28/04/2018, 07:36
(Última modificación: 28/04/2018, 07:45 por Umikiba Kaido.)
—Alto —ordenó Akame—. Ábrelos.
Shinzo sudaba como puerco, y lo hizo más cuando los ojos de aquel par de demonios iluminaron la noche. Tiró uno de los maletines y lo abrió, donde ambos shinobi pudieron comprobar su contenido. Una hilera de cuatro fajos compactos verdes como el bosque de un Kusareño. Aunque olían mejor de lo que olía uno de esos incivilizados, desde luego.
—Aquí está el dinero, pero antes —dijo, mientras su mirada tiritaba entre ellos y el Centinela, al que le veía primera vez sometido por alguien. Entonces saboreó la libertad por una milésima de segundo, y apretó el seguro del segundo maletín—. quiero pedirles un favor.
—Shinzo... cierra la boca..
—¡No! —gritó, excesivamente nervioso—. no sé quienes sois, ni cómo habéis hecho para dejar al Centinela a vuestra merced, pero me harían —no, a Tanzaku entera— un gran favor si termináis el trabajo. He estado bajo el yugo de este hombre durante meses y me he visto obligado a desfalcar a gente que estimo, ¡así que por favor, no se conformen con sólo cobrar esta deuda! tomen el dinero, y entreguemos al Centinela a la guardia de Tanzaku. Diremos que os contraté como shinobi, porque eso sois, ¿verdad?
»Ayúdennos. Detengamos ésta locura y salvemos a los Herreros, también.
Tanto Datsue como Akame sintieron un mal augurio. Y sus ojos, también. Algo en el interior del Centinela se movía a mil revoluciones. Su chakra golpeaba instintivamente la opresión de aquellas cadenas supresoras que comenzaron a vibrar.
—¡SILENCIO!
Algo les decía que en cualquier momento, iba a librarse.
Shinzo sudaba como puerco, y lo hizo más cuando los ojos de aquel par de demonios iluminaron la noche. Tiró uno de los maletines y lo abrió, donde ambos shinobi pudieron comprobar su contenido. Una hilera de cuatro fajos compactos verdes como el bosque de un Kusareño. Aunque olían mejor de lo que olía uno de esos incivilizados, desde luego.
—Aquí está el dinero, pero antes —dijo, mientras su mirada tiritaba entre ellos y el Centinela, al que le veía primera vez sometido por alguien. Entonces saboreó la libertad por una milésima de segundo, y apretó el seguro del segundo maletín—. quiero pedirles un favor.
—Shinzo... cierra la boca..
—¡No! —gritó, excesivamente nervioso—. no sé quienes sois, ni cómo habéis hecho para dejar al Centinela a vuestra merced, pero me harían —no, a Tanzaku entera— un gran favor si termináis el trabajo. He estado bajo el yugo de este hombre durante meses y me he visto obligado a desfalcar a gente que estimo, ¡así que por favor, no se conformen con sólo cobrar esta deuda! tomen el dinero, y entreguemos al Centinela a la guardia de Tanzaku. Diremos que os contraté como shinobi, porque eso sois, ¿verdad?
»Ayúdennos. Detengamos ésta locura y salvemos a los Herreros, también.
Tanto Datsue como Akame sintieron un mal augurio. Y sus ojos, también. Algo en el interior del Centinela se movía a mil revoluciones. Su chakra golpeaba instintivamente la opresión de aquellas cadenas supresoras que comenzaron a vibrar.
—¡SILENCIO!
Algo les decía que en cualquier momento, iba a librarse.