2/05/2018, 03:35
Y era esa la fragua de Soroku, desde luego.
El mismo cubil en el que descubrió las leyendas tras el Los Señores del Hierro, de las costumbres más ortodoxas con las que se guiaban los Herreros y de los pactos que mantenían el negocio de las armas en un constante equilibrio. Un equilibrio que una vez Datsue quiso romper con sus ideas innovadoras, las cuales sólo podría ver realizadas si pagaba cierto favor.
Y en su corazón llevaba ese pago. Porque ahí residía siempre lo que más se añoraba.
—Sakamoto Datsue, ¿acaso eres tú? —dijo Runoara Soroku, inconfundible con aquella calvicie suya y la quemadura, además, que le abrazaba medio rostro—. hubo un tiempo en el que pensé que habrías olvidado tu marca, aunque has vuelto finalmente. Eso quiere decir... ¿que has saldado el favor? ¿has conseguido lo que te pedí?
Miró a Akame. Luego a Datsue, y a su sonrisa. Luego vio a ambos costados de los shinobi, donde no había sino aire vacío.
Luego a Datsue, de nuevo.
—¿A qué costo? —indagó, parsimonioso. Con aquella pasividad que le caracterizaba, con una profunda modulación de las palabras y un porte que, a diferencia del Centinela, no era amenazante sino que infundía respeto. Un hombre conocedor del mundo en general y más aún del hierro que inundaba cada rincón de Oonindo, y que protagonizaba infinidades de enfrentamientos. Sus hijos nacían para enfrentarse, como aquella historia arcaica que aludía al inicio del mundo ninja. O incluso también al mismísimo clan Uchiha.
El mismo cubil en el que descubrió las leyendas tras el Los Señores del Hierro, de las costumbres más ortodoxas con las que se guiaban los Herreros y de los pactos que mantenían el negocio de las armas en un constante equilibrio. Un equilibrio que una vez Datsue quiso romper con sus ideas innovadoras, las cuales sólo podría ver realizadas si pagaba cierto favor.
Y en su corazón llevaba ese pago. Porque ahí residía siempre lo que más se añoraba.
—Sakamoto Datsue, ¿acaso eres tú? —dijo Runoara Soroku, inconfundible con aquella calvicie suya y la quemadura, además, que le abrazaba medio rostro—. hubo un tiempo en el que pensé que habrías olvidado tu marca, aunque has vuelto finalmente. Eso quiere decir... ¿que has saldado el favor? ¿has conseguido lo que te pedí?
Miró a Akame. Luego a Datsue, y a su sonrisa. Luego vio a ambos costados de los shinobi, donde no había sino aire vacío.
Luego a Datsue, de nuevo.
—¿A qué costo? —indagó, parsimonioso. Con aquella pasividad que le caracterizaba, con una profunda modulación de las palabras y un porte que, a diferencia del Centinela, no era amenazante sino que infundía respeto. Un hombre conocedor del mundo en general y más aún del hierro que inundaba cada rincón de Oonindo, y que protagonizaba infinidades de enfrentamientos. Sus hijos nacían para enfrentarse, como aquella historia arcaica que aludía al inicio del mundo ninja. O incluso también al mismísimo clan Uchiha.