24/04/2018, 13:33
(Última modificación: 24/04/2018, 13:38 por Aotsuki Ayame.)
—No, no ocurre nada —respondió Daruu, rascándose la nuca—. Simplemente nos preguntábamos dónde estarías. Ayame dijo que saliste antes que ella de casa. Comentábamos.
Kōri ladeó ligeramente la cabeza y entonces fijó sus iris en los de Ayame, que se estremeció involuntariamente. Parecía estar estudiando su disposición, quizás admirando que no se hubiera acobardado en el último momento y hubiera acudido al encuentro.
«Aunque si lo hubiera hecho me habría traído de la oreja, seguro.» Meditó para sus adentros.
El Jōnin comenzó a caminar en círculo en torno a ellos y, deslizando una tiza que había sacado de su bolsillo, dibujó sendas marcas a cinco metros del centro cada una (quedando, pues, a diez metros la una de la otra. El campo de combate era un terreno circular de unos veinte metros de diámetro. El suelo era de tierra endurecida, sin rocas ni arena que se llegara a desprender, y no había ningún tipo de obstáculo que utilizar.
Sería un combate limpio... con la sola ayuda de sus habilidades y su destreza.
—Colocaos —indicó simplemente.
Ayame no tardó en hacer lo propio. Para su propia lamentación, pronto se dio cuenta de que no mostraba la misma seguridad y determinación que había esgrimido en el combate en la playa, días atrás. Aquel simple hecho podía pasarle factura...
—Saludad al oponente —escuchó la voz de Kōri en algún punto a su derecha.
Y Ayame alzó una mano hasta la altura del pecho, con los dedos índice y corazón extendidos en el ceremonial Sello de la Confrontación.
—El combate continuará hasta que alguno de los dos no pueda continuar... o se rinda. Preparados...
Ayame clavó la mirada en Daruu, todos sus músculos preparándose para la inminente acción.
—Listos...
Su mente comenzó a trabajar, como una máquina, trazando y contemplando diversas estrategias. Ahora que Daruu no tenía el Byakugan, la forma de combatir contra él iba a tener que ser diferente, muy diferente. Se abrían nuevas posibilidades, pero no por ello podía terminar de fiarse porque si no...
—¡YA!
—¡Ah! —Ayame había hecho el amago de impulsarse hacia delante, pero entonces sintió que algo la empujaba hacia abajo y su cuerpo se vio aplastado contra el suelo cuando este se alzó súbitamente por debajo de ella. No había llegado a caer, pero al apoyar la mano para evitar hacerlo sintió frío. Mucho frío. Y cuando miró hacia abajo comprobó que se encontraba sobre lo que parecía ser un pilar de hielo, apenas tan ancho como para permitir que dos personas cupieran de pie en él, que se alzaba casi cinco metros desde el terreno de combate. Delante de ella, Daruu se encontraba a unos siete metros—. ¿Pero esto...?
Kōri, desde abajo, separó las manos que había unido en una palmada, y se echó hacia atrás para salir del área de combate.
—Combatid.
Kōri ladeó ligeramente la cabeza y entonces fijó sus iris en los de Ayame, que se estremeció involuntariamente. Parecía estar estudiando su disposición, quizás admirando que no se hubiera acobardado en el último momento y hubiera acudido al encuentro.
«Aunque si lo hubiera hecho me habría traído de la oreja, seguro.» Meditó para sus adentros.
El Jōnin comenzó a caminar en círculo en torno a ellos y, deslizando una tiza que había sacado de su bolsillo, dibujó sendas marcas a cinco metros del centro cada una (quedando, pues, a diez metros la una de la otra. El campo de combate era un terreno circular de unos veinte metros de diámetro. El suelo era de tierra endurecida, sin rocas ni arena que se llegara a desprender, y no había ningún tipo de obstáculo que utilizar.
Sería un combate limpio... con la sola ayuda de sus habilidades y su destreza.
—Colocaos —indicó simplemente.
Ayame no tardó en hacer lo propio. Para su propia lamentación, pronto se dio cuenta de que no mostraba la misma seguridad y determinación que había esgrimido en el combate en la playa, días atrás. Aquel simple hecho podía pasarle factura...
—Saludad al oponente —escuchó la voz de Kōri en algún punto a su derecha.
Y Ayame alzó una mano hasta la altura del pecho, con los dedos índice y corazón extendidos en el ceremonial Sello de la Confrontación.
—El combate continuará hasta que alguno de los dos no pueda continuar... o se rinda. Preparados...
Ayame clavó la mirada en Daruu, todos sus músculos preparándose para la inminente acción.
—Listos...
Su mente comenzó a trabajar, como una máquina, trazando y contemplando diversas estrategias. Ahora que Daruu no tenía el Byakugan, la forma de combatir contra él iba a tener que ser diferente, muy diferente. Se abrían nuevas posibilidades, pero no por ello podía terminar de fiarse porque si no...
—¡YA!
—¡Ah! —Ayame había hecho el amago de impulsarse hacia delante, pero entonces sintió que algo la empujaba hacia abajo y su cuerpo se vio aplastado contra el suelo cuando este se alzó súbitamente por debajo de ella. No había llegado a caer, pero al apoyar la mano para evitar hacerlo sintió frío. Mucho frío. Y cuando miró hacia abajo comprobó que se encontraba sobre lo que parecía ser un pilar de hielo, apenas tan ancho como para permitir que dos personas cupieran de pie en él, que se alzaba casi cinco metros desde el terreno de combate. Delante de ella, Daruu se encontraba a unos siete metros—. ¿Pero esto...?
Kōri, desde abajo, separó las manos que había unido en una palmada, y se echó hacia atrás para salir del área de combate.
—Combatid.