1/05/2018, 20:04
La vida de un shinobi siempre tiene momentos de inflexión donde una simple decisión puede cambiar el curso de toda una historia. En la de aquella, la de dos ninja que ciegamente se habían embarcado en una titanica aventura dentro de la apasionante capital de Tanzaku Gai, en la ímpera búsqueda de saldar una deuda marcada a sangre y fuego, ese preciso instante en el que Datsue y Akame se vieron mutuamente en una huida circunstancial representaba ese punto de no retorno. El tan ansiado final de su travesía, cumpliendo con los designios del Estandarte del Hierro.
Con el encargo cumplido y la necesidad de completarlo al abandonar la ciudad, ambos shinobi transitaron los tejados salvaguardados por la oscura y fría noche, que lúgubre, les sirvió de coartada para dejar atrás a una hermosa ciudad cuyos misterios, y sólo algunos, habían sido descubiertos.
Pero algún día iban a volver. Y Tanzaku les recibiría, como lo hacía con todos, con los brazos abiertos.
¡Clank, clank, clank!
El sonido amortizado de las fraguas batiéndose con el hierro caliente y fundido se adueñaba de aquel pueblo artesanal. Los artesanos acariciaban fuertemente los metales para darle sus formas ancestrales y convertirlas en sendas armas, dignas de armamentarios como ellos. El olor a sudor y humo de las forjas inundaban el lugar y el bullicio de un pueblo ajetreado les dio finalmente la bienvenida.
Datsue conocía aquella ciudad muy bien. Akame, quizás, también.
Finalmente, después de un largo día de viaje; se encontraban en los Herreros.
Con el encargo cumplido y la necesidad de completarlo al abandonar la ciudad, ambos shinobi transitaron los tejados salvaguardados por la oscura y fría noche, que lúgubre, les sirvió de coartada para dejar atrás a una hermosa ciudad cuyos misterios, y sólo algunos, habían sido descubiertos.
Pero algún día iban a volver. Y Tanzaku les recibiría, como lo hacía con todos, con los brazos abiertos.
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¡Clank, clank, clank!
El sonido amortizado de las fraguas batiéndose con el hierro caliente y fundido se adueñaba de aquel pueblo artesanal. Los artesanos acariciaban fuertemente los metales para darle sus formas ancestrales y convertirlas en sendas armas, dignas de armamentarios como ellos. El olor a sudor y humo de las forjas inundaban el lugar y el bullicio de un pueblo ajetreado les dio finalmente la bienvenida.
Datsue conocía aquella ciudad muy bien. Akame, quizás, también.
Finalmente, después de un largo día de viaje; se encontraban en los Herreros.