4/05/2018, 02:25
—Al más alto —replicó Uchiha Datsue, con altanería. Sin siquiera permitirse mostrar al herrero una pizca de remordimiento, o de al menos fingirlo. Y es que: ¿por qué tendría que hacerlo ya llegado a ese punto? era una pérdida de tiempo, y quizás, un insulto para con Soroku—. Mi compañero y yo nos hemos granjeado un poderoso enemigo. Toeru, dueño del Molino Rojo. Un hombre de negocios que tenía ciertos intereses en cierta persona que tuvimos que quitar de en medio para poder cobrar la deuda. Y, lo que es todavía peor, tuvimos que abandonar a su suerte a su aprendiz, Shinjaka. Fue herido de gravedad y le dejamos en manos de una amiga suya y una curandera, pero no pudimos volver a por él. La guardia estaba por todas partes, buscándonos. Hubiese sido contraproducente.
El herrero se mantuvo dubitativo, sin reaccionar a la detallada información que le suministraba Datsue. Torció el gesto en cuanto el intrépido se tomó la libertad de discernir qué era o no contraproducente en aquella travesía, cuando el quid que giraba en torno al encargo partía directamente de Soroku. No necesitaba que le dijesen que volver a por Shinjaka, dadas las circunstancias, pondría en peligro el encargo. Le miró con austeridad y cruzó las piernas, tras un suspiro.
»Ah, y esa persona que tuvimos que quitar de en medio. Se hace llamar el Centinela. Usted…
—El Centinela, una llama que creí haber extinguido con mis propias manos. Un antiguo miembro del Estandarte que fue expulsado de Los Herreros por vida por atentar contra las leyes de los Señores del Hierro. Y mi hermano, también —comentó con desdén, asumiendo que era un detalle sin importancia—. siempre creí que tras la deuda de Shinzo habían intereses ajenos, pero nunca pensé que...
Se levantó de un sopetón, mientras se sobaba la mitad del rostro. Le empezaba a arder.
—Respecto a Shinjaka-kun, él era plenamente consciente de los riesgos que conllevaba asumir un cuadro de éste tablero tal y cómo debías serlo tú. Él habría querido continuar con la misión de haber sido vosotros los que hubierais caído, así que no esperamos lo contrario. Además, sois ninja. Tenéis intereses que proteger. Aunque —comenzó a rebatirse entre una pila de pergaminos—. yo también tengo los míos.
»Saldemos tu marca, Datsue; y cerremos éste fructífero negocio de una vez por todas y pide tu recompensa.
Datsue sintió aquel ciclo cerrándose. Todo había empezado con un hierro candente marcándole la piel. Ahora concluía en el mismo sitio, donde todo había dado inicio.
El herrero se mantuvo dubitativo, sin reaccionar a la detallada información que le suministraba Datsue. Torció el gesto en cuanto el intrépido se tomó la libertad de discernir qué era o no contraproducente en aquella travesía, cuando el quid que giraba en torno al encargo partía directamente de Soroku. No necesitaba que le dijesen que volver a por Shinjaka, dadas las circunstancias, pondría en peligro el encargo. Le miró con austeridad y cruzó las piernas, tras un suspiro.
»Ah, y esa persona que tuvimos que quitar de en medio. Se hace llamar el Centinela. Usted…
—El Centinela, una llama que creí haber extinguido con mis propias manos. Un antiguo miembro del Estandarte que fue expulsado de Los Herreros por vida por atentar contra las leyes de los Señores del Hierro. Y mi hermano, también —comentó con desdén, asumiendo que era un detalle sin importancia—. siempre creí que tras la deuda de Shinzo habían intereses ajenos, pero nunca pensé que...
Se levantó de un sopetón, mientras se sobaba la mitad del rostro. Le empezaba a arder.
—Respecto a Shinjaka-kun, él era plenamente consciente de los riesgos que conllevaba asumir un cuadro de éste tablero tal y cómo debías serlo tú. Él habría querido continuar con la misión de haber sido vosotros los que hubierais caído, así que no esperamos lo contrario. Además, sois ninja. Tenéis intereses que proteger. Aunque —comenzó a rebatirse entre una pila de pergaminos—. yo también tengo los míos.
»Saldemos tu marca, Datsue; y cerremos éste fructífero negocio de una vez por todas y pide tu recompensa.
Datsue sintió aquel ciclo cerrándose. Todo había empezado con un hierro candente marcándole la piel. Ahora concluía en el mismo sitio, donde todo había dado inicio.