninjutsu.
Daruu entró en la recepción y tomó línea recta directa hacia el ascensor, que tardó un rato en llegar arriba del todo. Una vez allí, salió y caminó hacia el centro. Estaba sólo todavía. Se quedó allí plantado, y por primera vez en toda la mañana se percató de que no llovía. Para los supersticiosos, mal augurio.
Para los que les habían arrancado los ojos en un día de lluvia, aquello no era más que un día normal en el que podías mirar hacia arriba sin ninguna molestia. Si hubiera hecho sol, ya sería otro cantar. A Daruu le hubiese molestado mucho luchar con la molestia del sol cegándole a cada rato.
Así estaba bien. Todo cubierto de nubes claras y oscuras, podías mantener los ojos abiertos sin casi entrecerrar los párpados. Perfecto por él.
Se sentó en el centro del campo del estadio en seiza, y decidió dedicarle un rezo al silencio y a la quietud, hasta que los hermanos Aotsuki hicieran acto de presencia.
—Aaaagghhhhh. —Daruu se dio la vuelta y respiró hondo varias veces. «Digo yo que tendré que levantarme en algún momento...»
La casa de los Amedama estaba más vacía que nunca por las mañanas sin la presencia de Kiroe. Finalmente, Kori convenció a Zetsuo de que le diera el alta a Daruu, que ya se encontraba bien. La madre de Daruu también se encontraba bien, pero había una diferencia fundamental entre ellos dos. Que la mujer era la que había donado los ojos, y por tanto, se encontraba en un largo proceso de rehabilitación en el que le estaban enseñando a desenvolverse, más o menos, por sí misma.
Daruu levantó la persiana y gimió con fastidio cuando la luz entró por la ventana y le cegó los ojos. En Amegakure raro era el día en el que hiciese sol, pero como mínimo siempre había una capa de espesas nubes tapando el cielo. Pero aún con el tenue brillo que conseguía atravesar las nubes, el cambio con la oscuridad total fue brusco y nada bienvenido. El muchacho bostezó y se restregó los párpados, tratando de habituarse. Abrió el cajón de la mesita y se echó un poco de colirio en cada ojo. Parpadeó un par de veces y se miró en el espejo que tenía al lado del armario.
«Buenos días otra vez, ojos nuevos», pensó. Tardaría en habituarse. En el hospital no había tenido un espejo todas las mañanas para mirarse, pero en casa sí.
No perdió mucho tiempo, porque si no llegaría tarde, y se dio una ducha caliente y agradable, desayunó y se vistió con su nueva indumentaria de ninja, todavía por estrenar. Volvió a mirarse al espejo. «En el fondo, me quedan bien.» Se sintió mal con su madre por tener ese tipo de pensamientos. «Soy un desastre: me siento mal por pensar mal, me siento mal por pensar bien...»
Le echó un vistazo al reloj de la cocina. Todavía llegaba con tiempo. Pero no le haría daño tampoco llegar sin estrés y relajarse allí.
Abrió la puerta de casa y bajó las escaleras. Para salir a la calle, Daruu tenía que cruzar la Pastelería de Kiroe-chan. El corto trecho entre el pie de las escaleras y la puerta de la cafetería-pastelería era lo más duro: ver los estantes vacíos, sentir el local frío, las sillas encima de las mesas... y la ausencia de su madre, una vez más, que a esas horas ya estaría en la barra preparando café para los clientes habituales.
Ay, los clientes habituales. Por supuesto, Daruu tenía que reconocer que era normal que preguntasen por su madre, pero eso no hacía más pesado comunicar la noticia a cada uno de ellos, soportar sus caras, e incluso los gestos de ligero desagrado que ponían cuando le miraban a los ojos. Era normal, pero no era fácil. En particular, había una señora mayor que siempre venía todas las mañanas a charlar con su madre y a tomarse un café, la señora Shiroyama, que todas las mañanas pretendía pasarse a charlar también con él. Daruu siempre tenía que disculparse y asegurar de que tenía que irse a entrenar, pero la mujer siempre conseguía arrancarle un par de comentarios sobre cómo se encontraba su madre.
—Deseando volver para escucharla a usted, Shiroyama-san —dijo, con una ligera inclinación y una sonrisa—. Ahora, si me disculpa, tengo que irme, que el sensei me ha citado.
—¡Que sepas que cuando se recupere seré yo la que le haga un bizcocho a ella por una vez!
—¡Y estoy seguro de que se lo agradecerá muchísimo, de verdad! Se lo comentaré cuando la vea, ¡pase un buen día!
Daruu se alejó prácticamente corriendo de allí aunque no tuviera prisa, en parte porque desde que había salido del hospital odiaba estar en casa.
Había pasado aproximadamente una semana del alta, y Daruu había estado entrenando duro todo ese tiempo. No sólo porque estaba seguro de que Ayame también había estado haciéndolo, en previsión del combate que iban a disputar por orden de Kori-sensei, sino porque, y sobretodo por esto, tenía mucho que aprender si quería estar a la altura de otros ninjas ahora que había perdido su Kekkei Genkai. El estilo de pelea de los Hyuuga resultó ser bastante más dependiente de sus habilidades genéticas de lo que él mismo pensaba al tenerlo tan asimilado. Él mismo había pedido la semana de tregua. Y durante esa semana, había desarrollado una técnica nueva y todo. Pero para él no era suficiente. Al final, tuvo que tomarse un día de descanso, el último, o si no no hubiera llegado en forma al combate aquella mañana.
Kori les había citado en la cima del Torreón de Prueba, una gruesa y altísima torre donde tenían lugar combates de celebración, exámenes y otro tipo de exhibiciones. Pero normalmente estaba vacío, y a aquella hora de la mañana ni siquiera habría mirones en las gradas. Era un terreno perfecto para dar rienda suelta a su Ninjutsu.
Daruu entró en la recepción y tomó línea recta directa hacia el ascensor, que tardó un rato en llegar arriba del todo. Una vez allí, salió y caminó hacia el centro. Estaba sólo todavía. Se quedó allí plantado, y por primera vez en toda la mañana se percató de que no llovía. Para los supersticiosos, mal augurio.
Para los que les habían arrancado los ojos en un día de lluvia, aquello no era más que un día normal en el que podías mirar hacia arriba sin ninguna molestia. Si hubiera hecho sol, ya sería otro cantar. A Daruu le hubiese molestado mucho luchar con la molestia del sol cegándole a cada rato.
Así estaba bien. Todo cubierto de nubes claras y oscuras, podías mantener los ojos abiertos sin casi entrecerrar los párpados. Perfecto por él.
Se sentó en el centro del campo del estadio en seiza, y decidió dedicarle un rezo al silencio y a la quietud, hasta que los hermanos Aotsuki hicieran acto de presencia.